Libro Segundo de los Reyes
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Capítulo 17: 2 Reyes 17
Oseas, último rey de Israel(732-724)
17 1 El duodécimo año de Ajaz, rey de Judá, comenzó a reinar sobre
Israel, en Samaría, Oseas, hijo de Elá, rey de Israel.
2 Él hizo lo que es malo a los ojos del Señor, aunque no tanto como
los reyes de Israel que lo habían precedido.
La caída de Samaría (722)
3 Salmanasar, rey de Asiria, subió contra él, y Oseas se le sometió
y le pagó tributo.
4 Pero el rey de Asiria descubrió que Oseas conspiraba, este, en
efecto, había enviado mensajeros a So, rey de Egipto, y no había
hecho llegar a Asiria el tributo anual. Entonces el rey de Asiria
hizo arrestar a Oseas y lo encerró en una prisión.
5 Luego invadió todo el país, subió contra Samaría y la sitió
durante tres años.
6 En el noveno año de Oseas, el rey de Asiria conquistó Samaría y
deportó a los israelitas a Asiria. Los estableció en Jalaj y sobre
el Jabor, río de Gozán, y en las ciudades de Media.
Reflexión sobre la ruina del reino del Norte
7 Esto sucedió porque los israelitas pecaron contra el Señor, su
Dios, que los había hecho subir del país de Egipto, librándolos del
poder del Faraón, rey de Egipto, y porque habían venerado a otros
dioses.
8 Ellos imitaron las costumbres de las naciones que el Señor había
desposeído delante de los israelitas, y las que habían introducido
los reyes de Israel.
9 Los israelitas perpetraron contra el Señor, su Dios, acciones
indebidas, se edificaron lugares altos en todas sus ciudades, tanto
en las torres de guardia como en las plazas fuertes; 10 se erigieron
piedras conmemorativas y postes sagrados sobre todas las colinas
elevadas y bajo todo árbol frondoso; 11 allí, en los lugares altos,
quemaron incienso como las naciones que el Señor había desterrado
delante de ellos; cometieron malas acciones para provocar al Señor
12 y sirvieron a los ídolos, aunque el Señor les había dicho: “No
harán nada de eso”.
13 El Señor había advertido solemnemente a Israel y a Judá por medio
de todos los profetas y videntes, diciendo: “Vuelvan de su mala
conducta y observen mis mandamientos y mis preceptos, conforme a
toda la Ley que prescribí a sus padres y que transmití por medio de
mis servidores los profetas”.
14 Pero ellos no escucharon, y se obstinaron como sus padres, que no
creyeron en el Señor, su Dios.
15 Rechazaron sus preceptos y la alianza que el Señor había hecho
con sus padres, sin tener en cuenta sus advertencias. Fueron detrás
de ídolos vanos, volviéndose así vanos ellos mismos, por ir detrás
de las naciones que los rodeaban, aunque el Señor les había
prohibido obrar como ellas.
16 Abandonaron todos los mandamientos del Señor, su Dios, y se
hicieron ídolos de metal fundido –¡dos terneros!– erigieron un poste
sagrado, se postraron delante de todo el Ejército de los cielos y
sirvieron a Baal.
17 Inmolaron a sus hijos y a sus hijas en el fuego, practicaron la
adivinación y la magia, y se vendieron para hacer lo que el Señor
reprueba, provocando su indignación.
18 El Señor se irritó tanto contra Israel, que lo arrojó lejos de su
presencia. Sólo quedó la tribu de Judá.
19 Pero tampoco Judá observó los mandamientos del Señor, su Dios,
sino que imitó las costumbres que había introducido Israel.
20 Y el Señor rechazó a toda la raza de Israel, los humilló y
entregó en manos de salteadores, hasta que al fin los arrojó lejos
de su presencia.
21 Cuando el Señor arrancó a Israel de la casa de David, y fue
proclamado rey Jeroboám, hijo de Nebat, este alejó del Señor a
Israel y le hizo cometer un gran pecado.
22 Los israelitas imitaron todos los pecados que había cometido
Jeroboám, y no se apartaron de ellos, 23 tanto que al fin el Señor
apartó a Israel de su presencia, conforme a lo que había dicho por
medio de todos sus servidores los profetas. Así Israel fue deportado
lejos de su suelo, a Asiria, hasta el día de hoy.
El origen de los samaritanos
24 El rey de Asiria hizo venir gente de Babilonia, de Cut, de Avá,
de Jamat y de Sefarvaim, y la estableció en las ciudades de Samaría,
en lugar de los israelitas. Ellos tomaron posesión de Samaría y
ocuparon sus ciudades.
