Libro Segundo de los Reyes
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Capítulo 18: 2 Reyes 18
La invasión asiria y el profeta isaías
El reinado de Ezequías en Judá (716-687)
2 Crón. 29. 1-2
18 1 El tercer año de Oseas, hijo de Elá, rey de Israel, inició su
reinado Ezequías, hijo de Ajaz, rey de Judá.
2 Tenía veinticinco años cuando comenzó a reinar, y reinó
veintinueve años en Jerusalén. Su madre se llamaba Abí, hija de
Zacarías.
3 Él hizo lo que es recto a los ojos del Señor, tal como lo había
hecho su padre David.
4 Hizo desaparecer los lugares altos, rompió las piedras
conmemorativas, taló el poste sagrado e hizo pedazos la serpiente de
bronce que había hecho Moisés, porque hasta esos días los israelitas
le quemaban incienso; se la llamaba Nejustán.
5 Ezequías puso su confianza en el Señor, el Dios de Israel, y no
hubo después de él ninguno igual entre todos los reyes de Judá, como
tampoco lo hubo antes que él.
6 Se mantuvo fiel al Señor sin apartarse de él, y observó los
mandamientos que el Señor había dado a Moisés.
7 Tuvo éxito en todas sus empresas, porque el Señor estaba con él.
Se rebeló contra el rey de Asiria y no fue más su vasallo.
8 Derrotó a los filisteos hasta Gaza y devastó su territorio, desde
las torres de guardia hasta las plazas fuertes.
Evocación de la caída de Samaría
9 El cuarto año del rey Ezequías, que era el séptimo año de Oseas,
hijo de Elá, rey de Israel, Salmanasar, rey de Asiria, subió contra
Samaría y la sitió.
10 Al cabo de tres años la conquistaron, en el sexto año de
Ezequías, que era el noveno año de Oseas, rey de Israel, fue tomada
Samaría.
11 El rey de Asiria deportó a los israelitas a Asiria y los
estableció en Jalaj, y también junto al Jabor, río de Gozán, y en
las ciudades de los medos.
12 Esto sucedió porque no habían escuchado la voz del Señor, su
Dios, y habían transgredido su alianza; todo lo que había mandado
Moisés, el servidor del Señor, ellos no lo habían escuchado ni
practicado.
La invasión de Senaqueriby el tributo impuesto a Ezequías
2 Crón. 32. 1; Is. 36. 1
13 El decimocuarto año del rey Ezequías, Senaquerib, rey de Asiria,
subió contra todas las ciudades fortificadas de Judá y se apoderó de
ellas.
14 Ezequías, rey de Judá, mandó a decir al rey de Asiria, que estaba
en Laquis: “He cometido un error; retírate y aceptaré lo que me
impongas”. El rey de Asiria exigió al rey Ezequías, rey de Judá,
trescientos talentos de plata y trescientos talentos de oro.
15 Ezequías entregó entonces toda la plata que se encontraba en la
Casa del Señor y en los tesoros de la casa del rey.
16 Fue en aquel tiempo cuando Ezequías desmanteló las puertas del
Templo del Señor y los soportes que el mismo Ezequías, rey de Judá,
había recubierto de metal, para entregarlos al rey de Asiria.
Amenazas de Senaquerib contra Jerusalén
2 Crón. 32. 9-19; Is. 36. 2-22
17 Desde Laquis, el rey de Asiria envió a Jerusalén, donde estaba
Ezequías, al general en jefe, al jefe de los eunucos y al copero
mayor, acompañados de una fuerte escolta. Ellos subieron y, al
llegar a Jerusalén, se apostaron junto al canal de la piscina
superior, sobre la senda del campo del Tintorero.
18 Llamaron al rey, y Eliaquím, hijo de Jilquías, el mayordomo de
palacio, salió a su encuentro, junto con Sebná, el secretario, y
Joaj, hijo de Asaf, el archivista.
