Judit 9 |
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Oración de Judit
1Después
que éstos se hubieron retirado, entró Judit en su
oratorio, y vistiéndose de cilicio, esparció ceniza
sobre su cabeza, y postrada ante el Señor clamaba a Él,
diciendo: 2*
“Señor Dios de mi padre Simeón, que le diste una espada
para castigar aquellos extranjeros que por una impura
pasión violaron y deshonraron una virgen, llenándola de
afrenta; 3Tú que entregaste sus mujeres a la
esclavitud, y sus hijas al cautiverio, y repartiste
todos los despojos entre tus siervos, que ardieron de
celo por tu honor; socorre, te suplico, Señor Dios mío,
a esta viuda. 4Tú obraste las maravillas de
los tiempos antiguos, las ideaste unas tras otras, y se
ha hecho lo que Tú has querido; 5pues todos
tus caminos están preparados de antemano, y Tú tienes
dispuestos tus juicios según tu providencia. 6Vuelve
ahora la vista sobre el campamento de los asirios, como
te dignaste en otra ocasión volverla sobre el de los
egipcios, cuando armados perseguían a tus siervos,
confiando en sus carros, en su caballería y en la
muchedumbre de los guerreros. 7*Más
Tú tendiste la vista sobre el campamento y las tinieblas
les quitaron la fuerza; 8el abismo detuvo sus
pasos y las aguas los cubrieron. 9Así suceda
también con estos, Señor, que confían en su gran número
y se glorían de sus carros, de sus picas, de sus
escudos, de sus saetas y de sus lanzas; 10y
no conocen que Tú eres nuestro Dios, que desde el
principio deshaces los ejércitos y tienes por nombre el
Señor. 11Levanta tu brazo, como en tiempos
antiguos, y con tu poder estrella su fuerza. Ante tu ira
caiga por tierra el poder de ellos, ya que han resuelto
violar tu Santuario, profanar el Tabernáculo dedicado a
tu nombre y derribar con su espada los cuernos de tu
altar. 12Haz, Señor, que con su propia espada
sea cortada su soberbia. 13*Sean
los ojos (de Holofernes),
fijados en mí, el lazo en que quede preso, e hiérelo Tú
con las dulces palabras de mi boca. 14Pon
firmeza en mi corazón para despreciarlo, y valor para
destruirlo; 15*porque
será un monumento en honor de tu nombre cuando la mano
de una mujer lo derribare.
16Porque
no consiste, Señor, tu poder en la multitud, y tu
voluntad no depende de la fuerza de los caballos. Desde
el principio te han desagradado los soberbios, mientras
te ha sido siempre acepta la oración de los humildes y
mansos.
17Oh
Dios de los cielos, Creador de las aguas y Señor de
todas las criaturas, oye benigno a esta miserable que te
ruega y confía en tu misericordia.
18Acuérdate,
Señor, de tu alianza, pon las palabras en mi boca y
fortifica mi corazón para esta empresa, a fin de que tu
Casa se conserve en santidad,
19y
reconozcan las naciones todas que Tú eres Dios, y que no
hay otro fuera de Ti.”
*
2. Judit alude a Génesis 34, 25, elogiando el
celo de su padre Simeón en vengar el estupro de
su hermana Dina, lo cual no implica aprobación
de los excesos que Simeón cometió después contra
los Siquemitas. En toda esta grandiosa oración
muestra Judit la santidad de espíritu que la
mueve a su audaz empresa. “Nótese cómo en esta
bella oración de Judit se afirma, no sólo la
Providencia, la extensión universal de la misma
y la rectitud de los caminos de Dios, sino
también la libertad de la elección divina
respecto del pueblo de donde había de nacer el
Redentor” (Garrigou-Lagrange, La Providencia y
la Confianza en Dios, III, 2).
*
7 s. Las tinieblas: la nube que mantenía
en oscuridad a los ejércitos egipcios cuando el
paso del mar Rojo (Éxodo 14).
*
13. Judit justifica de antemano toda su
conducta, al demostrar en 8, 30-31 que obra
movida por el espíritu de Dios (cf. 10, 4). Esto
basta para que meditemos con admiración y
alegría todo cuanto sigue, y nos guardemos bien
de querer juzgarla como los fariseos juzgaban y
reprochaban a Jesucristo, llegando a creerlo
endemoniado (Juan 8). Por lo demás, tengamos
presente que Judit tuvo por lícitos los medios
que iba a adoptar.
*
15 ss. Hallamos aquí, como en el lenguaje del
rey David, ese auténtico espíritu de infancia
que Jesucristo había de señalar como esencial en
su Evangelio, y mediante el cual, según palabras
de Su Santidad Benedicto XV, Santa Teresa del
Niño Jesús reveló al mundo el secreto (fácil) de
la santidad. Véase Mateo 18, 3-4; Marcos 10, 15;
Lucas 10, 21.
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