1
CORINTIOS |
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La idolatría en la historia
del pueblo de Israel.
1
No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres
estuvieron todos debajo de la nube, y todos pasaron por el
mar*;
2
y todos en
orden a Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar;
3
y todos comieron el mismo manjar espiritual,
4
y todos bebieron la misma bebida espiritual, puesto
que bebían de una piedra espiritual que les iba siguiendo, y
la piedra era Cristo*.
5
Con todo, la
mayor parte de ellos no agradó a Dios, pues fueron tendidos
en el desierto*.
6
Estas cosas
sucedieron como figuras para nosotros, a fin de que no
codiciemos lo malo como ellos codiciaron*.
7
No seáis, pues, idólatras, como algunos de ellos,
según está escrito: “Sentóse el pueblo a comer y a beber, y
se levantaron para danzar”*.
8 No cometamos,
pues, fornicación, como algunos de ellos la cometieron y
cayeron en un solo día veintitrés mil*.
9 No tentemos, pues, al Señor, como algunos de ellos le tentaron, y
perecieron por las serpientes*.
10 No murmuréis, pues, como algunos de ellos murmuraron y perecieron a
manos del Exterminador.
11 Todo esto les sucedió a ellos en figura, y fue
escrito para amonestación de nosotros para quienes ha venido
el fin de las edades*.
12 Por tanto, el
que cree estar en pie, cuide de no caer*.
13 No nos ha sobrevenido tentación que no sea humana; y
Dios es fiel y no permitirá que seáis tentados sobre
vuestras fuerzas, sino que aun junto a la tentación
preparará la salida, para que podáis sobrellevarla*.
Los ídolos y la mesa del Señor.
14 Por lo cual,
amados míos, huid de la idolatría*.
15 Os hablo como a prudentes; juzgad vosotros mismos de lo que os digo:
16 El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es comunión de la sangre de
Cristo? El pan que partimos ¿no es comunión del cuerpo de
Cristo?*
17 Dado que uno
es el pan, un cuerpo somos los muchos; pues todos
participamos del único Pan.
18 Mirad al Israel según la carne. ¿Acaso los que comen de las víctimas
no entran en comunión con el altar?
19 ¿Qué es, pues, lo que digo? ¿Que lo inmolado a los
ídolos es algo? ¿O que el ídolo es algo?
20 Al contrario,
digo que lo que inmolan [los gentiles], a los demonios lo
inmolan, y no a Dios, y no quiero que vosotros entréis en
comunión con los demonios.
21 No podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios. No
podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los
demonios*.
22 ¿O es que
queremos provocar a celos al Señor? ¿Somos acaso más fuertes
que Él?
La norma en todo es: dar
gloria a Dios.
23 “Todo es
lícito”: pero no todo conviene. “Todo es lícito”; pero no
todo edifica*.
24 Ninguno mire
por lo propio sino por lo del prójimo*.
25 De todo lo que se vende en el mercado, comed sin
inquirir nada por motivos de conciencia*;
26 porque “del Señor es la tierra y cuanto ella
contiene”*.
27 Si os convida alguno de los infieles y aceptáis, comed de cuanto os
pongan delante, sin inquirir nada por motivos de conciencia.
28 Mas si alguno os dijere: “esto fue inmolado”, no comáis, en atención a
aquel que lo señaló, y por la conciencia.
29 Por la
conciencia digo, no la propia, sino la del otro. Mas ¿por
qué ha de ser juzgada mi libertad por conciencia ajena?
30 Si yo tomo mi parte con acción de gracias ¿por qué
he de ser censurado por aquello mismo de que doy gracias?
31 Por lo cual, ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier cosa, todo
habéis de hacerlo para gloria de Dios*,
32 y no seáis ocasión de escándalo, ni para los judíos,
ni para los griegos, ni para la Iglesia de Dios;
33 así como yo también en todo procuro complacer a todos, no buscando mi
propio provecho, sino el de todos para que se salven.
1 ss.
Nuestros padres:
Los de
Israel, que también lo son nuestros, como hijos que
somos también de la promesa hecha a los Patriarcas
(Rm. 4, 1 ss.; 9, 6; Ga. 3, 7; Ef. 2, 20, etc.).
Alude S. Pablo al éxodo de los israelitas de Egipto
bajo Moisés cuando pasaron el Mar Rojo, guiados por
una nube que les daba sombra de día y luz de noche
(Ex. 13, 21; Sal. 104, 39; Sb. 10, 17; 19, 7 y
notas). En
orden a Moisés, es decir, fueron incorporados a
él, como nosotros a Cristo (cf. Ex. 14, 3).
Manjar y
bebida: los israelitas, dice S. Juan Crisóstomo,
recibieron maná y agua; nosotros, el Cuerpo y la
Sangre de Cristo. El adjetivo
todos se
repite cinco veces para acentuar que aunque todo
Israel recibió aquellas bendiciones, sólo un pequeño
número entró en la tierra prometida. Véase la
tremenda Parábola del banquete nupcial (Mt. 22, 14).
