HECHOS15 |
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B. EL CONCILIO DE
JERUSALÉN
(15, 1-35)
Inquietud en las comunidades
cristianas.
1 Habían bajado
algunos de Judea que enseñaban a los hermanos: “Si no os
circuncidáis según el rito de Moisés, no podéis salvaros”*.
2 Pablo y Bernabé tuvieron con ellos no poca disensión y controversia.
Por lo cual resolvieron que Pablo y Bernabé y algunos otros
de entre ellos*
subieran a Jerusalén por causa de esta cuestión, a los
apóstoles y presbíteros.
3 Ellos, pues,
despedidos*
por la Iglesia, pasaron por Fenicia y Samaria, relatando la
conversión de los gentiles y llenando de gran gozo a todos
los hermanos.
4 Llegados a Jerusalén fueron acogidos por la Iglesia
y los apóstoles y los presbíteros, y refirieron todas las
cosas que Dios había hecho con ellos*.
5 Pero se levantaron algunos de la secta de los fariseos que habían
abrazado la fe, los cuales decían: “Es necesario
circuncidarlos y mandarlos observar la Ley de Moisés”.
Discurso de San Pedro.
6 Congregáronse entonces los apóstoles y presbíteros
para deliberar sobre este asunto.
7 Después de larga discusión se levantó Pedro y les
dijo: “Varones, hermanos, vosotros sabéis que desde días
antiguos Dios dispuso entre vosotros que los gentiles oyesen
por mi boca la palabra del Evangelio y llegasen a la fe*.
8 Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio dándoles el
Espíritu Santo, del mismo modo que a nosotros*,
9 y no ha hecho diferencia entre ellos y nosotros,
puesto que ha purificado sus corazones por la fe*.
10 Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios poniendo sobre
el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres
ni nosotros hemos podido soportar?*
11 Lejos de eso, creemos ser salvados por la gracia del Señor Jesús, y
así también ellos”*.
12 Guardó entonces silencio toda la asamblea y escucharon a Bernabé y a
Pablo, los que refirieron cuántos milagros y prodigios había
hecho Dios entre los gentiles por medio de ellos*.
Discurso de Santiago.
13 Después que ellos callaron, tomó Santiago la palabra
y dijo: “Varones, hermanos, escuchadme*.
14 Simeón ha declarado cómo primero Dios ha visitado a
los gentiles para escoger de entre ellos un pueblo
consagrado a su nombre*.
15 Con esto
concuerdan las palabras de los profetas, según está escrito:
16 «Después de esto volveré, y reedificaré el tabernáculo de David que
está caído; reedificaré sus ruinas y lo levantaré de nuevo*,
17 para que
busque al Señor el resto de los hombres, y todas las
naciones sobre las cuales ha sido invocado mi nombre, dice
el Señor que hace estas cosas*,
18 conocidas (por
Él) desde la eternidad»*.
19 Por lo cual yo
juzgo que no se moleste a los gentiles que se convierten a
Dios*,
20 sino que se
les escriba que se abstengan de las inmundicias de los
ídolos, de la fornicación, de lo ahogado y de la sangre*.
21 Porque Moisés tiene desde generaciones antiguas en
cada ciudad hombres que lo predican, puesto que en las
sinagogas él es leído todos los sábados”.
Los decretos del Concilio.
22 Pareció entonces bien a los apóstoles y a los
presbíteros, con toda la Iglesia, elegir algunos de entre
ellos y enviarlos con Pablo y Bernabé a Antioquía: a Judas,
llamado Barsabás, y a Silas, hombres destacados entre los
hermanos*;
23 y por conducto de ellos les escribieron:
“Los apóstoles y los presbíteros hermanos, a los
hermanos de la gentilidad, que están en Antioquía, Siria y
Cilicia, salud*.
24 Por cuanto
hemos oído que algunos de los nuestros, sin que les
hubiésemos dado mandato, fueron y os alarmaron con palabras,
perturbando vuestras almas,
25 hemos resuelto, de común acuerdo, escoger algunos, para enviarlos a
vosotros juntamente con nuestros amados Bernabé y Pablo,
26 hombres (éstos)
que han expuesto sus vidas por el
nombre de nuestro Señor Jesucristo.
27
Hemos enviado, pues, a Judas y a Silas, los cuales también
de palabra os anunciarán lo mismo.
28
Porque ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no
imponeros otra carga fuera de éstas necesarias*:
29
que os abstengáis de manjares ofrecidos a los ídolos, de la
sangre, de lo ahogado y de la fornicación; guardándoos de lo
cual os irá bien. Adiós”*.