19 El copero mayor les dijo: “Digan a Ezequías: Así habla el gran
rey, el rey de Asiria: ¿Qué motivo tienes para estar tan confiado?
20 ¿Piensas que la estrategia y el valor para el combate son
cuestión de palabras? ¿En quien confías para rebelarte contra mí?
21 ¡Ah, sí! Tú confías en el apoyo de esa caña quebrada, en Egipto,
que perfora y atraviesa la mano de todo el que se apoya en él. Eso
es el Faraón, rey de Egipto, para todos los que confían en él.
22 Seguramente, tú me dirás: ‘Nosotros confiamos en el Señor,
nuestro Dios’. Pero ¿no fue acaso Ezequías el que suprimió todos los
lugares altos y los altares dedicados a él, diciendo a la gente de
Judá y de Jerusalén, ‘Sólo delante de este altar, en Jerusalén,
ustedes deberán postrarse’?
23 ¡Y bien! Haz una apuesta con mi señor, el rey de Asiria: ¡Yo te
daré dos mil caballos, si puedes conseguir bastantes hombres para
montarlos!
24 ¿Cómo harías retroceder a uno solo de los más insignificantes
servidores de mi señor? ¡Pero tú confías en Egipto para tener carros
de guerra y soldados!
25 ¿Acaso he venido a arrasar este país sin el consentimiento del
Señor? Fue el Señor quien me dijo: ¡Sube contra ese país y
arrásalo!”.
26 Eliaquím, hijo de Jilquías, Sebná y Joaj dijeron al copero mayor:
“Por favor, háblanos en arameo, porque nosotros lo entendemos. No
nos hables en hebreo, a oídos del pueblo que está sobre la muralla”.
27 Pero el copero mayor les replicó: “¿Acaso mi señor me envió a
decir estas cosas a tu señor y a ti? ¿No están dirigidas a esos
hombres apostados sobre la muralla, que tendrán que comer sus
excrementos y beber su orina, igual que ustedes?”.
28 Entonces el copero mayor, puesto de pie, gritó bien fuerte en
hebreo: “Escuchen la palabra del gran rey, el rey de Asiria: 29 Así
habla el rey: Que Ezequías no los engañe, porque él no podrá
librarlos de mi mano.
30 Y que Ezequías no los induzca a confiar en el Señor, diciendo:
Seguramente el Señor nos librará, y esta ciudad no caerá en manos
del rey de Asiria.
31 No le hagan caso a Ezequías, porque así habla el rey de Asiria:
Hagan las paces conmigo y ríndanse. Así cada uno de ustedes comerá
los frutos de su viña y de su higuera, y beberá el agua de su pozo,
32 hasta que venga yo y los lleve a un país como el de ustedes, un
país de trigo y vino nuevo, un país de pan y viñedos, un país de
olivares, de aceite fresco y de miel; así ustedes vivirán y no
morirán. Pero no escuchen a Ezequías, porque él los seduce,
diciendo: “El Señor nos librará”.
33 ¿Acaso los dioses de las naciones han librado a sus países de la
mano del rey de Asiria?
34 ¿Dónde están los dioses de Jamat y de Arpad? ¿Dónde están los
dioses de Sefarvaim, de Hená y de Ivá? ¿Dónde los dioses del país de
Samaría? ¿Han librado de mi mano a Samaría?
35 Entre todos los dioses de esos países, ¿hubo alguno que librara
de mi mano a su propio país, para que el Señor libre de mi mano a
Jerusalén?”.
36 El pueblo guardó silencio y no le respondió ni una sola palabra,
porque esta era la orden del rey, “No le respondan nada”.
37 Eliaquím, hijo de Jilquías, el mayordomo de palacio, Sebná, el
secretario, y Joaj, hijo de Asaf, el archivista, se presentaron ante
Ezequías con sus vestiduras desgarradas, y le informaron de las
palabras del copero mayor.
Fuente: Catholic.net