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C. REGLAS
PRÁCTICAS PARA LAS ASAMBLEAS CRISTIANAS
(11, 1-34)
La mujer en la iglesia.
1
Sed imitadores míos tal cual soy yo de
Cristo*.
2
Os alabo de que
en todas las cosas os acordéis de mí, y de que observéis las
tradiciones conforme os las he transmitido.
3
Mas quiero que sepáis que la cabeza de
todo varón es Cristo, y el varón, cabeza de la mujer, y
Dios, cabeza de Cristo*.
4
Todo varón que
ora o profetiza con la cabeza cubierta, deshonra su cabeza.
5
Mas toda mujer que ora o profetiza con la cabeza
descubierta, deshonra su cabeza; porque es lo mismo que si
estuviera rapada*.
6
Por donde si
una mujer no se cubre, que se rape también; mas si es
vergüenza para la mujer cortarse el pelo o raparse, que se
cubra.
7
El hombre, al
contrario, no debe cubrirse la cabeza, porque es imagen y
gloria de Dios; mas la mujer es gloria del varón*.
8 Pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón;
9 como tampoco fue creado el varón por causa de la mujer, sino la mujer
por causa del varón.
10 Por tanto, debe la mujer llevar sobre su
cabeza (la señal de estar bajo)
autoridad, por causa de los
ángeles*.
11
Con todo, en el Señor, el varón no es sin la mujer, ni la
mujer sin el varón.
12
Pues como la mujer procede del varón, así también el
varón (nace) por
medio de la mujer; mas todas las cosas son de Dios.
13
Juzgad por vosotros mismos: ¿Es cosa decorosa que una mujer
ore a Dios sin cubrirse?
14
¿No os enseña la misma naturaleza que si el hombre deja
crecer la cabellera, es deshonra para él?
15
Mas si la mujer deja crecer la cabellera es honra para ella;
porque la cabellera le es dada a manera de velo.
16
Si, con todo eso, alguno quiere disputar, sepa que nosotros
no tenemos tal costumbre, ni tampoco las Iglesias de Dios.
Los ágapes y la Eucaristía.
17 Entretanto, al intimaros esto, no alabo el que
vuestras reuniones no sean para bien sino para daño vuestro*.
18 Pues, en primer lugar, oigo que al reuniros en la
Iglesia hay escisiones entre vosotros; y en parte lo creo.
19 Porque menester es que haya entre vosotros facciones para que se
manifieste entre vosotros cuáles sean los probados*.
20 Ahora, pues, cuando os reunís en un mismo lugar, no
es para comer la Cena del Señor;
21 porque cada cual, al comenzar la cena, toma primero
sus propias provisiones, y sucede que uno tiene hambre
mientras otro está ebrio.
22 ¿Acaso no tenéis casas para comer y beber? ¿O es que
despreciáis la Iglesia de Dios, y avergonzáis a los que nada
tienen? ¿Qué os diré? ¿He de alabaros? En esto no alabo.
23 Porque yo he
recibido del Señor lo que también he transmitido a vosotros:
que el Señor Jesús la misma noche en que fue entregado, tomó
pan*;
24 y habiendo dado gracias, lo partió y dijo: Este es
mi cuerpo, el (entregado)
por vosotros. Esto haced en
memoria mía.
25
Y de la misma manera (tomó)
el cáliz, después de cenar, y
dijo: Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre; esto
haced cuantas veces bebáis, para memoria de Mí.
26
Porque cuantas veces comáis este pan y bebáis el cáliz,
anunciad la muerte del Señor hasta que Él venga*.
27
De modo que quien comiere el pan o bebiere el cáliz del
Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del
Señor*.
28
Pero pruébese cada uno a sí mismo, y así coma del pan y beba
del cáliz*;
29
porque el que come y bebe, no haciendo distinción del
Cuerpo (del Señor),
come y bebe su propia condenación.
30
Por esto hay entre vosotros muchos débiles y enfermos, y
muchos que mueren*.
31
Si nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados.
32
Mas siendo juzgados por el Señor, somos corregidos para no
ser condenados con el mundo.
33
Por lo cual, hermanos míos, cuando os juntéis para comer,
aguardaos los unos a los otros.
34
Si alguno tiene hambre, coma en su casa a fin de que no os
reunáis para condenación. Cuando yo vaya arreglaré lo demás.