Cf. Mt. 13, 47 ss.
4.
Piedra
es, desde antiguo,
uno de los nombres divinos (Dt. 32, 4; 15, 8; 2 Sam.
2, 22; Sal. 17, 3, etc.).
La piedra era
Cristo: Así le llama también el Príncipe de los
Apóstoles (1 Pe. 2, 4 ss.) y el mismo Pablo en Ef.
2, 20. S. Justino, fundándose en los Evangelios (que
él llama “Memorias de los Apóstoles”) escribe a
Trifón el judío: “Porque leemos (en ellos) que el
Cristo es el Hijo de Dios,
lo proclamamos y lo entendemos como Hijo, el mismo
que en los libros de los Profetas es llamado la
Sabiduría, el Día, el Oriente, la Espada, la Piedra,
etc.”. “Era el Mesías quien acordaba a la nación
teocrática no solamente el agua para saciar su sed,
sino también todas las demás gracias que necesitaba.
Nada más bello y nada más real que esta actividad
anticipada del Mesías en la historia judía (v. 9;
Jn. 12, 41, etc.). Ya un escritor sagrado del
Antiguo Testamento había dicho (Sb. 10, 15 ss.) que
la divina Sabiduría estaba con los judíos en el
desierto; ahora bien, esa Sabiduría es el mismo
Verbo de Dios” (Fillion). Cf. nuestra introducción
al Libro de la Sabiduría; Si. 24, 15 y notas. Véase
también el v. 17 y 12, 12; Judas 5 y notas.
6.
Como figuras:
así como los
israelitas fueron bautizados en la nube y en el mar
(vv. 1 y 2) y alimentados con un manjar espiritual
(vv. 3 y 4), así también nosotros recibimos las
aguas del Bautismo y el Pan del cielo en la
Eucaristía. Lo
malo: alusión a los israelitas que codiciaron
las carnes de Egipto. Pero mientras tenían aún la
carne de las codornices entre los dientes, fueron
castigados (Nm. 11, 4 ss.).
7. Cita de Ex. 32, 6.
En los lugares mundanos de hoy, el baile entre las
comidas parecería querer imitar esto al pie
de la letra.
8. Cf. Nm. 25, 1 y 9.
Fornicar
se usa generalmente
en la Sagrada Escritura para señalar cuánta
infidelidad se esconde en la idolatría (St. 4, 4 s.,
y nota; Ap. 17, 2; 18, 3. Aquí se refiere a la
fornicación con las hijas de Moab. Nm. 25, 1 ss.
11.
El fin de las edades:
Fórmula
semejante a la hebrea
acharit
hayamim (Is. 2, 2); es aplicada, como observa
Fillion, por oposición a los tiempos en que aún se
esperaba la primera venida del Mesías. Véase
expresiones semejantes en Ga. 4, 4; Ef. 1, 10; Hb.
9, 26; 1 Pe. 1, 5; 1 Jn. 2,
18. Así también S. Pablo aplica en forma análoga el
anuncio de Is. 49, 8 en 2 Co. 6, 2. Cf. 3, 14; 4, 8
ss.; 2 Tm. 3, 1 y notas.
12. Es decir que no
estamos aún confirmados en la gracia
(cf. Hb. 8, 8 ss.), y que nuestra carne estará
inclinada al mal hasta el fin, por lo cual, aunque
ya somos salvos en esperanza (Rm. 8, 24), hemos de
saber que sólo podremos vencer nuestras malas
inclinaciones recurriendo a la vida según el
espíritu (Ga. 5, 16 y nota), y que cada instante en
que nos libramos de caer en la carne es un nuevo
favor que debemos “a la gracia de la divina
misericordia” (Fil. 1, 29; 2, 13 y notas), “para que
no se gloríe ninguna carne”, como dijo el Apóstol en
1, 29. Cf. Ef. 2, 9.
13. Es la consoladora
doctrina que expone Santiago (St. 1, 13 y nota),
añadiendo aún que de la tentación saldremos mejor
que antes (St. 1, 12). “El que de la tentación hace
que saquemos provecho, de manera que podamos
sostenernos, Él mismo nos asiste a
todos y nos da su
mano para que alcancemos las eternas coronas por
gracia y benignidad de Nuestro Señor Jesucristo, con
espléndida aclamación” (S. Crisóstomo). Véase Sal.
124, 3 y nota.
14 ss. Para evitar
toda especie de idolatría, el Apóstol va a dar instrucciones
sobre el misterio eucarístico.
