1
CORINTIOS |
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15 | 16 |
El ejemplo del apóstol.
1
¿No soy yo libre? ¿No soy yo apóstol? ¿No
he visto a Jesús nuestro Señor? ¿No sois vosotros mi obra en
el Señor?*
2
Si para otros no soy apóstol, a lo menos para
vosotros lo soy; porque el sello de mi apostolado sois
vosotros en el Señor.
3
Esta es mi defensa contra los que me juzgan.
4
¿No tenemos acaso derecho a comer y beber?
5
¿No tenemos derecho de llevar con nosotros una
hermana, una mujer, como los demás apóstoles, y los hermanos
del Señor, y Cefas?*
6
¿O es que sólo yo y Bernabé no tenemos derecho a no
trabajar?*
7
¿Quién jamás sirve en la milicia a sus propias
expensas? ¿Quién planta una viña y no come su fruto? ¿O
quién apacienta un rebaño y no se alimenta de la leche del
rebaño?
8 ¿Por ventura
digo esto según el sentir de los hombres? ¿No lo dice
también la Ley?
9 Pues escrito está en la Ley de Moisés: “No pondrás bozal al buey que
trilla”. ¿Es que Dios se
ocupa (aquí)
de los bueyes?*
10
¿O lo dice principalmente por nosotros? Sí, porque a causa
de nosotros fue escrito que el que ara debe arar con
esperanza, y el que trilla, con esperanza de tener su parte.
11
Si nosotros hemos sembrado en vosotros los bienes
espirituales ¿será mucho que recojamos de vosotros cosas
temporales?*
12
Si otros tienen este derecho sobre vosotros ¿no con más
razón nosotros? Sin embargo, no hemos hecho uso de este
derecho; antes bien, todo lo sufrimos, para no poner
obstáculo alguno al Evangelio de Cristo.
13
¿No sabéis que los que desempeñan funciones sagradas, viven
del Templo, y los que sirven al altar, del altar participan?*
14
Así también ha ordenado el Señor que los que anuncian el
Evangelio, vivan del Evangelio*.
El apóstol no hace uso de sus
derechos.
15 Yo, por mi
parte, no me he aprovechado de nada de eso; ni escribo esto
para que se haga así conmigo; porque mejor me fuera morir
antes que nadie me prive de esta mi gloria*.
16 Porque si
predico el Evangelio no tengo ninguna gloria, ya que me
incumbe hacerlo por necesidad; pues ¡ay de mí, si no
predicare el Evangelio!*
17 Si hago esto voluntariamente tengo galardón; mas si
por
fuerza (para
eso) me ha sido confiada
mayordomía.
18
¿Cuál es pues mi galardón? Que predicando el Evangelio hago
sin cargo el Evangelio, por no (exponerme
a) abusar de mi potestad en el
Evangelio.
19
Porque libre de todos, a todos me esclavicé, por ganar un
mayor número.
20
Y me hice: para los judíos como judío, por ganar a los
judíos; para los que están bajo la Ley, como sometido a la
Ley, no estando yo bajo la Ley, por ganar a los que están
bajo la Ley;
21
para los que están fuera de la Ley, como si estuviera yo
fuera de la Ley –aunque no estoy fuera de la Ley de Dios,
sino bajo la Ley de Cristo– por ganar a los que están sin
Ley. 22
Con los débiles me hice débil, por ganar a los débiles; me
he hecho todo para todos, para de todos modos salvar a
algunos*.
23
Todo lo hago por el Evangelio, para tener parte en él.
24
¿No sabéis que en el estadio los corredores corren todos,
pero uno solo recibe el premio? Corred, pues, de tal modo
que lo alcancéis*.
25
Y todo el que entra en la liza se modera en todo; ellos para
ganar una corona corruptible, y nosotros, en cambio, por una
incorruptible*.
26
Yo, por tanto, corro así, no como al azar; así lucho, no
como quien hiere el aire;
27
sino que castigo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que,
habiendo predicado a los demás, yo mismo resulte
descalificado*.