1. El Apóstol, que al
terminar el capítulo anterior no ha vacilado en
señalar su propia conducta para mostrar que ella no
contradice lo que sus labios predican, se
apresura a completar aquí su pensamiento con el
Nombre del divino Maestro. Sólo Él es santo, y nadie
puede serlo sino gracias a Él. Cf. 10, 17; Jn. 1,
16; Rm. 16, 27 y notas.
3. S. Pablo, que en
las Epístolas de la cautividad nos presentará a
Jesús como la
Cabeza del Cuerpo Místico (Ef. 1, 22 s.; 4, 16,
etc.) quiere aquí “que sepamos” que Jesús es Cabeza
de cada varón, siendo éste para Cristo lo mismo que
la esposa es para él, es decir, algo que, si bien le
está sometido, no es una simple esclava sino el
objeto de todo su amor, a quien él mismo se entrega
totalmente. Este concepto del alma esposa de Cristo,
que meditamos en el Cantar de los Cantares, es
completado por S. Pablo en 2 Co. 11, 2, donde dice
que nos ha presentado a Cristo para desposarnos con
Él como una casta virgen.
Dios es cabeza
de Cristo: Véase en 3, 22-23 y notas, cómo este
misterio de amor y sumisión de la mujer al varón y
del varón a Cristo, es el mismo que existe entre
Jesús y el Padre.
5 ss. Tomen nota
las mujeres
cristianas
del celo con
que S. Pablo señala esta conveniencia de velarse la
cabeza en el Templo, cosa que hoy está olvidada o
deformada por el uso de sombreros que nada cubren y
que no son signo de dependencia como ha de
ser el velo (v. 10). En tiempo de S. Pablo, sólo las
rameras se atrevían a tener esa conducta.
7. “No se dice aquí
que el
varón
sea la imagen y la
gloria de Dios en atención solamente al cuerpo, alma
y espíritu (1 Ts. 5, 23) puesto que a este respecto
lo es igualmente la mujer... No debe el varón cubrir
su cabeza, porque el velo es señal de sujeción” (S.
Crisóstomo). En esta época de excesivo feminismo
conviene recordar que la sujeción de la mujer no es
doctrina de tal o cual
escuela, sino que fue impuesta expresamente por
Dios: “Estarás bajo la potestad de tu marido y él te
dominará” (Gn. 3, 16). Véase Ef. 5, 22; cf. Ez. 13,
17-19 y notas. “La tesis desarrollada en todo este
capítulo es que la mujer, siendo inferior al hombre,
debe guardar su rango y llevar el signo de su
inferioridad” (Buzy). Cf. v. 10; 14, 34-35 y nota.
17. Con motivo de la
“fracción del pan” (Hch. 2, 42) se organizaba
una comida, el
ágape que en griego significa
amor, acto
de fraternidad y que beneficiaba a los pobres. En
esta hermosa institución, que S. Crisóstomo llama
“causa y ocasión para ejercer la
caridad”, el espíritu del mundo se había
introducido, como siempre, mezclando las miserias
humanas con las cosas de Dios. El Apóstol señala
francamente esos abusos.
19.
Menester es
que haya entre vosotros facciones: esto es,
disensiones. No es que sea necesario, sino que es
inevitable, porque Jesús anunció que Él traería
división (Mt. 10, 34) y que en un mismo hogar habría
tres contra dos (Lc. 12, 51 s.) y a veces hay que
odiar a la propia familia para
ser discípulo de Él (Lc. 14, 26), porque no todos
los invitados al banquete de bodas tienen el traje
nupcial (Mt. 22, 14), y la separación definitiva de
unos y otros sólo será en la consumación del siglo
(Mt. 13, 47-49). Entretanto, en la lucha se
manifiesta y se corrobora la fe de los que de veras
son de Él (1 Pe. 1, 7; St. 1, 12). De ahí que el
ideal de paz entre los que se llaman hermanos (Mc.
9, 49), no siempre sea posible (Rm. 12, 18) y que a
veces los apóstoles enseñen la separación
(cf. 5, 9-10). Véase 5, 11 ss. y nota; Hch. 20, 29;
1 Jn. 2, 19, etc.
23 ss.
