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D. LOS DONES ESPIRITUALES Y SU USO
(12, 1 - 14,
40)
Los dones espirituales.
1
En orden a las cosas espirituales no
quiero, hermanos, que seáis ignorantes*.
2
Bien sabéis que cuando erais gentiles se os
arrastraba de cualquier modo en pos de los ídolos mudos*.
3
Os hago saber, pues, que nadie que hable en el
Espíritu de Dios, dice: “anatema sea Jesús”; y ninguno puede
exclamar: “Jesús es el Señor”, si no es en Espíritu Santo*.
4
Hay diversidad de dones, mas el Espíritu es uno mismo*,
5
y hay
diversidad de ministerios, mas el Señor es uno mismo;
6
y hay
diversidad de operaciones, mas el mismo Dios es el que las
obra todas ellas en todos.
7
A cada uno, empero, se le otorga la manifestación del
Espíritu para el
bien (común)*.
8
Porque a uno, por medio del Espíritu, se le otorga palabra
de sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según el mismo
Espíritu*;
9
a otro, en el mismo Espíritu, fe; a otro, dones de
curaciones, en el único Espíritu*;
10
a otro, operaciones de milagros; a otro, profecía; a otro,
discreción de espíritus; a otro, variedad de lenguas; a
otro, interpretación de lenguas.
11
Pero todas estas cosas las obra el mismo y único Espíritu,
repartiendo a cada cual según quiere*.
Unidad del cuerpo místico en
la diversidad de sus miembros.
12 Porque así como el cuerpo es uno, mas tiene muchos miembros, y todos
los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, forman un
mismo cuerpo, así también Cristo*.
13 Pues todos nosotros fuimos bautizados en un mismo Espíritu, para ser
un solo cuerpo, ya judíos, ya griegos, ya esclavos, ya
libres; y a todos se nos dio a beber un mismo Espíritu.
14 Dado que el cuerpo no es un solo miembro, sino
muchos.
15 Si dijere el pie: porque no soy mano, no soy del
cuerpo, no por esto deja de ser del cuerpo.
16 Y si dijere el
oído: porque no soy ojo, no soy del cuerpo, no por esto deja
de ser del cuerpo.
17 Si todo el cuerpo fuera ojo ¿dónde estaría el oído?
Si todo él fuera oído ¿dónde estaría el olfato?
18 Mas ahora Dios
ha dispuesto los miembros, cada uno de ellos en el cuerpo,
como Él ha querido.
19 Y si todos fueran un mismo miembro ¿dónde estaría el
cuerpo?
20 Mas ahora son muchos los miembros, pero uno solo el
cuerpo.
21 No puede el ojo decir a la mano: no te necesito; ni
tampoco la cabeza a los pies: no tengo necesidad de
vosotros.
22 Muy al contrario, aquellos miembros que parecen ser más débiles, son
los más necesarios;
23 y los que reputamos más viles en el cuerpo, los
rodeamos con más abundante honra; y nuestras partes
indecorosas, las tratamos con mayor decoro*,
24 en tanto que nuestras partes honestas no tienen necesidad de ello; mas
Dios combinó el cuerpo, de manera de dar decencia mayor a lo
que menos la tenía;
25 para que no haya disensión en el cuerpo, sino que
los miembros tengan el mismo cuidado los unos por los otros*.
26 Por donde si
un miembro sufre, sufren con él todos los miembros; y si un
miembro es honrado, se regocijan con él todos los miembros.
27 Vosotros sois,
pues, cuerpo de Cristo y
miembros (cada
uno) en parte*.
28
Y a unos puso Dios en la Iglesia, primero apóstoles, segundo
profetas, tercero doctores, a otros les dio el don de
milagros, de curaciones, auxilios, gobiernos y variedades de
lenguas.
29
¿Son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Son todos
doctores? ¿Son todos obradores de milagros?
30
¿Tienen todos dones de curaciones? ¿Hablan todos en lenguas?
¿Son todos intérpretes?
31
Aspirad a los dones más grandes. Pero os voy a mostrar
todavía un camino más excelente*.
1. En los capítulos
12, 13 y 14 responde S. Pablo a la consulta sobre
los
carismas o dones especiales
del Espíritu Santo
(el griego dice literalmente los
pneumáticos)
concedidos abundantemente a los cristianos por
el divino Espíritu, según era visible en la Iglesia.
Véase Hch. 2, 1 ss.; 8, 17; 19, 6 y notas. Fillion
hace notar que esas manifestaciones espirituales “se
han enrarecido poco y poco y aun desaparecieron casi
completamente”. Dejan de mencionarse en la Escritura
desde el final del tiempo de los
Hechos.
