Cantar de los Cantares 2 |
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8 |
Esposa
1*Yo
soy el lirio de Sarón,
la azucena de los valles.
Esposo
2*Como
una azucena entre los espinos,
así, es mi amiga entre las doncellas.
Esposa
3*Como
el manzano entre los árboles silvestres,
tal es mi amado entre los mancebos.
A su sombra anhelo sentarme,
y su fruto es dulce a mi paladar.
4*Me
introdujo en la celda del vino,
y su bandera sobre mí es el amor.
5*¡Confortadme
con pasas!
¡Restauradme con manzanas!
porque
languidezco de amor.
6*Su
izquierda está debajo de mi cabeza,
y su derecha me abraza.
Esposo
7*Os
conjuro, oh hijas de Jerusalén,
por las gacelas y las ciervas del campo,
que no despertéis ni inquietéis a la amada,
hasta que ella quiera.
Esposa
8*¡La
voz de mi amado!
Helo aquí que viene,
saltando por los montes,
brincando sobre los collados.
9Es
mí amado como el gamo,
o como el cervatillo.
Vedlo ya detrás de nuestra pared,
mirando por las ventanas,
atisbando por las celosías.
10*Habla
mi amado, y me dice:
Esposo
Levántate, amiga mía; hermosa mía, ven.
11*Porque,
mira, ha pasado ya el invierno,
la lluvia ha cesado y se ha ido;
12aparecen
ya las flores en la tierra;
llega el tiempo de la poda,
y se oye en nuestra tierra
la voz de la tórtola.
13*Ya
echa sus brotes la higuera,
esparcen su fragancia las viñas en flor.
¡Levántate, amiga mía;
hermosa mía, ven!
14*Paloma
mía,
que anidas en las grietas de la peña,
en los escondrijos de los muros escarpados,
hazme ver tu rostro,
déjame oír tu voz;
porque tu voz es dulce,
y tu rostro es encantador.
Esposa
15*Cazadnos
las raposas,
las raposillas que devastan las viñas,
porque nuestras viñas están en flor.
16*Mi
amado es mío,
y yo soy suya;
él apacienta entre azucenas.
17*Mientras
sopla la brisa,
y se alargan las sombras,
¡vuélvete, amado mío!
¡Aseméjate al gamo,
o al cervatillo,
sobre los montes escarpados!
*
1. Algunos traducen rosa de Sarón y hacen
hablar aquí al Esposo. Como observa Fillion,
este lirio, citado hasta siete veces en
el Cántico, es figura aplicada al pueblo de
Israel según se ve en Oseas 14, 5 (cf. Isaías
35, 2). Se trata, no de un autoelogio que se
hiciera la Esposa, sino de una imagen modesta,
que podría señalar quizá el origen humilde de
Israel en su primer encuentro con Yahvé, y el
origen pastoril de sus primeros años
patriarcales.
*
2. El Esposo, al llamarla azucena,
confirma delicadamente lo que Ella misma acaba
de decir, y agrega entre los espinos, lo
cual parece referirse a la pre excelencia de
Israel sobre todos los demás pueblos, si bien
puede aplicarse con gran elocuencia a los
sinsabores que le costó al Esposo haberla
elegido, siendo tan ingrata. Cada uno de
nosotros es para Jesús un lirio entre espinas,
que le costó todas las espinas de su corona y
que es sin embargo tanto más amado cuanto mayor
fue ese precio que por él pagó el Hijo, y el que
antes había pagado el Padre al entregar ese
Hijo. Cf. I Corintios 6, 20; 7, 23. San Bernardo
ve en la azucena un símbolo de la bondad
y pureza de nuestras acciones y agrega: “Con la
blancura de su alma el justo es una azucena y
perfuma a su prójimo.”
