HECHOS1 |
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PRÓLOGO
(1, 1-3)
1 El primer libro, oh Teófilo, hemos escrito acerca de todas las cosas
desde que Jesús comenzó a obrar y enseñar*,
2 hasta el día en que fue recibido en lo alto, después
de haber instruido por el Espíritu Santo a los apóstoles que
había escogido;
3 a los cuales también se mostró vivo después de su
pasión, dándoles muchas pruebas, siendo visto de ellos por
espacio de cuarenta días y hablando de las cosas del reino
de Dios*.
I. LA IGLESIA EN
JERUSALÉN
(1, 4 - 7, 60)
Últimos avisos de Jesús.
4 Comiendo con ellos, les mandó no apartarse de
Jerusalén, sino esperar la promesa del Padre, la
cual (dijo)
oísteis de mi boca*.
5
Porque Juan bautizó con agua, mas vosotros habéis de ser
bautizados en Espíritu Santo, no muchos días después de
éstos*.
6
Ellos entonces, habiéndose reunido, le preguntaron,
diciendo: “Señor, ¿es éste el tiempo en que restableces el
reino para Israel?”*
7
Mas Él les respondió: “No os corresponde conocer tiempos y
ocasiones que el Padre ha fijado con su propia autoridad;
8
recibiréis, sí, potestad, cuando venga sobre vosotros el
Espíritu Santo; y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda
la Judea y Samaria, y hasta los extremos de la tierra”*.
Ascensión del Señor.
9 Dicho esto, fue elevado, viéndolo ellos, y una nube
lo recibió (quitándolo)
de sus ojos*.
10
Y como ellos fijaron sus miradas en el cielo, mientras Él se
alejaba, he aquí que dos varones, vestidos de blanco, se les
habían puesto al lado*,
11
los cuales les dijeron: “Varones de Galilea, ¿por qué
quedáis aquí mirando al cielo? Este Jesús que de en medio de
vosotros ha sido recogido en el cielo, vendrá de la misma
manera que lo habéis visto ir al cielo”*.
En el Cenáculo de Jerusalén.
12 Después de esto regresaron a Jerusalén desde el
monte llamado de los Olivos que está cerca de Jerusalén,
distante la caminata de un sábado*.
13 Y luego que entraron, subieron al cenáculo, donde tenían su morada:
Pedro, Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y
Mateo, Santiago de Alfeo, Simón el Zelote y Judas de
Santiago*.
14 Todos ellos perseveraban unánimes en oración, con
las mujeres, con María, la madre de Jesús, y con los
hermanos de Éste*.
Elección del apóstol Matías.
15 En aquellos días se levantó Pedro en medio de los
hermanos y dijo –era el número de personas reunidas como de
ciento veinte–:
16 “¡Varones, hermanos! era necesario que se cumpliera la Escritura que
el Espíritu Santo predijo por boca de David acerca de Judas,
el que condujo a los que prendieron a Jesús.
17 Porque él pertenecía a nuestro número y había
recibido su parte en este ministerio.
18 Habiendo,
pues, adquirido un campo con el premio de la iniquidad, cayó
hacia adelante y reventó por medio, quedando derramadas
todas sus entrañas*.
19 Esto se hizo
notorio a todos los habitantes de Jerusalén, de manera que
aquel lugar, en la lengua de ellos, ha sido llamado
Hacéldama, esto es, campo de sangre.
20 Porque está escrito en el libro de los Salmos: “Su morada quede
desierta, y no haya quién habite en ella”. Y: “Reciba otro
su episcopado”*.
21 Es, pues,
necesario que de en medio de los varones que nos han
acompañado durante todo el tiempo en que entre nosotros
entró y salió el Señor Jesús*,
22 empezando
desde el bautismo de Juan hasta el día en que fue recogido
de en medio de nosotros en lo alto, se haga uno de ellos
testigo con nosotros de Su resurrección”*.