2. A los que mirasen
nuestra fe como un ciego dogmatismo gregario y
servil, opone S. Pablo aquí un verdadero alarde de
vida espiritual. Jesús es la luz, y no quiso
que se le siguiera en tinieblas con “la fe del
carbonero” (Jn. 12, 46), porque la vida eterna
consiste en conocerlo bien a Él y por Él al Padre
(Jn. 17, 3). De ahí que el gran Apóstol no quiere
que los cristianos ignoren los misterios del
Espíritu (v. 1), y opone la Ley de Cristo (v. 3)
–que no es
ídolo mudo, porque habló y sus Palabras son la
verdad que hace libres a los que las buscan y
conservan (Jn. 8, 31 s.)– a la oscura esclavitud de
los paganos que, sin vida
espiritual propia, se dejaban pasivamente conducir a
la superstición por mentores semejantes a aquellos
sacerdotes de Bel cuyos subterfugios descubrió tan
admirablemente el profeta Daniel (Dn. 14, 1-21). Cf.
2 Co. 1, 23; 13, 4; Ga. 4, 8 y notas.
3. He aquí la regla
general para distinguir los
espíritus:
todas las
manifestaciones de palabra o de hecho que se oponen
a Jesús, esto es, a su gloria o a su enseñanza, son
malas. Nótese que el Espíritu Santo, que por
voluntad del Padre es el glorificador de Jesús (Jn.
16, 14), es también quien
nos anima y capacita para confesar que Jesús es el
Señor (cf. Mc. 9, 38; 1 Jn. 5, 1 y 5; Fil. 2, 11 y
nota). Las almas iluminadas por el Espíritu Santo se
elevan a la espiritualidad propia de los hijos de
Dios (Rm. 8, 14) merced a la mansión en ellas del
divino Espíritu (2, 11 ss.; 3, 17 ss. y notas). “El
Espíritu Santo es fuente de un gozo sin fin que
consiste en la asimilación de Dios. ¡Convertirse en
Dios! Nada puede apetecerse de más bello” (S.
Basilio).
4 ss. Los mejores
autores señalan en los versículos 4-6 la
mención sucesiva del Espíritu Santo, del Verbo
encarnado y del Padre, de donde se deducen preciosas
enseñanzas sobre la doctrina de la Santísima
Trinidad y la distinción de las divinas Personas.
Véase 8, 6 y nota.
7. Es decir, no para
Él sino para toda la
Iglesia (vv. 12 ss.), lo cual comporta gravísima
responsabilidad en quien recibe los dones, como se
ve en la parábola de los talentos (Mt. 25, 14 ss.).
Ello explica que haya habido profetas infieles a su
misión, y nos muestra que la posesión de esos dones
no es por sí misma un indicio suficiente de
santidad.
8 ss. Trátase de los
diversos carismas o inspiraciones y dones
especiales, ministerios apostólicos y operaciones
sobrenaturales. Véase vv. 28-30; Rm. 12, 6-8; Ef. 4,
11. Buzy hace notar cómo S. Pablo coloca
por encima de la ciencia la sabiduría o conocimiento
de los designios íntimos de Dios. Cf. 2, 10 ss. y
notas.
9. Se refiere, como
observan Fillion, Buzy, etc., no a la fe teologal
sino a la fe que obra milagros, y cuyos efectos son
enumerados a continuación
(cf. Mt. 17, 20). Véase 13, 2 y nota.
11 ss. Como hay
muchos miembros, pero un solo cuerpo, así hay
también muchos carismas, pero un solo Espíritu.
Ninguno se juzgue despreciado si otros están dotados
de un don más apetecido. Cada uno guarde su puesto
y el don que el Espíritu le ha concedido, pues que
no se trata de dones personales (v. 7 y nota) y
todos los carismas son inútiles sin la caridad
(12-26). Véase Rm. 12, 3 y 6; Ef. 4, 7. “No hay
felicidad mayor que la de saber que, de toda
eternidad, Dios tenía un destino elegido
especialmente para cada uno, por su infinito amor,
de modo que en ese destino estará para nosotros el
máximum de la dicha que a cada uno conviene, tanto
en la eternidad como desde ahora. Pretender cambiar
esa posición por iniciativa propia sería, no
solamente querer superar el amor de Dios y su
sabiduría, sino también alterar el fin que Él mismo
se propuso al crear a cada uno. Véase 15, 38 ss. Por
lo demás, si bien las palabras
según quiere
se refieren al divino Espíritu, también es, en
cierta manera, según quiere cada cual, es decir
según acepta y desea. Porque el mismo
Dios nos advierte que Él
llena de bienes a los hambrientos (Lc. 1, 53) y nos
invita a abrir bien la boca para poderla colmar
(Sal. 80, 11 y nota). En un mercado donde todo se da
gratis, el que pide poco es un necio (cf. Is. 55, 1
y nota). Sólo se trata, pues, de hacerse pequeño
como un niño para recibir lo que se niega a los
sabios y a los prudentes (Lc. 10, 21). Tal es el
sentido de las palabras de S. Agustín: “Si quieres
ser predestinado, hazte predestinado”.