*
3. Como el manzano: véase versículo 5; 7,
8; 8, 5 y nota. A su sombra… y su fruto es
dulce: He aquí un pasaje que podrían tener a
la vista cuantos se sientan, con la divina
Escritura en las manos, a buscar el dulce fruto
de la Palabra, como al manzano entre los
zarzales de la ciencia humana (cf. Salmo 118, 85
y nota), eligiendo, como María, !a mejor parte:
“A veces cuando leo ciertos tratados en los que
el camino de la perfección se presenta sembrado
de mil obstáculos, mi pobre pequeñito espíritu
se fatiga muy pronto; cierro el libro que me
rompe la cabeza y me seca el corazón, y tomo la
Sagrada Escritura. Entonces todo me parece
luminoso; una sola palabra descubre a mi alma
horizontes infinitos; la perfección me parece
fácil; veo que basta reconocer su nada y
abandonarse como un niño en los brazos de
Dios... Pero el Santo Evangelio, más que ningún
otro libro, mantiene mi oración; en él bebe a su
sabor mi pobrecita alma. Cada vez descubro
nuevas luces, ocultos y misteriosos
significados” (Santa Teresita).
*
4. Ambos textos —hebreo y Vulgata— expresan una
idea de la más alta poesía. La Esposa, admitida
a la más estrecha intimidad del Esposo, goza de
un deleite pacífico (versículo 3) en que la
sabiduría (cf. Salmo 50, 8 y nota), simbolizada
por el vino, es inseparable del amor, como la
intimidad con Cristo es inseparable del Espíritu
Santo (véase la introducción al Libro1 de la
Sabiduría). La bandera —que solía
enarbolarse en las posadas— está puesta como
símbolo o pendón (el altar que Moisés levantó
después del triunfo contra Amalec, en Éxodo 17,
15, fue llamado en hebreo “Yahvé nesi”, que
quiere decir: Dios es mi bandera). “Y
puesto que Dios es amor (I Juan 4, 8 y 16), es
evidente que su mensaje a los hombres, enviado
por medio del propio Hijo, víctima de amor, no
puede ser sino un mensaje de amor. Por donde se
ve que no entenderá nunca ese mensaje, ni podrá
salir de la dura vida purgativa, quien se
resista a creer en ese «loco amor» de Dios y se
empeñe en hallar en Él a una especie de
funcionario de policía.” En la Vulgata reza el
segundo hemistiquio, ordinavit in me
caritatem. "Ordinare, dice el Cardenal Gomá,
es aquí disponer en orden de batalla; in me
es acusativo, «contra mí». Equivale la frase
a decir que Dios ha alzado las banderas de su
amor para conquistarnos. Se presta este sentido
a bellísimas aplicaciones. Como acomodación
verbal puede admitirse lo que se hace en
ascética sobre la jerarquía de la caridad bien
ordenada” (Biblia y Predicación, pág. 273).
*
5. Con manzanas: cf. versículo 3 y nota.
Otros traducen: con azahares. Según un
explorador de Palestina, tal sería la costumbre
de las novias en Oriente, y de allí vendría el
ramo de azahares que llevan en la mano las
desposadas de hoy.
*
6. Véase 8, 3, donde este versículo y el
siguiente están repetidos. Por el contexto
deducen algunos (Ricciotti, Budde Dalman, etc.)
que allí habrían sido interpolados. El carácter
literario de epitalamio que presenta el Cantar
de los Cantares no puede sorprender al hombre
espiritual (cf. I Corintios 2, 10). Para
hacernos entender cosas de su amor. Dios elige,
a manera de parábola, el relato de una unión
entre esposos, utilizando como imagen de
insuperable vigor la atracción entre los sexos,
precisamente porque Él sabe muy bien cuánta es
su fuerza natural en el ser humano. Así como la
desmayada Esposa descansa en los brazos del
Esposo, así el alma herida del amor divino, no
encuentra recreo ni medicina para su dolencia
sino en el divino Esposo Jesucristo. Se describe
aquí el íntimo abrazo (1, 4), que el alma
cristiana puede gozar también en la Comunión
Eucarística con una plenitud de unión, aunque
invisible, que nos identifica con Jesús
haciéndonos vivir de su misma vida como Él vive
del Padre (Juan 6, 57 ss. y notas) y nos da un
anticipo de la unión definitiva “hasta que Él
venga” (I Corintios 11, 26). Nuestra conformidad
con el Verbo en el amor, dice San Bernardo, une
con él nuestra alma como la esposa está unida a
su esposo.
