1
CORINTIOS |
1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 |
8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 |
15 | 16 |
PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS
PRÓLOGO
(1, 1-9)
Salutación apostólica.
1
Pablo, llamado a ser apóstol de
Jesucristo por la voluntad de Dios, y Sóstenes, el hermano*,
2
a la Iglesia de Dios en Corinto, a los santificados
en Cristo Jesús, santos por vocación, juntamente con todos
los que, en cualquier lugar, invocan el nombre de Jesucristo
Señor nuestro, de ellos y de nosotros*:
3
gracia a
vosotros y paz, de parte de Dios nuestro Padre, y del Señor
Jesucristo.
4
Doy gracias sin cesar a mi Dios por vosotros, a causa
de la gracia de Dios que os ha sido dada en Cristo Jesús;
5
por cuanto en todo habéis sido enriquecidos en Él, en
toda palabra y en todo conocimiento*,
6
en la medida en que el testimonio de Cristo ha sido
confirmado en vosotros.
7
Por tanto no quedáis inferiores en ningún
carisma, en tanto que aguardáis la revelación de Nuestro
Señor Jesucristo*;
8 el cual os
hará firmes hasta el fin e irreprensibles en el día de
Nuestro Señor Jesucristo.
9 Fiel es Dios, por quien habéis sido llamados a la
comunión de su Hijo Jesucristo Nuestro Señor.
I. REFORMAS DE LOS ABUSOS
(1, 10 - 6, 20)
Personalismos.
10 Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de Nuestro
Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no
haya escisiones entre vosotros, sino que viváis
perfectamente unidos en un mismo pensar y en un mismo
sentir.
11 Porque me he enterado respecto de vosotros, hermanos
míos, por los de Cloe, que entre vosotros hay banderías.
12 Hablo así porque cada uno de vosotros dice: “Yo soy de Pablo”, “yo de
Apolo”, “yo de Cefas”, “yo de Cristo”*.
13 ¿Acaso Cristo está dividido? ¿Fue Pablo crucificado
por vosotros, o fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?
14 Gracias doy a Dios de que a ninguno de vosotros he bautizado fuera de
Crispo y Cayo;
15 para que nadie diga que fuisteis bautizados en mi
nombre.
16 Bauticé también, verdad es, a la familia de
Estéfanas; por lo demás, no me acuerdo de haber bautizado a
otro alguno.
La locura del Evangelio.
17 Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a
predicar el Evangelio, y eso no mediante sabiduría de
palabras, para que no se inutilice la Cruz de Cristo*.
18 La doctrina de la Cruz es, en efecto, locura para los que perecen;
pero para nosotros los que somos salvados, es fuerza de
Dios.
19 Porque escrito está: “Destruiré la sabiduría de los sabios, y anularé
la prudencia de los prudentes”*.
20 ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿Dónde el disputador de este
siglo? ¿No ha trocado Dios en necedad la sabiduría del
mundo?
21 Pues en vista de que según la sabiduría de Dios el mundo por su
sabiduría no conoció a Dios, plugo a Dios salvar a los que
creyesen mediante la necedad de la predicación.
22 Así, pues, los judíos piden señales y los griegos
buscan sabiduría;
23 en tanto que nosotros predicamos un Cristo
crucificado: para los judíos, escándalo; para los gentiles,
insensatez;
24 mas para los que son llamados, sean judíos o griegos, un Cristo que es
poder de Dios y sabiduría de Dios.
25 Porque la
“insensatez” de Dios es más sabia que los hombres, y la
debilidad de Dios es más fuerte que los hombres*.
Divina paradoja.
26 Mirad, por ejemplo, hermanos, la vocación vuestra:
no hay (entre
vosotros) muchos sabios según la carne, no muchos
poderosos, no muchos nobles,
27
sino que Dios ha escogido lo insensato del mundo para
confundir a los sabios; y lo débil del mundo ha elegido Dios
para confundir a los fuertes;
28
y lo vil del mundo y lo despreciado ha escogido Dios, y aun
lo que no es, para destruir lo que es;
29
a fin de que delante de Dios no se gloríe ninguna carne*.
30
Por Él sois (lo
que sois) en Cristo Jesús. Él
fue hecho por Dios sabiduría, justicia, santificación y
redención para nosotros*,
31
a fin de que, según está escrito: “el que se gloria,
gloríese en el Señor”*.
1 s. El Apóstol
escribió esta epístola durante su tercer viaje
apostólico, en Éfeso, a principios del año 57. Entre
los cristianos de Corinto se habían producido disensiones
y partidos que se combatían mutuamente: uno de
Apolo, otros de Pedro y de Pablo, y hasta uno que se
proclamaba partido de Cristo. Además, cundían entre
ellos grandes abusos y escándalos, procesos y
pleitos, desórdenes en los ágapes, ciertas
libertades de las mujeres en la iglesia, y otras
cuestiones que llamaban la atención de San Pablo.
Ningún otro documento apostólico pinta tan
clásicamente las dificultades de la Iglesia en medio
de un mundo pagano.
Sóstenes
parece ser la misma persona de que se habla en Hch.
18, 17. El hermano: así se llamaban entre ellos los discípulos de Cristo.
2.
Santificados:
“para siempre”
(Hch. 10, 10 y 14).
Santos por
vocación: por la vocación de Dios a todos los
creyentes (Rm. 8, 29 ss.; 1 Ts. 4, 7 s. y nota).