Yo he recibido del
Señor: En
este pasaje vemos una vez más que el Apóstol, cual
otro evangelista, nos transmite verdades recibidas
directamente del Señor (cf. 15, 3; Hch. 22, 14; 26,
16; Ga. 1, 11 y notas). En efecto, como hace notar
Fillion, este relato “ha debido servir de fuente a
la relación que S. Lucas (discípulo de Pablo)
consignó en su Evangelio” (Lc. 22, 19 s.). Sobre la
Eucaristía, véase 10, 14 y nota. En este párrafo el
Apóstol nos enseña las siguientes verdades como
directamente recibidas del Señor (cf. 15, 3; Ga. 1, 11, etc.): a) la Eucaristía
es realmente el Cuerpo y la Sangre de Cristo (24
s.); b) el Apóstol y sus sucesores están autorizados
para perpetuar el acto sagrado (24-26); c) la Misa
es un sacrificio (25); d) el mismo de la Cruz (26);
e) la Eucaristía debe
recibirse dignamente (27), es decir, con la plenitud
de la fe y humildad del que severamente examina su
conciencia (28-31).
26.
Anunciad la muerte
del Señor:
Sólo en la Cena dijo
Jesús que su Cuerpo se entregaría
por nosotros.
Antes, había tenido que revelar muchas veces, a
los azorados ojos de sus discípulos, el misterio
de su rechazo por la Sinagoga y de su Pasión, Muerte
y Resurrección. Pero su delicadeza infinita lo
apartaba de decir que esa muerte era el precio que
Él pagaba por el rechazo de Israel y la culpa de
todos (Mt. 16, 13-21 y notas), y que ella había de
brindar a todos la vida (Jn. 11, 49-52). Sólo en el
momento de la despedida les reveló este misterio de
su amor sin límites, eco del amor del Padre, y,
queriendo anticiparles ese beneficio de su
Redención, esa entrega total de sí mismo (Lc. 22,
15), les entregó –y en ellos a todos nosotros, según
lo dice Él mismo (Jn. 13, 1 y nota)– la
Eucaristía como algo inseparable de la Pasión. Tal
es lo que enseña aquí San Pablo, lo mismo que en el
v. 27. Hasta que Él venga: Es decir que el Memorial eucarístico subsistirá,
como observa Fillion, hasta la segunda
venida de Cristo, porque entonces habrá “nuevos
cielos y nueva tierra” (2 Pe. 3, 13; Is. 65, 17; Mt.
28, 20; Ap. 21, 1 y 5, etc.). Cf. Hb. 10, 37
y nota.
27.
Quien comiere
indignamente:
“El que no piensa
como Cristo, no come su Carne ni bebe su Sangre, aun
cuando todos los días reciba para su juicio tan
magno Sacramento. No piensa como Cristo el que,
apartando de Él el afecto de su corazón, se vuelve
al pecado; y bien puede llamarse miserable a este
tal, a quien un bien tan grande es dado
frecuentemente y de ello no recibe ni percibe una
ventaja espiritual” (S. Agustín).
Será reo del
Cuerpo y de la Sangre del Señor: Se deduce de
estas palabras que Jesucristo está presente bajo
cada una de las dos especies (pan y vino). De no ser
así, el Apóstol no podría decir que cualquiera por
tomar indignamente alguna de ellas sería reo del
Cuerpo y también de la Sangre del Señor.
28. Cf. 2 Co. 13, 5.
Según Buzy,
habría aquí una “alusión a la confesión pública o
exomológesis practicada desde aquella época”. Véase
St. 5, 16. En el
Confiteor
que hoy se recita al principio de la Misa y antes de
comulgar, tanto el sacerdote como los fieles hacemos
confesión pública de que somos pecadores, gravemente
de corazón, de palabra y de obra, y sin descargo
alguno, al decir, “por mi culpa... mi máxima culpa”.
Véase Sal. 50, 6 y nota.
30.
Muchos débiles y
enfermos,
etc. Vemos cómo S. Pablo observaba ese tristísimo
fenómeno de las comuniones sin fruto que hoy notamos
en los ambientes mundanos con apariencia de fe, que
hallan compatible la unión eucarística con las
desnudeces, las conversaciones, las lecturas, los
espectáculos y las costumbres del mundo, el cual
está condenado (v. 32) y cuyo príncipe es Satanás
(Jn. 14, 30 y nota). San Pablo enseña también –cosa
ciertamente insospechada– que tal es la causa de
muchas enfermedades y aun de muchas muertes
corporales y que en esto hemos de ver, no una
severidad de Dios, sino al contrario, una
misericordia que quiere evitar el castigo eterno.
Cf. 5, 5 y nota.
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