12. Admiremos cómo se
ensancha aquí la visión al mostrársenos la Iglesia
de Dios como un cuerpo orgánico,
pero místico. Lo que el Espíritu Santo hace al
distribuir así diversamente sus dones, no es sino
edificar el cuerpo de Cristo que hemos de formar
todos los cristianos (v. 13). De manera que si cada
uno de nosotros tiene dones distintos, es porque
somos miembros de ese Cuerpo y entre todos hemos de
hacer la armonía del conjunto (v. 14). Y esto, lejos
de obstar al bien de cada uno, según lo que vimos en
la nota anterior, lo confirma de una manera nueva,
haciéndonos comprender que la mano no está hecha
para ser usada como pie, ni el oído para ser ojo,
etc., ni la mano podría ser feliz cortada del
cuerpo, como si fuera ella misma una persona (v.
19), por lo cual la plenitud de nuestro bien está en
la armonía de ese Cuerpo, que es el Cristo total,
cuya Cabeza o centro vital es el mismo Jesús (Ef. 4,
15 s.) de cuya plenitud lo recibimos todo (Jn. 1,
16). Esta alegoría del cuerpo humano, acerca de la
cual suele recordarse imágenes semejantes de autores
paganos (Menenio Agripa, Séneca, Marco Aurelio,
etc.), no es pues, según vemos, sino el desarrollo
de la alegoría propuesta por el mismo Señor sobre la
vid y los sarmientos: algo vital y orgánico, e
infinitamente más real y profundo que toda figura
literaria, como que los cuerpos físicos y todas las
cosas creadas son imágenes visibles de las
invisibles realidades espirituales, según lo vimos
en Rm. 1, 20 y nota, y como lo señala aquí el v. 24
al mencionar la expresa disposición de Dios. S.
Pablo presenta aquí el concepto de
cuerpo especialmente en cuanto a la solidaridad entre los miembros,
de donde se deduce también la comunidad de bienes
espirituales (cf. 2 Co. 10, 15). En las Epístolas de
la cautividad esencialmente Cristológicas, explayó
el gran misterio del
Cuerpo Místico
con relación a Aquel que resucitado de entre los
muertos, sentado a la diestra del Padre y puesto
sobre la casa de Dios (Hb. 10, 21) como Sumo
Sacerdote del Santuario celestial (Hb. 8, 2; 9, 11 y
24), es a un tiempo la
Cabeza y la vida de toda “la Iglesia que es su
Cuerpo” (Ef. 1, 20-23; 2, 6; Col. 1, 18, etc.). Cf.
Mt. 13, 47 y notas.
23 s. Así como en
este gráfico análisis del cuerpo físico –en que el
Apóstol señala expresamente las deliberadas
voluntades del Creador– sucede en el Cuerpo Místico
de Cristo: los que hayamos estado más bajos,
según el mundo, seremos los privilegiados de la
gloria, los preferidos de Aquel que estuvo entre
nosotros como un sirviente (Lc. 22, 27). Tal es lo
que S. Pablo nos ha dicho antes sobre la posición
siempre despreciada de los apóstoles (4, 9 ss.; 2
Co. 6, 4 ss. y notas), no obstante ser esa vocación
la primera (v. 28), y la más deseable (v. 31). ¿Es
que acaso no habrían de cumplirse las predicciones
de Jesús sobre los apóstoles verdaderos? (Jn. 15, 18
ss.; 16, 1-4). He aquí una piedra de toque para
saber encontrarlos.
25 s. El Apóstol
quiere acentuar, con toda razón, que esa solidaridad
existe entre los miembros como un hecho real, o sea
que no se trata de un precepto que deba cumplirse en
sentido moral, sino de algo que afecta vitalmente al
interés de todos
y de cada uno, tanto en un cuerpo espiritual como en
el físico. “De ahí han tomado los sociólogos, no
solamente la concepción orgánica de la sociedad
humana, sino también el concepto de la solidaridad
social que sirvió de base para demostrar la
conveniencia y la necesidad de la armonía entre los
hombres”.
27 ss.
Miembros (cada uno)
en parte.
Es decir, no que unos seamos miembros de otros,
según resultaría de la Vulgata, sino que nadie es
más que una parte de esos miembros, o sea que
necesita de los demás, según la solidaridad que
antes vimos, y no puede pretender que él sólo es
todo el Cuerpo de Cristo.
Esas distintas partes son las que luego enumera (v.
28 ss.), y entre ellas hay que aspirar
ambiciosamente a las más grandes (la Vulgata dice:
mejores), que son el apostolado y la profecía (14,
1). El sentido de ésta se ve en 14, 3.
31. “Ya está Pablo
ardiendo, llevado al amor”, dice aquí S. Ambrosio.
El amor es más que todo, y es lo que valoriza todo,
como veremos en el cap. 13, y lo es todo en sí
mismo, como
que se confunde con el mismo Dios puesto que Él es
amor (1 Jn. 4, 8 y 16). Por eso el discípulo amado
debió al amor su Evangelio y su gran Epístola, y en
ellos hallamos la cumbre de lo que Dios reveló en
materia de espiritualidad, así como en el
Apocalipsis, del mismo Juan, está la cumbre de los
misterios revelados en cuanto a nuestro destino y al
del universo.
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