23 Y propusieron a dos: a José, llamado Barsabás, por sobrenombre Justo,
y a Matías.
24 Y orando dijeron: “Tú, Señor, que conoces los
corazones de todos, muestra a quién de estos dos has elegido
25 para que ocupe
el puesto de este ministerio y apostolado del cual Judas se
desvió para ir al lugar propio suyo”.
26 Y echándoles suertes, cayó la suerte sobre Matías,
por lo cual éste fue agregado a los once apóstoles*.
1.
El primer libro,
esto es,
el tercer Evangelio, poco antes compuesto por el
mismo autor (Lc. 1, 1 ss.). Este capítulo es, pues,
como una continuación del cap. 24 del Evangelio de
S. Lucas, que termina con la Ascensión del Señor
(cf. v. siguiente).
3.
Cuarenta días:
Sólo Lucas nos
comunica este dato que fija la fecha de la Ascensión
y que tiene gran valor, pues según Lc. 24, 44-53
ésta parecería haberse producido el mismo día de la
Resurrección. “La obra de Jesús sobre la tierra se
encierra entre dos cuarentenas. Apenas salido del
desierto Jesús había anunciado el reino de Dios. De
él vuelve a hablar en sus últimos coloquios”
(Boudou). Cf. 19, 8 y nota.
Siendo visto de ellos: para que fuesen testigos de su Resurrección
(1, 22; 2, 32), pero no estaba ya con ellos
ordinariamente, como antes, sino que se les apareció
en las ocasiones que refieren los Evangelistas.
Del reino de
Dios: expresión que S. Mateo llama Reino de los
cielos, señalando su trascendencia universal (Mt. 3,
2), y que “designa el reino que debía fundar el
Mesías... No es usada en el Ant. Testamento, aunque
la idea que ella expresa sea a menudo señalada. Véase Is. 42, 1 y 49, 8; Jr. 3, 13 ss. y 23, 2 ss.; Ez. 11, 16
ss.; 34, 12 ss.; Os. 2, 12 ss.; Am. 9, 1 ss.;
Mi. 2, 12-13; 3, 12 ss.; etc. Sobre todo, Dn. 2, 44;
7, 13-14” (Fillion). Esto explica la pregunta del v.
6.
4.
La
promesa del
Padre, o sea, la venida del Espíritu Santo,
anunciada por Jesús como don del Divino Padre. Cf.
Mt. 3, 11; Mc. 1, 8; Lc. 3, 16; 24, 49; Jn. 1, 26;
14, 26.
5. El Precursor había
anunciado este bautismo distinto del suyo (Mt. 3,
11; Mc. 1, 8; Lc. 3, 16). Cf. 11, 16; Jn. 3, 5 y
nota.
6 s.
Habiéndose reunido:
Lucas
destaca con esto la solemnidad de la pregunta que
iban a hacer. Como observa Crampon, la reunión debió
ser al aire libre, pues inmediatamente después tuvo
lugar la Ascensión del Señor. Los apóstoles pensaban
en las profecías sobre la restauración de Israel,
que ellos, según se ve en su pregunta, tomaban en
sentido literal, como aquellos que glorificaron
al Señor en el día de
Ramos (Mt. 21, 9; Mc. 11, 10; Lc. 19, 38; Jn. 12,
13). Cristo no les da contestación directa, sino que
los remite a los secretos que el Padre tiene
reservados a su poder (Mt. 24, 36; Mc. 13, 32; Jn.
14, 28). El Espíritu Santo no tardaría en
revelarles, después de Pentecostés, el misterio de
la Iglesia, previsto de toda eternidad, pero oculto
hasta entonces en el plan divino; y sin el cual no
podrían cumplirse las promesas de los profetas, como
lo explicó Santiago en el Concilio de
Jerusalén (15, 14-18; Hb. 11, 39 s.; Rm. 11, 25 s.,
etc.). Cf. Ef. 3, 9; Col. 1, 26.
8.