5.
Enriquecidos en Él:
“Dios ha
bajado, y el hombre ha subido; el Verbo (la palabra)
se hizo carne para levantar al hombre y llevarlo a
la diestra de Dios” (S. Ambrosio). En
la Palabra de Dios y el
conocimiento sobrenatural que ella nos trae, ve
S. Pablo esas riquezas que nos fueron ganadas
por la obra redentora de Cristo. Véase lo que Él
mismo dice en Jn. 17, 3 y 17.
7. Véase Lc. 17, 30; Fil. 3, 20; 1 Ts. 2, 19; 3, 13; 2 Ts. 1, 7; 2 Tm.
4, 8; Tt. 2, 13.
La revelación,
en griego:
apocalipsis, es la segunda venida de Cristo, lo
mismo que en Ap. 1, 1.
12. Cf. 3, 3 ss.
Apolo
predicaba en Corinto
después de San Pablo (Hch. 18, 24 ss.).
Cefas es
Pedro, jefe de los apóstoles.
Ni de Pablo
ni, de Apolo: Esta es una fórmula eterna que nos
enseña a no seguir a las personas sino en cuanto son
fieles siervos del único Maestro Jesucristo. ¡Con Él
sí que debemos ser “personalistas”! (Mt. 15, 3-9;
23, 8; Col. 2, 8; 2 Ts. 3, 6). Véase 1 Ts. 2, 13 y
nota; Hch. 16, 34 y nota.
17.
Para que no se
inutilice la Cruz:
para que no se
atribuyese las conversiones al poder de la
elocuencia, sino a la virtud de la cruz de
Jesucristo (S. Tomás). De lo contrario, Cristo
habría muerto en vano, como el mismo Pablo dijo a
San Pedro (Ga. 2, 21), añadiendo, con enorme
elocuencia, que él no
quería desperdiciar la gracia de Dios. Los
corintios, como buenos paganos, desconocían esa
divergencia entre la doctrina cristiana y la
sabiduría humana: que el cristianismo no es
filosofía ni ciencia, sino virtud de Dios (Col. 2,
8). ¿No nos esforzamos, quizás, demasiado por
demostrar la fe, en vez de mostrar la fuerza de la
Palabra de Dios? Ella, dice Benedicto XV, “no
necesita de afeites o de acomodación humana para
mover y sacudir los ánimos, porque las mismas
Sagradas Páginas, redactadas bajo la inspiración
divina, tienen de suyo abundante sentido genuino;
enriquecidas por divina virtud, tienen fuerza
propia; adornadas con soberana hermosura, brillan
por sí solas” (Encíclica “Spiritus Paraclitus”). Cf.
Rm. 1, 16 y nota.
19. Véase Is. 29, 14;
Sal. 32, 10. “Por el pecado
del primer hombre, de tal manera se declinó y se
deterioró el libre albedrío, que nadie desde
entonces puede rectamente amar a Dios o creerle, u
obrar por amor a Dios lo que es bueno, sino aquel
que haya sido socorrido previamente por la gracia de
la divina misericordia” (Denz. 199).
25. Esta
sabiduría la encontramos, como observa S. Jerónimo,
en primer lugar en la meditación y ciencia de las
Sagradas Escrituras, que en medio de las
tribulaciones y torbellinos del mundo conservan el
equilibrio de nuestra alma. San Pablo la llama
“nuestra consolación” (Rm. 15, 4).
29.
Carne
llama el Apóstol
a todo hombre en sí mismo, para recordarnos, con
saludable humillación, no sólo nuestro carácter de
creaturas, sino también de seres caídos que de nada
podrían gloriarse. Véase v. 19; 2, 14 y notas.
30. No es, pues,
nuestra sabiduría la fuente de nuestra
justificación, como tampoco nuestra bondad nos
merece la santificación. “Es el amor de Dios el que
derrama y crea la bondad en todas las cosas” (S.
Tomás). Cf. v. 4. S.
Pablo se aplica esto a sí mismo en 15, 10. Mons. Keppler, el aún llorado
obispo de Rottenburgo que unía a su celo de pastor
la honda espiritualidad bíblica del exegeta y la
vocación apostólica del predicador del Evangelio,
nos formuló un día esta verdad profundísima, que
penetró para siempre en el espíritu de más de uno de
sus discípulos: “En buena cuenta, el hombre quisiera
que Dios lo admirase y premiase como reconocimiento
de sus méritos. Y resulta al revés, que Dios lo ama
a causa de su miseria, y tanto más, cuanto más
miseria tiene, como hace un padre con el hijo
enfermo. El que sienta mortificada su “dignidad” en
aceptar, como hombre insignificante, un amor
gratuito de misericordia, no podrá entender la
pequeñez (que es la verdadera humildad), ni la
gracia de la Redención. ¡Y ay de él si, excluyéndose
de la misericordia, cree poder contar con merecer un
premio según la justicia!” Cf. Mc. 7, 4; Rm. 10, 3 y
notas.
31. No dice que no
nos gloriemos, sino que nos gloriemos en Dios. Con
ello hacemos acto de
verdadera infancia
espiritual, que es el mejor modo para olvidarse a sí
mismo, como lo hace el niño que camina ufanamente
apoyado en el fuerte brazo de su padre. Cf. 2 Co.
10, 17; Jr. 9, 23 s.
|