Comunión
(v. 16): el griego dice
koinonía,
que la Vulgata traduce “comunicación” y
“participación” (cf. v. 17 s.). Con el ejemplo que
S. Pablo pone, comparándola con la
participación
en los sacrificios (vv. 18 ss.), les explica
perfectamente este misterio sobrenatural, pues ya
los judíos que aún seguían el antiguo culto (v. 18;
cf. Hb. 8, 4 y nota), y hasta los paganos en sus
sacrificios idolátricos (v. 19 s.), creían que la
manducación de la víctima los ponía en comunión con
el altar (v. 18). Así vemos toda la realidad
sobrenatural de la fracción del pan (cf. Hch. 2, 42
y nota) como verdadera comunión del Pan de vida que
es Cristo, y de su Sangre derramada en el Calvario
(cf. Jn. 6, 48-58; Mt. 26, 27 y notas), y de ahí que
declare el Apóstol la imposibilidad de mezclar ambos
altares (vv. 19-21), lo cual notifica aquí a los
gentiles de Corinto, como lo hará a los Hebreos en
la carta para ellos (Hb. 8, 5; 13, 10 y notas). S.
Justino y S. Ireneo atestiguan a este respecto la fe
de los primeros cristianos sobre esta unión con
Cristo, Víctima del Calvario y Sacerdote Eterno,
mediante el misterio eucarístico al cual llama por
eso S. Agustín “señal de unidad y vínculo de amor”.
La Didajé (escrita a fines del primer siglo
cristiano), en su oración eucarística toma este
concepto con trascendencia escatológica diciendo:
“Así como este pan fraccionado estuvo disperso sobre
las colinas y fue recogido para formar un todo, así
también de todos los confines de la tierra sea tu
Iglesia reunida para el reino tuyo... De los cuatro
vientos reúnela, santificada, en tu reino que para
ella preparaste, porque tuyo es el poder y la
gloria por los siglos. ¡Venga la gracia! ¡Pase este
mundo! ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Maran Atha!
Amén”. Cf. 16, 22. Mediante esas comparaciones y la
del maná del cielo como alimento espiritual (v. 3) y
la bebida espiritual de la Piedra que es Cristo (v.
4 y nota), S. Pablo quiere llevarnos a penetrar el
escondido misterio espiritual del “único Pan” (v.
17).
16.
El cáliz de
bendición:
El cáliz eucarístico.
Cf. Mt. 26, 27; Hch. 2,
42.
21. En 11, 17 volverá
a hablarnos de la fracción del pan, como instituida
por el mismo Jesús para memoria del Calvario, y se
referirá a los
ágapes
para
condenar los abusos que en
ellos se cometían.
24. Aquí concreta
netamente el Apóstol, en una clara norma de vida
(cf. 13, 5
y nota), esa verdadera obsesión que hemos de tener
por la caridad fraterna según el Sermón de la
Montaña. En 13, 5 nos dice él mismo que la caridad
no busca sus propios intereses. Esto no quiere decir
que el cristiano quede abandonado y sin recursos,
sino todo lo contrario; porque para ellos
precisamente dijo Jesús que el Padre les dará todo
por añadidura si antes buscan ellos lo que a Dios
agrada (Mt. 6, 33). Véase Mt. 6, 8 y nota.
25 ss. S. Pablo
vuelve a tomar el hilo dando normas prácticas de
cómo comportarse en los banquetes (caps. 8 y 9).
Distingue tres casos, mostrando que la licitud en
comer no estriba en lo que afecta a los
manjares (cf. Col. 2, 16 ss.), sino en la caridad de
que antes habló. La regla general es tener
consideración con los flacos para no darles ocasión
de tropiezo. Cf. Rm. 14, 2 ss.; 15, 2.
26. Nótese con qué
hermosa elocuencia y libertad aplica aquí esta cita
del Sal. 23, 1.
31. También ésta ha
sido llamada
regla de oro de la
caridad
(cf. Mt. 7, 12 y nota). Todo ha de hacerse por
agradar a nuestro Padre (cf. Hch. 2, 46; Sal. 34, 28
y nota). Y como lo que más le agrada a Él es que
tengamos caridad unos con otros, tal ha de ser
nuestra constante preocupación (cf. v. 24 y nota).
Recordemos para siempre que aquí estaría la solución
–¡la única!– de todos los problemas individuales,
sociales e internacionales, y que en vano se la
buscará sin la caridad en las grandes asambleas, las
habilidades diplomáticas o las técnicas
sociológicas. Todo será inútil, dice León XIII en
Rerum Novarum, sin “una gran efusión de caridad”.
Mas no es tal cosa lo que anuncia Jesús, sino que
nos previene que habrá toda suerte de guerras y
odios entre hermanos, padres e hijos (Mt. 24, 6
ss.). De lo cual hemos de sacar una saludable
desconfianza en las soluciones humanistas (Jn. 2, 24
y nota) y en el “simpático optimismo”, que según la
Biblia es la característica de los falsos profetas
(Ez. cap. 13 y notas), que surgirán precisamente
(Mt. 24, 11) cuando falte ese amor (Mt. 24, 12).
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