Los extremos de la
tierra: Es
de notar que hasta la muerte de S. Esteban los
apóstoles no predicaban fuera de Jerusalén y Judea;
más tarde el diácono Felipe y después S. Pedro y S.
Juan fueron a evangelizar la Samaria (cf. 8, 5 ss.),
aquella provincia ya
madura para la cosecha (Jn. 4, 35); finalmente, y poco a poco,
osaron predicar a los gentiles. Cf. 28, 28 y nota.
9.
Entre este v. y el anterior, Jesús los había sacado
de Jerusalén donde estaban (v. 4), hacia Betania,
cosa que el mismo Lucas había dicho ya en su
Evangelio (Lc. 24, 50). Desde allí se volvieron (v.
12). El Evangelio hace notar también —¡por única
vez!— que los discípulos adoraron al Señor (Lc. 24,
52), aunque no consta que Él apareciese en esta
ocasión con el brillo de su gloria, tal como se
mostró en la Transfiguración, que era como un
anticipo de su Parusía triunfante (3, 21). Cf. Mc.
9, 1 y nota.
10.
Dos varones:
dos ángeles, Cf.
Jn. 20, 12.
11.
Varones de Galilea:
Se señala
aquí cómo los once apóstoles que le quedaron fieles,
eran todos galileos. Sólo Judas era de Judá.
Vendrá de la
misma manera, es decir, sobre las nubes, según
Él mismo lo anunció. Véase Mt. 24, 30; Lc. 21, 27;
Judas 14; Ap. 1, 7; 1 Ts. 4, 16 s.; cf. también Ap.
19, 11 ss. Consoladora promesa que explica, dice
Fillion, la gran alegría con
que ellos se quedaron (Lc. 24, 52). Y en adelante
perseveraban en la “bienaventurada esperanza” (Tit.
2, 13) de la venida de Cristo (1 Co. 7, 29;
Fil. 4, 5; St. 5, 7 ss.; 1 Pe. 4, 7; Ap. 22, 12).
12. La distancia que
era lícito
recorrer en sábado, equivalía a poco más de un
kilómetro.
13.
Cenáculo
se llamaba la
parte superior de la casa, el primer piso, solamente
accesible por afuera mediante una escalera. En el
cenáculo se albergaban los huéspedes y se celebraban
los convites. De ahí su nombre. El texto griego
dice: el
Cenáculo, lo que sólo puede referirse a un cenáculo
conocido, esto es, aquel en que los apóstoles solían
reunirse y donde Jesucristo había instituido la
Eucaristía. Se cree que se hallaba en la casa de
María, madre de Marcos (véase 12, 12). El
local se señala aún en Jerusalén, como uno de los
santuarios más ilustres de la cristiandad, si bien
está en poder de los musulmanes.
14.
Hermanos
se llamaban entre los
judíos también los parientes (Mt. 12, 45 y nota).
Los parientes de Jesús, que antes no creían en Él
(Jn. 7, 5) parecen haberse convertido a raíz de su
gloriosa Resurrección. Todo el grupo sumaba unas
ciento veinte personas.
18. Pedro evoca la
espantosa muerte del traidor, a fin de llenarnos de
horror ante
tan abominable pecado. Cf. Mt. 27, 5.
21. Entonces, como
ahora, la condición por excelencia
del sacerdote había de ser su íntimo conocimiento
del Evangelio, es decir, de Cristo en todo cuanto
dijo e hizo. Los apóstoles, dice S. Bernardo, tienen
que tocar la trompeta de la verdad.
22. Nótese que Pedro
dirige la elección del nuevo apóstol, lo que es una prueba evidente de su primado.
26. Este modo de
interrogar la voluntad divina, por el sorteo
acompañado de oración,
en los asuntos de suma importancia, es frecuente en
la Escritura. Cf. Jos. 7, 14; 1 Sam. 10, 24.
Batiffol hace notar que Matías no recibe imposición
de manos, porque se considera que es nombrado por el
mismo Cristo.
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