2 CORINTIOS 10 |
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III. EL APÓSTOL Y SUS
ADVERSARIOS
(10, 1 - 13, 10)
La energía apostólica es “para
edificación”.
1
Yo mismo,
Pablo, os ruego, por la mansedumbre y amabilidad de Cristo,
yo que presente entre vosotros soy humilde, pero ausente soy
enérgico para con vosotros*,
2
os suplico que
cuando esté entre vosotros no tenga que usar de aquella
energía que estoy resuelto a aplicar contra algunos que
creen que nosotros caminamos según la carne.
3
Pues aunque caminamos en carne, no militamos según la
carne,
4
porque las armas de nuestra milicia no son carnales,
sino poderosas en Dios, para derribar fortalezas, aplastando
razonamientos*
5
y toda altanería que se levanta contra el
conocimiento de
Dios. (Así)
cautivamos todo pensamiento a la
obediencia de Cristo*,
6
y estamos dispuestos a
vengar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia haya
llegado a perfección.
7 Vosotros miráis
según lo que os parece. Si alguno presume de sí que es de
Cristo, considere a su vez que, así como él es de Cristo,
también lo somos nosotros.
8
Pues no seré confundido, aunque me gloriare algo más todavía
de nuestra autoridad, porque el Señor la dio para
edificación y no para destrucción vuestra.
9
Y para que no parezca que pretendo intimidaros con las
cartas –
10
porque: “Sus cartas, dicen, son graves y fuertes; mas su
presencia corporal es débil, y su palabra despreciable”–
11
piensan esos tales que cual es nuestro modo de hablar por
medio de cartas, estando ausentes, tal será también nuestra
conducta cuando estemos presentes.
Comunicación de bienes
espirituales.
12 Porque no osamos igualarnos ni compararnos con
algunos que se recomiendan a sí mismos. Ellos, midiéndose a
sí mismos en su interior y comparándose consigo mismos, no
entienden nada*,
13 en tanto que nosotros no nos apreciaremos sin
medida, sino conforme a la extensión del campo de acción que
Dios nos asignó para hacernos llegar hasta vosotros.
14 Y hasta
vosotros hemos llegado ciertamente en la predicación del
Evangelio de Cristo; no estamos, pues, extralimitándonos,
como si no llegásemos hasta vosotros.
15 Y según esto, si nos gloriamos (aun
en vuestros trabajos) no es fuera
de medida en labores ajenas, pues esperamos que con el
aumento de vuestra fe que se produce en vosotros, también
nosotros creceremos más y más conforme a nuestra medida*,
16
llegando a predicar el Evangelio hasta más allá de vosotros,
no para gloriarnos en medida ajena, por cosas ya hechas.
17
Porque “el que se gloría, gloríese en el Señor”.
18
Pues no es aprobado el que se recomienda a sí mismo, sino
aquel a quien recomienda el Señor*.
1. San Pablo se
defiende categóricamente contra algunos
agitadores, que sembraban
desconfianza
ridiculizándolo por su fragilidad corporal y lo
que llamaban “su lenguaje
despreciable” (v. 10), que contrastaba con la
elocuencia de su pluma. Véase 11, 6.
4. Aprendamos que no
hemos de combatir al mundo con sus
propias armas, ni en su propio terreno, sino con las
armas espirituales y en el terreno del espíritu. En
aquél siempre seremos vencidos, porque en el mundo
seguirá dominando Satanás (Jn. 14, 30); en éste
venceremos con la omnipotencia de Dios. Véase Fil.
4, 13; Rm. 13, 12; 2 Co. 13, 10; Ef. 6, 13-17.
5.
Cautivamos todo
pensamiento,
empezando por el
propio. Cuando el tentador nos presenta la idea de
un pecado revestido de toda la belleza que él sabe
ponerle, sea de soberbia o de concupiscencia,
sentimos que estamos espontáneamente inclinados a
dar nuestra aprobación, y sólo la condenamos después
de reflexionar que tiene que ser cosa mala, puesto
que está prohibida por Dios. Esta experiencia que
todos hemos hecho, debería alarmarnos hasta el
extremo, pues nos demuestra la debilidad de nuestro
entendimiento. Y desde entonces ¿qué fe podemos
tenerle, como guía de nuestros actos, a un
entendimiento que formula juicios favorables a lo
que Dios condena? Por eso S. Pablo nos dice que nos
renovemos en el espíritu de nuestra mente (Ef. 4,
23) y seamos transformados por la renovación de
nuestra mente (Rm. 12, 2), o sea, como aquí dice,
cautivando todo pensamiento a la obediencia de
Cristo. Entonces podremos ser árbol bueno, y de suyo
los frutos serán buenos todos (Mt. 12, 33). Cf. Lc.
6, 44 s.; 11, 13 y 28 y 34. Esto se entiende
fácilmente, pues ¿cómo vamos a odiar un acto,
mientras lo miramos como cosa deseable? ¿Cómo vamos,
por ejemplo, a juzgar con el criterio de la Verdad
cristiana una ofensa recibida del prójimo, mientras
conservamos nuestra lógica humana, que nos dice que
una ofensa necesita reparación porque eso es lo
justo? El mismo Cristo nos está diciendo que lo
justo y lo lógico no es eso sino todo lo contrario,
es decir, el perdonar una, y siete, y quinientas
veces por día a cuantos nos ofendan; y que sólo así
podremos pretender que Dios nos perdone nuestras
deudas, si “nosotros perdonamos a nuestros
deudores”. Para eso el Evangelio nos enseña que
necesitamos nada menos que nacer de nuevo (Jn. 3,
3), y S. Pablo no hace sino desarrollar esa doctrina
explicándonos que la renovación ha de ser por el
conocimiento y según la imagen de Cristo, como
Cristo lo es del Padre (Col. 3, 10) y que para poder
imitar a Cristo en sus actos, es necesario que
primero nos pongamos de acuerdo con Él en sus
pensamientos, y como Él es signo de Contradicción y
opuesto a esa lógica nuestra, nada válido haremos en
el orden de la conducta, mientras no hayamos
“cautivado todo nuestro pensamiento a la obediencia
de Cristo” (véase 1 Co. caps. 1-3).
18. Por eso S. Pablo
no se preocupa del juicio ajeno,
ni tampoco del propio, como lo vimos en 1 Co. 4, 3
ss. y nota.
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