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Jeremías

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Capítulo 1: Jeremías 1

Título

1 1 Palabras de Jeremías, hijo de Jilquías, uno de los sacerdotes de Anatot, en territorio de Benjamín.

2 La palabra del Señor le llegó en los días de Josías, hijo de Amón, rey de Judá, en el año decimotercero de su reinado; 3 y también en los días de Joaquím, hijo de Josías, rey de Judá, hasta el fin del undécimo año de Sedecías, hijo de Josías, rey de Judá, es decir, hasta la deportación de Jerusalén en el quinto mes.

ORÁCULOS CONTRA JUDÁ Y JERUSALÉN

Durante el reinado de Joaquím, Jeremías dictó a Baruc "todas las palabras que el Señor le había dicho" (36. 4), para que él las fijara por escrito. Los oráculos fueron leídos en presencia del rey, pero este, a medida que los escuchaba, fue quemando el rollo en el que estaban escritos. Entonces Jeremías volvió a dictar a Baruc aquellas mismas palabras, y además "fueron añadidas muchas otras" (36. 32).

Este rollo, que contenía las palabras pronunciadas por Jeremías antes del 605 a. C., constituye sin duda la base de los materiales agrupados en los caps. 1-25. Pero en esta sección se han incluido también otros textos de épocas posteriores, en especial las "Confesiones" del profeta, como asimismo algunos pasajes en prosa. Estos últimos, si bien no son la obra personal de Jeremías, expresan al menos su pensamiento, tal como fue reinterpretado por la llamada "escuela deuteronomista".


COMIENZO DE LA PREDICACIÓN DE JEREMÍAS

En los primeros años de su actividad profética, Jeremías denuncia con tono apasionado la corrupción moral y religiosa de Judá. El profeta apostrofa rudamente a sus oyentes (2. 23-25) y los llama a una sincera conversión, que él quisiera hacer brotar de lo más hondo de los corazones, porque muy pronto comprende que de nada vale reformar las instituciones si no cambia el corazón (3. 22; 4. 1-4). En su lenguaje se refleja la influencia de Oseas, que ya un siglo antes había expresado la relación del Señor con su Pueblo mediante la imagen del amor conyugal. Con el mismo acendrado lirismo, Jeremías evoca la historia del Éxodo para mostrar que Israel había perdido el contacto con sus orígenes. Los tiempos de la marcha por el desierto tenían todo el encanto del "primer amor" (2. 2-3). Pero apenas entró en la Tierra prometida, el Pueblo contaminó el suelo con sus ídolos. Como una esposa infiel, abandonó al Señor, la "fuente de agua viva", para cavarse "cisternas agrietadas" incapaces de retener el agua (2. 13).

Una sola cosa preocupa por el momento a Jeremías: hacer que Judá se convierta al Señor antes de que sea demasiado tarde. Pero el pueblo y sus dirigentes están más endurecidos que la roca (5. 3) y han perdido la capacidad de escuchar la Palabra de Dios (4. 4; 6. 10). Por eso, el profeta se ve obligado a predecir el castigo que desearía evitarles. En varios poemas de extraordinaria fuerza evocadora, anuncia la llegada de un ejército que viene del Norte, destruyéndolo todo a su paso (1. 14-15; 4. 5-31; 6. 1-30). Este misterioso invasor no tiene por el momento un rostro bien definido. Su verdadero nombre se revelará más tarde, cuando las tropas de Nabucodonosor, rey de Babilonia, estén a las puertas de Jerusalén.


Vocación de Jeremías

4 La palabra del Señor llegó a mí en estos términos:
5 "Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía;
antes de que salieras del seno, yo te había consagrado,
te había constituido profeta para las naciones".
6 Yo respondí:
"¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar,
porque soy demasiado joven".

7 El Señor me dijo:
"No digas: ‘Soy demasiado joven’,
porque tú irás adonde yo te envíe
y dirás todo lo que yo te ordene.

8 No temas delante de ellos,
porque yo estoy contigo para librarte
–oráculo del Señor–".

9 El Señor extendió su mano,
tocó mi boca y me dijo:
"Yo pongo mis palabras en tu boca.

10 Yo te establezco en este día
sobre las naciones y sobre los reinos,
para arrancar y derribar,
para perder y demoler,
para edificar y plantar".

Primeras visiones y revelaciones

11 La palabra del Señor llegó a mí en estos términos: "¿Qué ves, Jeremías?". Yo respondí: "Veo una rama de almendro".

12 Entonces el Señor me dijo: "Has visto bien, porque yo vigilo sobre mi palabra para realizarla".

13 La palabra del Señor llegó a mí por segunda vez, en estos términos: "¿Qué ves?". Yo respondí: "Veo una olla hirviendo, que se vuelca desde el Norte".

14 Entonces el Señor me dijo:
"Del Norte se desencadenará la desgracia
contra todos los habitantes del país.

15 Porque ahora voy a convocar
a todas las familias de los reinos del Norte
–oráculo del Señor–.
Ellos vendrán, y cada uno instalará su trono
a la entrada de las puertas de Jerusalén,
contra todos los muros que la rodean
y contra todas las ciudades de Judá.

16 Pronunciaré mis sentencias contra ellos,
por todas sus maldades, porque me han abandonado,
han quemado incienso a dioses extraños,
y se han postrado ante las obras de sus manos.

17 En cuanto a ti, cíñete la cintura,
levántate y diles
todo lo que yo te ordene.
No te dejes intimidar por ellos,
no sea que te intimide yo delante de ellos.

18 Mira que hoy hago de ti
una plaza fuerte,
una columna de hierro,
una muralla de bronce,
frente a todo el país:
frente a los reyes de Judá y a sus jefes,
a sus sacerdotes y al pueblo del país.

19 Ellos combatirán contra ti,
pero no te derrotarán,
porque yo estoy contigo para librarte
–oráculo del Señor–".

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Fuente: Catholic.net

 

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