25 Pero cuando comenzaron a establecerse en ese lugar, no veneraban
al Señor, y el Señor envió contra ellos leones, que hicieron una
masacre.
26 Entonces dijeron al rey de Asiria: “La gente que has deportado y
establecido en las ciudades de Samaría no conoce la manera de honrar
al dios de ese país, y él les envió unos leones que los hicieron
morir, porque ellos no conocían la manera de honrar al dios de ese
país”.
27 El rey de Asiria impartió esta orden: “Manden allí a uno de los
sacerdotes de Samaría que yo he deportado; que vaya a establecerse
allí y les enseñe la manera de honrar al dios de ese país”.
28 Uno de los sacerdotes deportados de Samaría fue entonces a
establecerse en Betel, y les enseñaba cómo se debía venerar al Dios
de Israel.
29 Pero la gente de cada nación se hizo su propio dios y los
instalaron en los templos de los lugares altos que habían construido
los samaritanos. Cada una de las naciones obró así en la ciudad
donde residía, 30 la gente de Babilonia hizo un Sucot Benot; los de
Cut, un Nergal; los de Jamat, un Asimá; 31 los avitas, un Nibjáz y
un Tartac. En cuanto a los sefarvaítas, continuaron quemando a sus
hijos en honor de Adramélec y de Anamélec, dioses de Sefarvaim.
32 Pero también veneraban al Señor, y establecieron sacerdotes,
elegidos entre su propia gente, para que oficiaran en los templos de
los lugares altos.
33 Así, aunque veneraban al Señor, servían al mismo tiempo a sus
propios dioses, según el rito de las naciones de donde habían sido
deportados.
34 Hasta el día de hoy, ellos practican los ritos antiguos, no temen
al Señor ni practican los preceptos, los ritos, la Ley y los
mandamientos que dictó el Señor a los hijos de Jacob, a quien dio el
nombre de Israel.
35 El Señor, en efecto, había concluido con ellos una alianza y les
había ordenado: “Ustedes no temerán a otros dioses ni se postrarán
delante de ellos, no los servirán ni les ofrecerán sacrificios.
36 Sólo temerán al Señor, que los hizo salir de Egipto con gran
poder y brazo extendido; se postrarán delante de él y le ofrecerán
sacrificios.
37 Observarán los preceptos, los ritos, la Ley y los mandamientos
que yo escribí para ustedes, practicándolos todos los días, pero no
temerán a otros dioses.
38 No olvidarán la alianza que hice con ustedes, y no temerán a
otros dioses.
39 Sólo temerán al Señor, su Dios, y él los librará de la mano de
todos sus enemigos”.
40 Pero ellos no escucharon, sino que continuaron practicando los
ritos antiguos.
41 Así, estas naciones veneran al Señor y sirven también a sus
ídolos. Y sus hijos, y los hijos de sus hijos, hacen hasta el día de
hoy lo que habían hecho sus padres.
LOS REYES DE JUDÁ HASTA LA CAÍDA DE JERUSALÉN
El reino de Judá sobrevive al de Israel durante casi un siglo y
medio (721-587 a. C.). En todo este tiempo, su destino está ligado a
la historia de los grandes imperios que dominan el agitado escenario
del Antiguo Oriente. Durante el apogeo de Asiria, los reyes aceptan
toda clase de compromisos políticos y religiosos, a pesar de la
decidida oposición de los Profetas. Cuando este Imperio comienza a
desmoronarse, renacen las esperanzas nacionales y religiosas, que se
intensifican aún más con la caída de Nínive en poder de Babilonia
(612). Dentro de ese contexto favorable, se llevó a cabo la gran
reforma religiosa de Josías.
Pero la trágica y prematura muerte de este rey reformador, hunde de
nuevo a Judá en el desaliento y la confusión. Durante varios años,
se busca una salida por medio de diversas alianzas con Egipto. Hasta
que al fin, esta política fluctuante provoca la ira de
Nabucodonosor, rey de Babilonia, que asedia a Jerusalén y destruye
la Ciudad santa y el Templo. Después del saqueo, una gran parte de
la población es llevada al exilio, y así desaparece el reino de
Judá.
Con este cuadro sombrío concluye el segundo libro de los Reyes. Sin
embargo, el relato de la liberación del rey Joaquín, que estaba
exiliado en Babilonia (25.27-30), parece proyectar un tenue rayo de
luz. El futuro queda abierto a la insondable acción de Dios.
Fuente: Catholic.net