*
7. Cf. 3, 5 y 8, 4. No despertéis... a la
amada; literalmente: al amor, y
algunos lo aplican al Esposo. Difícil de
explicar en su sentido histórico profético, con
relación a Israel o a la Iglesia, este pasaje
ofrece un hondo sentido espiritual para nuestra
alma, como suprema lección de quietud interior.
No es la Esposa apasionada la que gusta al
Esposo, sino la que sabe dejarle a él la
iniciativa; la que se deja conducir por el
Espíritu santificador (Romanos 8, 14) y reposa
dulcemente confiada en el Esposo, sin pretender,
como Eva. “la ciencia del bien y del mal”, que
nos haga rivales de Dios. El Espíritu Santo obra
en esas almas dóciles toda suerte de maravillas
que Él sólo conoce (Romanos 8, 26 ss.). Hemos de
creer en ellas con todas nuestras fuerzas, sin
desear analizarlas, ni siquiera ser testigos
conscientes de ese divino drama que se opera en
el teatro de nuestra alma, ya se trate de la
pura oración y grado de unión en el amor, o ya
de esas pruebas o purificaciones pasivas por las
cuales sabemos que Dios nos va santificando,
sean ellas interiores, o exteriores, como
aquéllas en las que Job mereció por querer
comprenderlas, el único reproche de Dios (cf.
Job capítulo 38 ss.). Bueno es, pues, dormir
como la Esposa del Cantar, confiada en saber que
todo sucede para nuestro mayor bien (Romanos 8,
28). “En la quietud y en la confianza, dice Dios
a Israel, está tu fortaleza” (Isaías 30, 15): Y
si en esto reside lo más alto de la vida
espiritual, y son tan pocos los que lo siguen,
hemos de comprender que tal abandono exige mucha
más fe y mayor negación de sí mismo, porque nada
cuesta más que renunciar a conducir
personalmente un negocio que tanto nos interesa.
Y es también harto contrario a nuestro orgullo
natural el remitir totalmente a Dios el juicio
sobre el valor de nuestra vida espiritual (véase
I Corintios 4, 3 ss. y nota), en vez de
cultivar, como el fariseo del templo, esas
formas disimuladas del amor propio, que el mundo
suele disfrazar de virtud con el nombre de “la
propia estimación”, o “la satisfacción del deber
cumplido”. Poned constantemente vuestra
confianza en Dios, dice el Doctor de Hipona, y
confiadle todo lo que tenéis; porque Él no
dejará de levantaros hasta sí, y no permitirá
que os suceda más que lo que puede seros útil,
hasta sin que lo sepáis vosotros mismos. El alma
cristiana, dice un autor moderno, ha sido
definida como “la que está ansiosa de recibir y
de darse”. Es decir, ante todo alma receptiva,
femenina por excelencia, como la que el varón
desea encontrar para esposa. Tal es también la
que busca —con más razón que nadie— el divino
Amante, para saciar su ansia de dar. Por eso el
tipo de suma perfección está en María: en la de
Betania, que estaba sentada, pasiva, escuchando,
es decir, recibiendo; y está sobre todo en María
Inmaculada, igualmente receptiva y pasiva, que
dice Fiat: hágase en mí.
*
8. Los versículos 8 a 17 los leemos en la
Epístola de la fiesta de la Visitación,
aplicados en sentido acomodaticio a los primeros
pasos del Salvador en el seno de su Santísima
Madre y a la primera manifestación del Amor
divino en el corazón de María y en la casa de
Zacarías donde Ella entonó el Magníficat (Lucas
1, 46 ss.). ¡Helo aquí que viene! “Se
siente palpitar el corazón de la Iglesia bajo
estas palabras plenas de emoción. He aquí que
viene por fin el Cristo, tan impacientemente
esperado. Durante el sueño de la Esposa
(versículo 7) Él había desaparecido; ahora
vuelve a Ella amorosamente” (Fillion). Digámosle
como en la antigua Liturgia y como en la primera
antífona del Adviento: Veniet ecce Rex! y: Regem
venturum, Dominum, venite adoremus!
