Iglesia Remanente

Judit 9

     

1 2 3 4 5 6 7
8 9 10 11 12 13 14
15 16

 

Oración de Judit

1Después que éstos se hubieron retirado, entró Judit en su oratorio, y vistiéndose de cilicio, esparció ceniza sobre su cabeza, y postrada ante el Señor clamaba a Él, diciendo: 2* “Señor Dios de mi padre Simeón, que le diste una espada para castigar aquellos extranjeros que por una impura pasión violaron y deshonraron una virgen, llenándola de afrenta; 3Tú que entregaste sus mujeres a la esclavitud, y sus hijas al cautiverio, y repartiste todos los despojos entre tus siervos, que ardieron de celo por tu honor; socorre, te suplico, Señor Dios mío, a esta viuda. 4Tú obraste las maravillas de los tiempos antiguos, las ideaste unas tras otras, y se ha hecho lo que Tú has querido; 5pues todos tus caminos están preparados de antemano, y Tú tienes dispuestos tus juicios según tu providencia. 6Vuelve ahora la vista sobre el campamento de los asirios, como te dignaste en otra ocasión volverla sobre el de los egipcios, cuando armados perseguían a tus siervos, confiando en sus carros, en su caballería y en la muchedumbre de los guerreros. 7*Más Tú tendiste la vista sobre el campamento y las tinieblas les quitaron la fuerza; 8el abismo detuvo sus pasos y las aguas los cubrieron. 9Así suceda también con estos, Señor, que confían en su gran número y se glorían de sus carros, de sus picas, de sus escudos, de sus saetas y de sus lanzas; 10y no conocen que Tú eres nuestro Dios, que desde el principio deshaces los ejércitos y tienes por nombre el Señor. 11Levanta tu brazo, como en tiempos antiguos, y con tu poder estrella su fuerza. Ante tu ira caiga por tierra el poder de ellos, ya que han resuelto violar tu Santuario, profanar el Tabernáculo dedicado a tu nombre y derribar con su espada los cuernos de tu altar. 12Haz, Señor, que con su propia espada sea cortada su soberbia. 13*Sean los ojos (de Holofernes), fijados en mí, el lazo en que quede preso, e hiérelo Tú con las dulces palabras de mi boca. 14Pon firmeza en mi corazón para despreciarlo, y valor para destruirlo; 15*porque será un monumento en honor de tu nombre cuando la mano de una mujer lo derribare. 16Porque no consiste, Señor, tu poder en la multitud, y tu voluntad no depende de la fuerza de los caballos. Desde el principio te han desagradado los soberbios, mientras te ha sido siempre acepta la oración de los humildes y mansos. 17Oh Dios de los cielos, Creador de las aguas y Señor de todas las criaturas, oye benigno a esta miserable que te ruega y confía en tu misericordia. 18Acuérdate, Señor, de tu alianza, pon las palabras en mi boca y fortifica mi corazón para esta empresa, a fin de que tu Casa se conserve en santidad, 19y reconozcan las naciones todas que Tú eres Dios, y que no hay otro fuera de Ti.”



* 2. Judit alude a Génesis 34, 25, elogiando el celo de su padre Simeón en vengar el estupro de su hermana Dina, lo cual no implica aprobación de los excesos que Simeón cometió después contra los Siquemitas. En toda esta grandiosa oración muestra Judit la santidad de espíritu que la mueve a su audaz empresa. “Nótese cómo en esta bella oración de Judit se afirma, no sólo la Providencia, la extensión universal de la misma y la rectitud de los caminos de Dios, sino también la libertad de la elección divina respecto del pueblo de donde había de nacer el Redentor” (Garrigou-Lagrange, La Providencia y la Confianza en Dios, III, 2).

* 7 s. Las tinieblas: la nube que mantenía en oscuridad a los ejércitos egipcios cuando el paso del mar Rojo (Éxodo 14).

* 13. Judit justifica de antemano toda su conducta, al demostrar en 8, 30-31 que obra movida por el espíritu de Dios (cf. 10, 4). Esto basta para que meditemos con admiración y alegría todo cuanto sigue, y nos guardemos bien de querer juzgarla como los fariseos juzgaban y reprochaban a Jesucristo, llegando a creerlo endemoniado (Juan 8). Por lo demás, tengamos presente que Judit tuvo por lícitos los medios que iba a adoptar.

* 15 ss. Hallamos aquí, como en el lenguaje del rey David, ese auténtico espíritu de infancia que Jesucristo había de señalar como esencial en su Evangelio, y mediante el cual, según palabras de Su Santidad Benedicto XV, Santa Teresa del Niño Jesús reveló al mundo el secreto (fácil) de la santidad. Véase Mateo 18, 3-4; Marcos 10, 15; Lucas 10, 21.