30 Así despachados descendieron a Antioquía, y convocando la asamblea
entregaron la epístola;
31 y al leerla, hubo regocijo por el
consuelo (que les llevaba).
32
Judas y Silas, que eran también profetas*,
exhortaron a los hermanos con muchas palabras y los
fortalecieron.
33
Después de haberse detenido algún tiempo, fueron despedidos
en paz por los hermanos y volvieron a los que los habían
enviado.
34
Pero Silas creyó deber quedarse; Judas solo partió para
Jerusalén*.
35
Mas Pablo y Bernabé se quedaron en Antioquía, enseñando y
predicando con otros muchos la palabra del Señor.
C. SEGUNDO VIAJE DE SAN
PABLO
(15, 36 - 18, 22)
Bernabé se separa de Pablo.
36 Pasados algunos días, dijo Pablo a Bernabé:
“Volvamos y visitemos a los hermanos por todas las ciudades
donde hemos predicado la palabra del Señor, (para
ver) cómo se hallan”*.
37 Bernabé quería llevar también a Juan, llamado Marcos.
38 Pablo, empero, opinaba no llevarle más, pues se había separado de
ellos desde Panfilia y no los había seguido en el trabajo.
39 Originóse, pues, una disensión tal*,
que se apartaron uno de otro, y Bernabé tomó consigo a
Marcos y se embarcó para Chipre.
40 Pablo, por su parte, eligió a Silas y emprendió
viaje después de haber sido recomendados por los hermanos a
la gracia del Señor;
41 y recorrió la Siria y la Cilicia confirmando las
Iglesias*.
1. Como se deduce
del v. 5, algunos fariseos que habían abrazado a fe
inquietaban a los paganos convertidos, diciendo que
éstos no podían ser bautizados si antes no se hacían
judíos por medio de la circuncisión. Es de notar que
los perturbadores no tenían ninguna autoridad por
parte de los apóstoles (v. 24) y que negaban
virtualmente la salvación por la fe en Jesucristo.
2.
De entre ellos:
La Vulgata
dice: de entre
los otros. Es una confusión
(aliis por
illis), pues se refiere a los hermanos fieles y
no a aquellos judaizantes del v. 1, o fariseos del
v. 5, a quienes San Pablo alude en Ga. 2, 4,
llamándolos falsos hermanos. Cf. Ga. 2, 12; 5, 2 s.
3.
Despedidos
tiene aquí el
sentido de acompañados hasta cierta distancia, lo
que muestra la importancia del viaje y el interés de
todos por la doctrina, como también la caridad que
había entre ellos, y no mera cortesía formal. Cf.
Ga. 2, 1.
4.
Por la Iglesia y los
apóstoles, etc.:
La Iglesia en el
sentido de comunidad de los fieles.
Con ellos: es decir, lo que Dios había obrado, siendo ellos los
instrumentos (cf. v. 12; 14, 27; 21, 19). En igual
sentido dice María: “En mí obró grandezas el
Poderoso” (Lc. 1, 49).
7 ss. Como observan
Scío,
Crampon y otros, alude S. Pedro a la conversión del
centurión Cornelio (10, 9 ss.).
8.
Del mismo modo que a
nosotros:
véase esa nueva Pentecostés en 10, 44 y nota.
9.
No ha hecho
diferencia:
S. Pablo explica
dramáticamente en Ef. 2 este llamado de los que, no
siendo del pueblo judío escogido, aun estaríamos
sumidos en la noche de la depravación pagana, si la
divina obra de Jesús no hubiese “derribado el muro”
de separación.
Purificado sus corazones por la fe: Preciosa
noticia que el mismo San Pedro amplía (en 1 Pe. 1,
22), enseñándonos que esa purificación que viene de
la “obediencia a la verdad” (cf. 2 Co. 10, 5) es lo
que nos prepara para la caridad fraterna. Igual
concepto expone S. Pablo en Ga. 5, 6, precisamente
para declarar que nada significa ya la circuncisión
para el que se atiene a la
gracia. Cf. Hb. 8, 4 y nota.
10. Es lo que San
Pablo expresó
en Ga. 2, 14.
12.
Toda la asamblea:
Así
traduce Boudou (Vulg.:
multitudo),
citando los vv. 4 y 22 para mostrar que en el v.
7 Pedro habla en presencia de toda la Iglesia. Aquí
se ve también el perfecto acuerdo de él y de
Santiago con Pablo en materia de justificación (cf.
Ga. 2; St. 2).