*
10. La excelencia que el enamorado ve y atribuye
a la persona amada reside, más que en ésta, en
la imaginación de aquél, el cual ve en ella
cosas que otros no ven, y que tal vez no
existen. Este fenómeno adquiere su máxima verdad
en Dios Padre, y en Jesús, igual a Él: Ambos nos
aman con un amor infinito que es propio de la
esencia divina y que, no pudiendo fundarse en
ninguna excelencia peculiar del hombre caído y
miserable, sólo puede explicarse por el carácter
misericordioso de ese divino Amor que se
complace en inclinarse sobre la miseria (cf.
Mons. Guerry: “Hacia el Padre”).
*
11 s. Habrá pasado ya el invierno cuando
lleguen las Bodas del Cordero (Apocalipsis 19, 7
s.) y se haya consumado la pasión del Cuerpo
Místico de Cristo, cuyos discípulos han de ser
ahora perseguidos como Él lo fue. Aparecen ya
las flores: “La Palestina se cubre
literalmente de flores en el mes de abril, como
por encanto. También según Isaías (35, 1 ss.),
la campaña florida es un símbolo de la Era
mesiánica y de sus gracias” (Fillion). El
tiempo de la poda: otros traducen: el
tiempo de los cantares. Véase sobre esto el
Salmo 136, 4 en que los cautivos de Israel se
resisten a entonar, durante el destierro, los
gozosos cánticos de Sión.
*
13. Esta imagen de la higuera es la misma
que usa Jesús en Mateo 24, 32 s. para señalar la
proximidad de su segunda Venida. La higuera es
generalmente mirada en el Evangelio como figura
del pueblo de Israel.
*
14. Es éste uno de los versos más substanciosos
para la oración, y de ahí que los místicos lo
hayan explotado grandemente, si bien no siempre
hemos de compartir los simbolismos que algunos
imaginan. Y así, las grietas de la peña y
los escondrijos de los muros son
considerados por algunos como agujeros de la
piedra y abertura de la pared, que
representarían las llagas de Cristo y la herida
de su costado, en tanto que generalmente se
reconoce a esas expresiones el sentido de
habitaciones precarias, de las cuales la Esposa
es invitada a salir por el amantísimo Esposo que
le habla compadecido, como Dios a Israel en
Isaías 51, 21; 54, 11, etc. Claro está que no
puede negarse una gran fuerza al símil anterior,
en cuanto el alma unida a Cristo comparte aquí
abajo sus persecuciones, y no tiene más refugio
contra el mundo que ocultarse en su divino
Corazón. Todo está en comprender que estas
aplicaciones del texto sagrado son de sentido
puramente acomodaticio y que no puede
pretenderse ver en ellas una interpretación (cf.
Introducción), que quedase así librada a la
imaginación de cada uno como un verdadero libre
examen (véase 3, 11 y nota). Déjame oír tu
voz: véase 8, 13 y nota. Santo Tomás refiere
también esto a “la voz de la predicación y de la
divina alabanza, por las cuales hagas adelantar
a otros”. El Papa Pío XII acaba de decirnos que
“no se pueden obtener abundantes frutos de
apostolado” si los sacerdotes “mientras moraron
en los seminarios no se empaparon de activo y
perenne amor hacia las Sagradas Escrituras”
(Encíclica “Divino Afflante Spiritu”). Tu
rostro es encantador, para el que no ha
olvidado la insondable miseria propia y de toda
la humanidad caída, nada hay más difícil que
convencerse seriamente de que estos elogios son
dirigidos a él mismo por Aquel que es la
infinita Santidad y Sabiduría. Sólo puede
entenderlo el que está familiarizado con el
Evangelio, es decir, con esas preferencias
desconcertantes que Jesús manifiesta en favor de
los miserables, de los pecadores, de los
publicanos, de Zaqueo, del ladrón, de la
Magdalena sobre la cual hace la asombrosa
revelación de que “ama menos aquel a quien menos
se le perdona”. La Virgen María es el ejemplo
para enseñarnos cómo se puede unir la más baja
opinión de sí mismo (“ha visto la nada de su
sierva”), con el más alto aprecio del don de
Dios.