1.
Cf. Ga. 1, 12; 2, 8; Rm. 1, 1 y notas.
5. No se trata de las
mujeres casadas
con los
apóstoles, pues ellos habían abandonado sus
familias, y S. Pablo practica y recomienda el
celibato (cf. 7, 7 y 25 ss.), sino más bien de
mujeres piadosas que los acompañaban y asistían con
sus bienes, como lo hicieron con el mismo Señor (Lc.
8, 1-3).
6. Se refiere al
trabajo manual o lucrativo para la propia
subsistencia, lo cual le quitaría tiempo para el
apostolado. Ello no obstante, bien sabemos que Pablo
hacía aún esos trabajos, para no ser gravoso a las
Iglesias y conservar su libertad de espíritu (v. 12
ss.; 1 Ts. 2, 6-10; 2 Ts. 3, 8 s., etc.).
9 s.
Cf. Dt. 25, 4; 1 Tm. 5, 18; 2 Tm. 2, 6.
13. Los apóstoles
tienen, pues, derecho a ser sustentados por los
fieles a quienes sirven. Cf. Nm. 18,
8 y 31; Dt. 14, 22 ss.; 18, 1 ss. S. Pablo renunció
a tal derecho, ganándose la vida con su propio
trabajo corporal, como acto ejemplar de caridad.
14. Se refiere a lo
dicho por Jesús en Mt. 10, 10 s. y Lc. 10, 7, sobre
el sustento de los obreros evangélicos.
En cuanto a la generosidad de los fieles por una
parte, y el desinterés de los pastores por otra,
véase Mt. 10, 8 s.; 1 Pe. 5, 2; Mal. 3, 8 ss. y
notas. Cf. Hch. 8, 18 ss. y nota; Dante, Inf. 19,
115 ss.
15. La
gloria
consiste en haber
trabajado gratuitamente por el Evangelio (Hch. 18,
3; 20, 34; 2 Co. 11, 10). Así podía increpar a los
que negociaban con las almas (2 Co. 11, 20). Cf. v.
18; Ap. 18, 13.
16.
¡Ay de mí si no
predicare el Evangelio!:
Vemos una vez más la
importancia capitalísima que los apóstoles atribuyen
a la predicación de la Palabra de Dios. Cf. Hch. 6,
2; 1 Tm. 5, 17; 2 Tm. 4, 2. Vale la pena destacar
cómo, al cabo de dos mil años, el amor a la verdad
ha llevado a un escritor moderno –venido del
judaísmo y que explotó antes muchos campos
literarios con éxito tan brillante como su estilo– a
esta misma conclusión de S. Pablo. En plena mitad
del siglo XX, frente a los horrores de la guerra y
del odio, tan parecidos a las señales del fin
anunciadas por Jesús, René Schwob ha dicho que sólo
un campo queda, sólo un asunto tiene sentido para
ocupar al escritor de hoy: el
comentario al
Evangelio. Por lo demás, el Papa Pío XII
corrobora el concepto en la Encíclica “Divino
Afflante Spiritu”, sobre la Biblia, al decir que,
lejos de ser éste un campo ya agotado, está muy al
contrario lleno de cosas que quedan por entender y
explicar. De modo que puede vaticinarse el alcance
insospechado que tendrá, con el favor de Dios, el
movimiento bíblico católico que se ha iniciado en
muchos países del mundo con una simultaneidad que
responde a la sed universal de las almas. Cf. Am. 8,
11; Jn. 21, 25 y notas.
22.
Para de todos modos
salvar a algunos.
La Vulgata dice:
para salvarlos
a todos. Véase 2 Co. 11, 29; Rm. 11, 14.