Refirieron, etc.: “¡Hechos! Siempre van a los
hechos. Ningún prejuicio doctrinal, ningún espíritu
de casta, ningún nacionalismo estrecho subsistirá
contra éstos. Vano sería oponerse a la voluntad
divina”.
13.
Santiago:
el Menor, que habla
con su autoridad de obispo de Jerusalén, no obstante
lo cual vemos que prima la autoridad de San Pedro
(v. 7).
14.
Simeón:
forma hebraica de
Simón (Pedro).
Primero: no sólo por primera vez (en el caso a que alude antes Pedro
en v. 7), sino también antes de ejecutar lo
anunciado por el profeta.
Para escoger
de entre ellos: esto es, no ya colectivamente a
las naciones, como lo hizo con todo
Israel (cf. Ez. 18, 4 y nota), sino por elección
individual de los escogidos para ser hijos de Dios
(Rm. 8, 28 ss.; Jn. 11, 52), que son “los que creen
en su Nombre” (Jn. 1, 12), o sea no todos los peces
“buenos y malos” de la red (Mt. 13, 47 ss.); no
todos los entrados al banquete, sino los que tienen
el traje nupcial (Mt. 22, 12), siendo muchos
los llamados y pocos los escogidos (ibíd. 22, 14).
Grave revelación para los que pensaren que basta ser
bautizado, sin preocuparse de avivar la fe. Cf. 2,
41; Mc. 16, 16; Ef. 2, 8.
16. Cita libre de Am.
9, 11 s., según los Setenta.
El tabernáculo de
David:
Boudou traduce: la casa de David.
Después de eso: o sea, después del tiempo antes referido (v. 14).
Santiago añade esas palabras, que no están en los
LXX ni en el hebreo, para precisar mejor
su interpretación. Cf. Hb. 12, 26 ss. y nota.
17.
Sobre este texto observa Boudou: “Según la profecía
de Amós, Dios realzará la tienda de David;
reconstruirá el reino davídico en su integridad y le
devolverá su antiguo esplendor. Entonces Judá e
Israel conquistarán y poseerán el resto de
Edom, tipo
de los enemigos de Dios, y todo el resto de las
naciones extranjeras sobre quienes el nombre de Dios
ha sido pronunciado. La principal diferencia entre
el texto hebreo de Amós y la cita de los Hechos,
reside en que, allí donde el hebreo dice: “Ellos
poseerán
el resto de
Edom y todas las naciones..., el griego (y
Santiago) ha leído: los hombres (Adam, en lugar de Edom), y
sustituido el verbo
buscar al
verbo poseer:
El resto de los
hombres y
todas las naciones
buscarán al
Señor. En el hebreo nada corresponde a este
último término, el cual falta también en varios
testigos de la versión griega. En el hebreo
predomina la idea de conquista, de compulsión por la
fuerza; en el griego y en Santiago, la de un deseo,
de parte de los pueblos, de hallar al Señor y
convertirse a Él”. Sobre la confusión entre
Edom y
Adam cf. Sal. 75, 11 y nota.
19.
Los gentiles que se
convierten:
Dice esto porque
hasta entonces la primitiva Iglesia Cristiana sólo
estaba formada de judíos, como lo eran los
apóstoles.
20 s. Como observa
muy bien Santo Tomás, estas disposiciones, que han
sido tan discutidas, se fundaban simplemente en un
propósito de
caridad, a fin de no escandalizar a los judíos
cristianos que formaban la Iglesia primitiva (v. 19)
y que al ver a los paganos convertidos conservar
esas costumbres, podían creer que perseveraban en la
idolatría, tanto más cuanto que en las sinagogas, a
donde aquéllos seguían concurriendo (cf. 13, 15), se
hablaba siempre de la Ley mosaica. De las cuatro
cláusulas (cf. Gn. 9, 4; Lv. 3, 17; 5, 2; 17,
10-16), la primera se refiere al comer carne de las
víctimas ofrecidas a los ídolos; la tercera y cuarta
al comer carne de animales sofocados y la sangre de
animales. Estas tres cláusulas tenían valor
transitorio (1 Co. 8). La segunda vale para siempre.
Sobre el v. 21 cf. Hb. 8, 4 y nota.
22 ss.
Con toda la Iglesia:
Cf. 2 Co.