*
15. Por
las raposas suele entenderse los enemigos
del pueblo escogido, que es la viña de Dios. San
Gregorio Magno las refiere a las faltas y
defectos que son causas de la ruina del alma; es
decir, a los afectos engañosos y transitorios
del mundo, que nos distraen de lo único que
interesa (véase nota 6). Algunos ven también
aquí las herejías; pero en el periodo actual de
la Iglesia, que no es todavía el del triunfo
(cf. 8, 1 y nota), no pueden suprimirse esos
tropiezos, como lo enseña Jesús en la parábola
de la cizaña (Mateo 13, 28 ss. y 40 s.) y en
Mateo 18, 7. San Pablo afirma expresamente la
necesidad de esas disensiones para que se
distingan los de probada fidelidad. Véase I
Corintios 11, 19; Santiago 1, 12; Lucas 18, 8;
Mateo 24, 12.
*
16. El
Amado es como un pastor que apacienta su rebaño.
Figura de Dios que guardaba al pueblo elegido, y
también imagen de Cristo, que es el Buen Pastor
por excelencia (véase Salmo 22; Juan 10). La
grandeza del amor de Jesucristo, que sobrepuja a
todo amor creado, consiste en que no se fija
sobre un objeto amable, sino que lo hace amable
por su amor. Según la interpretación de Vaccari,
que señalamos en la introducción, se confirmaría
aquí la preferencia de la Esposa por el pastor
antes que por el rey.
*
17.
Montes escarpados, o también: de los
bálsamos (cf. 8, 14). La Vulgata dice:
montes de Beter (tal vez Baiter, hoy
día Bittir, al sudoeste de Jerusalén).
Mientras sopla la brisa, etc.: pasaje muy
diversamente traducido e interpretado. Nótese
ante todo la diferencia con la Vulgata. donde
estas palabras continúan el versículo anterior,
diciendo que el Esposo apacienta hasta la caída
del día. Aquí, en cambio, tales palabras se
ligan a las que siguen, esto es, a la vuelta del
Esposo, y de ahí que algunos las interpreten
como una urgencia de la Iglesia por la segunda
Venida de Cristo. Pero ese concepto, que aparece
indudable en 8, 14. no es confirmado aquí por el
contexto, y más bien parece vincularse con el
sentido de 4, 6 (véase allí la nota), donde el
autor sagrado usa esta misma expresión. Según
esto, la Iglesia, próxima a recibir el soplo
del Espíritu Santo, anunciado por Cristo
como promesa del divino Padre (Lucas 24, 49;
Hechos 1, 4; Juan 14, 16 y 26; 16, 13), se
resignaría gozosa a la vuelta de Cristo al Padre
el día de la Ascensión (Lucas 24, 52; Juan 14,
28), porque le conviene que Él se vaya para
enviarle el Espíritu Santo (Juan 16, 7) y
prepararle entre tanto un lugar en la Jerusalén
celestial (Juan 14, 2; Lucas 19, 12), hasta que
vuelva para tomarla con Él (Juan 14, 3 y 18).
Con esta dichosa esperanza (Tito 2, 13) la
Iglesia afronta la noche que va a seguir
(capítulo 3), o sea el tiempo presente, que San
Pablo llama “siglo malo” (Gálatas 1, 4) y
“tiempos difíciles” (II Timoteo 3, 1). Vemos así
que este misterioso poema, no obstante sus
grandes obscuridades que se entenderán “a su
tiempo”, brinda asimismo grandes luces
espirituales y proféticas sobre la vida de la
Iglesia en sus distintos momentos, cosa que en
vano ha querido buscarse interpretando con
criterio histórico el Apocalipsis, libro cuyo
carácter esencialmente escatológico se admite
cada día más como indiscutible (Sickenberger).
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