24. El Apóstol pinta
en los siguientes versículos al
cristiano militante,
valiéndose
de las comparaciones con los famosos juegos
ístmicos: carrera (v. 24) y pugilismo (v. 26), donde
todos se lanzan, se controlan y renuncian a cuanto
pueda apartarlos de su objetivo. Así hemos de
empeñarnos nosotros, y con tanto mayor razón, por
obtener el premio de la eternidad, renunciando a la
propia gloria y al propio interés y haciéndolo “todo
por el Evangelio” (v. 23). Cf. Mt. 10, 38; 16, 24.
La comparación recuerda la que hace Jesús entre el
celo de los hijos de las
tinieblas y el de los hijos de la luz (Lc. 16, 8).
25. Véase 3, 14 y
nota. Las monedas que se conservan de Corinto, traen
grabada la corona de aquellos efímeros triunfos, que
era de pino, de perejil o de olivo.
El apóstol nos lleva a fijar en cambio la atención
sobre el premio que nos espera (Fil. 3, 8-14), para
alegrarnos desde ahora (Rm. 5, 2; Tt. 2, 13; Lc. 6,
23; 10, 20; Jn. 16, 22) en la esperanza cierta de
una felicidad, que si no nos cautiva el corazón es
porque apenas tenemos una vaga idea del cielo, e
ignoramos las innumerables promesas que Dios nos
prodiga en la Sagrada Escritura. David dice que
ellas le dieron esperanza. Y eso que aún no conocía
todas las del Nuevo Testamento. He aquí algunas para
nuestra meditación: 2, 9; 3, 8; 6, 2 s.; 15, 24 ss.,
y 51 ss.; Rm. 8, 17 s.; Col. 3, 4; Fil.
3, 20 s.; Lc. 22, 29 s.; 2 Tm. 2, 12; 4, 8; 1 Pe. 1,
4; 5, 4; St. 1, 12; 2, 5; Mt. 25, 34; Ap. 2, 10 y 27
s.; 3, 21; 5, 10; 14, 3 s.; 20, 4; caps.
21 y 22; 2 Co. 4, 17;
5, 1; Hb. 9, 15; 10, 34; 11, 10; 12, 28; Dn. 7, 27;
12, 3; 1 Ts. 4, 16 s., etc.
27. He aquí el
propósito del
ayuno: Sabemos que los deseos
naturales de la carne van
contra el
espíritu (Ga. 5, 17). Es necesario, entonces, que
ella esté siempre sometida al espíritu, pues en
cuanto le damos libertad nos lleva a sus obras que
son malas (Ga. 5, 19 ss.; Jn. 2, 24 y nota). S.
Pablo nos revela el gran secreto de que nos
libraremos de realizar esos deseos de la carne, si
vivimos según el espíritu (Ga. 5, 16; cf. Sal. 118,
11 y nota). Importa mucho comprender bien esto, para
que no se piense que las maceraciones corporales
tienen valor en sí mismas, como si Dios se gozase en
vernos sufrir (Col. 2, 16 ss.; Is. 58, 2 ss. y
notas). Lo que le agrada ante todo son los
“sacrificios de justicia” (Sal. 4, 6 y nota) y los
“sacrificios de alabanza” (Hb. 13, 15; 1 Pe. 2,
4-9), es decir, la rectitud de corazón para
obedecerle según Él quiere, y no según nuestro
propio concepto de la
santidad, que esconde tal vez esa espantosa soberbia
por la cual Satanás nos lleva a querer ser gigantes,
en vez de ser niños como quiere Jesús (Mt. 18, 1
ss.; Lc. 1, 49 ss. y nota) y a “despreciar la gracia
de Dios” (Ga. 2, 21), queriendo santificarnos por
nuestros méritos, como el fariseo del Templo (Lc.
18, 9), y no por los de Cristo (Rm. 3, 26; 10, 3;
Fil. 3, 9, etc.). Bien explica S. Tomás que “la
maceración del propio cuerpo no es acepta a Dios, a
menos que sea discreta, es decir, para refrenar la
concupiscencia, y no grave excesivamente a la
naturaleza”. Porque el espíritu del Evangelio es un
espíritu de moderación, que es lo que más cuesta a
nuestro orgullo.
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