8, 19. Como observa Boudou, los fieles reunidos
prestaron su concurso en la elección de los
delegados y “aprobaban la decisión doctrinal, lo que
era una preciosa ventaja”, si bien la fuerza de
aquélla le venía de los apóstoles y presbíteros
(v. 23). Esta posición que en la Iglesia primitiva
tenían todos los creyentes bautizados y que habían
recibido el Espíritu Santo con la imposición de las
manos o confirmación (8, 17; 11, 16; cf. 2 Tm. 2, 2)
es singularmente apoyada por S. Pedro que reconoce
también un sacerdocio de laicos (1 Pe. 2, 4-9), y ha
sido recordada por Pío XI al declarar que en el
apostolado del clero corresponde a los laicos una
participación activa. Ésta, no pudiendo consistir en
la celebración de la Misa ni en la administración de
los Sacramentos, ha de ser en la difusión de la
Palabra de Dios (cf. 20, 9; 21, 8 y notas). A este
respecto el P. Garrigou Lagrange, de gran autoridad
teológica, refiere con singular complacencia cómo su
vocación religiosa se despertó al leer las palabras,
llenas de ardiente fe, de Ernest Hello, el laico
autor de “Palabras de Dios”, meditaciones
sobre algunos textos de la Sagrada Escritura.
23.
Los presbíteros
hermanos:
Algunos códices dicen:
los
presbíteros y los hermanos, lo que cuadra mejor
con el v. anterior. Así leen también S. Crisóstomo y
las versiones siríacas
(Peschitto y la Heraclense) y la etíope.
28.
No imponeros otra
carga: Es
como un eco del reproche dirigido por Jesús a los
fariseos en Mt. 23, 4. En realidad, bajo esta simple
fórmula se encierra una instrucción de enorme
trascendencia, que implica el tránsito del Antiguo
Testamento al Evangelio. Es como decirles con S.
Pablo: “Ya no
estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Rm. 6,
14).
29.
Adiós:
literalmente:
quedad
robustos, o sanos. Algunos textos, como el Codex
Bezae (D y d), San Ireneo, San Cipriano, etc.,
omiten la prohibición de comer carne de animales
sofocados, y añaden en cambio la regla de oro de la
caridad en forma negativa: “Y lo que no queréis que
os sea hecho no lo hagáis a otro” (véase Mt. 7, 12).
Algunos suponen que
de la sangre
significa:
del homicidio. Cf. v. 20; Sal. 50, 16 y nota.
Este Concilio
de los apóstoles fue celebrado en Jerusalén,
hacia el año 51, y es el modelo de todos los que se
han celebrado en la Iglesia asistidos por el
Espíritu Santo (v. 28).
32.
Eran profetas:
es decir, tenían
el don de edificar,
exhortar y consolar. Cf. 1 Co. 14, 3.
34. Versículo
discutido. Merk lo suprime, pero Fillion lo
sostiene, y está confirmado por el v. 40.
Silas,
que se queda en
Antioquía, será más tarde compañero de San Pablo en
sus viajes apostólicos (15, 40; 18, 5; 2 Co. 1, 19;
1 Ts. 1, 1; etc.).
36. Este
segundo viaje
fue por los años
51-53.
39. Pirot hace notar
que el incidente fue vivo (el griego dice
paroxismo).
Pero, como sucede
entre hombres de espíritu, el desacuerdo no
disminuyó su unión en la caridad y en el apostolado,
pues más tarde cita Pablo a Bernabé como modelo de
celo apostólico. Su separación contribuyó, como
observa S. Jerónimo, a la propagación del Evangelio
en otras regiones. En cuanto a S. Marcos, había
de compartir con el Apóstol las fatigas de la
prisión (1 Co. 9, 6; Col. 4, 10 s.; 2 Tm. 4, 11).
Ambos casos son para nosotros ejemplos de santa
libertad de espíritu (véase el caso de S. Pedro y S.
Pablo en Ga. 2, 11 ss.). “Algunos antiguos se
afligen por esta discusión. Se encarnizan por
demostrar que la conducta de cada uno de los actores
de este pequeño drama fue rigurosamente conforme a
las más exquisitas exigencias de la perfecta
santidad. El genial buen sentido de Crisóstomo, al
contrario, se alegra de que San Lucas, como verídico
historiador, haya así puesto de relieve lo
que quedaba de humano en los apóstoles. Nuestra
debilidad encuentra en ello un estímulo para no
desanimarse” (Boudou).
41. La Vulgata y
algunos testigos del griego (texto occidental)
añaden aquí:
“prescribiéndoles que guardaran los preceptos de los
apóstoles y de los presbíteros”. De todos modos,
igual expresión está en 16, 4 y es un testimonio del
aprecio en que se tenía esa tradición oral de los
tiempos apostólicos, aunque Fillion la refiere allí
limitadamente a las decisiones del Concilio de
Jerusalén.
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