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CORINTIOS |
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B. ¿ES LÍCITO
COMER DE LOS MANJARES CONSAGRADOS A LOS ÍDOLOS?
(8, 1 - 10, 33)
No hay impureza en comer
carnes ofrecidas a los ídolos.
1
En cuanto a las carnes ofrecidas a los ídolos,
sabemos que todos tenemos ciencia. Pero la ciencia infla, en
tanto que la caridad edifica*.
2
Si alguno se imagina que sabe algo, nada sabe todavía
como se debe saber*.
3
Pero si uno ama a Dios, ése es de Él conocido.
4
Ahora bien, respecto del comer las carnes ofrecidas a
los ídolos, sabemos que ningún ídolo en el
mundo existe (realmente),
y que no hay Dios sino Uno.
5
Porque aunque haya algunos
que se llamen dioses, sea en el cielo, sea en la tierra –de
esta clase hay muchos “dioses” y “señores”–.
6
Mas para nosotros no hay
sino un solo Dios, el Padre, de quien vienen todas las
cosas, y para quien somos nosotros; y un solo Señor,
Jesucristo, por quien son todas las cosas, y por quien somos
nosotros*.
No escandalizar a los débiles.
7
Mas no en todos hay esta ciencia; sino
que algunos, acostumbrados hasta ahora a los ídolos, comen
esas carnes como ofrecidas antes a los ídolos, y su
conciencia, débil como es, queda contaminada*.
8 Pero no es el
alimento lo que nos recomienda a Dios; ni somos menos si no
comemos, ni somos más si comemos.
9 Cuidad, empero de que esta libertad vuestra no sirva
de tropiezo para los débiles*.
10 Pues si alguno te viere a ti, que tienes ciencia, sentado a la mesa en
lugar idolátrico, ¿no será inducida su conciencia, débil
como es, a comer de las carnes ofrecidas a los ídolos?
11 Y así por tu ciencia perece el débil, el hermano por
quien Cristo murió.
12 Pecando de esta manera contra los hermanos, e
hiriendo su conciencia que es flaca, contra Cristo pecáis*.
13 Por lo cual, si el manjar escandaliza a mi hermano,
no comeré yo carne nunca jamás, para no escandalizar a mi
hermano.
1 ss. Parte de los
sacrificios
que los paganos
ofrecían a sus ídolos, se vendía en el mercado. Por
lo tanto, algunos cristianos se sentían inquietos al
comer carne,
especialmente cuando eran convidados por algún
pagano.
2 s. Quiere decir:
nada sabe;
y esto no
solamente porque la pura ciencia
infla (v.
1) y nada vale sin la sabiduría sino también porque
son tantos los misterios revelados por Dios en la
Escritura, que jamás sabremos de ellos todo cuanto
habría que saber. En cambio el que ama (v. 3), o sea
el que tiene la caridad que edifica (v. 1), ése es
conocido de Dios (v. 3). Y esto es lo que importa:
lo que Él conoce; porque la realidad
es lo que sucede ante Dios y no lo que ocurre en el
campo de la mente nuestra, sujeta a error y que
puede ser víctima de la imaginación. Por eso es que
las emociones propias no tienen tanto valor en la
vida espiritual. Cf. 7, 31 y nota.
6.
Un solo Dios, el
Padre,
etc.: Es ésta una de las grandes luces para el
conocimiento del verdadero Dios, que hallamos en la
Sagr. Escritura, donde el Padre siempre es llamado
Dios por antonomasia (cf. 1, 3; 8, 4 ss.; Jn. 8, 54
y nota; Ef. 4, 6; 1 Tm. 2, 5, etc.). El Padre es
amor, el Hijo es amor, el Espíritu Santo es amor,
porque los tres son una sola Divinidad y Dios es
amor (1 Jn. 4, 16). El Padre es el Principio del
amor (“Caritas Pater”). El Hijo es el Don del amor
(“Gratia Filius”), y al mismo tiempo su expresión
(Verbo del amor), su conocimiento (la luz del amor
que viene a este mundo: Jn. 1, 9; 3, 19; 12, 46), y
su contenido mismo: resplandor de la gloria del
Padre y figura de su sustancia (Hb. 1, 3), y viene
como “Dios con nosotros” o Emmanuel (Is. 7, 14). El
Espíritu Santo es el Soplo del amor (“Communicatio
Spiritus Sanctus”) y da todavía un paso más que el
Verbo Jesús, realizando la divinización de los
hombres como hijos de Dios, si ellos aceptan a
Jesucristo. El Padre es, diríamos, Dios Amor en Sí.
El Hijo es ese Dios Amor
con nosotros.
El Espíritu Santo es ese Dios Amor
en nosotros
(Jn. 14, 16), terminando así el proceso divino
ad extra, es decir trayéndonos eficazmente, en
virtud de la voluntad del Padre que nos dio al Hijo,
y de los méritos del Hijo ante el Padre, la
participación en la naturaleza divina (2 Pe. 1, 4),
el nacimiento de Dios como hijos (Jn. 1, 12-13; Ef.
1, 5), la vida de amistad con el Padre y el Hijo en
virtud de ese amor (1 Jn. 1, 3) y la unidad, en fin,
consumada con el Padre y el Hijo (Jn. 17, 21-23).
Cf. 2 Co. 13, 13 y nota.
7.
Contaminada,
no por el hecho
mismo, sino por la viciada intención del que lo hizo
creyendo que era pecado. Vemos aquí la importancia
capitalísima y decisiva
que tiene ante Dios la rectitud de conciencia. Cf.
10, 25-29; Rm. 14, 14-23.
9. El cristianismo es
la religión de la caridad, y no una tabla de
derechos y fórmulas. Es, por consiguiente, deber
nuestro renunciar a una cosa lícita
para salvar un alma. Lo que en sí es cosa
indiferente y lícita, puede redundar en perjuicio de
otro, si para éste es ocasión de pecado. Véase nota
anterior.
12. Pecan contra
Cristo porque son culpables de que muera un miembro
de su Cuerpo Místico, un
alma que Él amó hasta
entregarse por ella (Ga. 2, 20) y cuyas ofensas Él
mira como hechas a Sí mismo (Mt. 25, 40 y 45).
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