Baruc |
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Justicia de los castigos divinos
1Por
eso el Señor, Dios nuestro, cumplió su palabra, que
había pronunciado contra nosotros, y contra nuestros
jueces, gobernadores de Israel, y contra nuestros
reyes y nuestros príncipes, contra todo Israel y
Judá, 2de que el Señor traería sobre
nosotros grandes males, cuales jamás se han visto
debajo del cielo, como los que han sucedido en
Jerusalén, conforme a lo que se halla escrito en la
Ley de Moisés: 3*que
comería un hombre la carne de su propio hijo y la
carne de su hija. 4Y los entregó al poder
de todos los reyes comarcanos nuestros, como
escarnio y objeto de horror entre todas las
naciones, entre las que el Señor nos ha dispersado.
5*Esclavos
hemos venido a ser, en vez de amos, por haber pecado
contra el Señor, nuestro Dios, no obedeciendo a su
voz.
6*Del
Señor, Dios nuestro, es la justicia; de nosotros,
empero, y de nuestros padres, la confusión del
rostro, como se ve en este día. 7Todos
estos males que el Señor nos había amenazado, han
venido sobre nosotros; 8pero nosotros no
acudimos al Señor, Dios nuestro, para rogarle y para
convertirnos, cada uno, de los designios de nuestro
perverso corazón. 9Por esto echó el Señor
mano del castigo y lo descargó sobre nosotros; pues
justo es el Señor en todas sus obras que nos ha
mandado. 10No quisimos escuchar su voz
para caminar según sus mandamientos que había puesto
delante de nuestros ojos.
Imploración de misericordia
11*Ahora
oh Señor, Dios de Israel, que sacaste a tu pueblo
del país de Egipto con mano fuerte y por medio de
portentos y prodigios, con tu gran poder y con brazo
extendido, y te adquiriste el nombre que hoy tienes;
12hemos pecado, hemos obrado impíamente;
nos hemos portado inicuamente, oh Señor, Dios
nuestro, contra todos tus mandamientos. 13Aléjese
de nosotros tu indignación, porque somos pocos los
que hemos quedado entre las naciones donde nos
dispersaste. 14Escucha, Señor, nuestros
ruegos, y nuestras súplicas, y líbranos por amor de
Ti mismo, y haz que hallemos gracia a los ojos de
aquellos que nos han deportado; 15*a
fin de que conozca todo el mundo que Tú eres el
Señor, Dios nuestro, y que tu nombre ha sido
invocado sobre Israel y sobre su linaje. 16Vuelve,
oh Señor, tus ojos hacia nosotros desde tu santa
Casa, inclina tus oídos y escúchanos. 17*Abre
tus ojos y mira, porque no son los muertos, que
están en el sepulcro y cuyo espíritu ha sido
separado de sus entrañas, los que tributan honra al
Señor y reconocen su justicia, 18sino el
alma que está afligida por causa de la grandeza del
mal que ha cometido, y que anda encorvada y
macilenta y con los ojos caídos. El alma hambrienta,
ésa es la que te tributa gloria, oh Señor, y
(reconoce)
tu justicia.
19Pues
no apoyados en la justicia de nuestros padres y de
nuestros reyes, derramamos nuestras plegarias y
pedimos misericordia ante tu acatamiento, oh Señor,
Dios nuestro, 20sino porque has
descargado sobre nosotros tu indignación y furor,
según habías anunciado por medio de tus siervos los
profetas, diciendo:
21*«Esto
dice el Señor: Inclinad vuestro hombro y vuestra
cerviz, y servid al rey de Babilonia, y así viviréis
tranquilos en la tierra que Yo di a vuestros padres.
22Pero si no obedeciereis la orden del
Señor, Dios nuestro, de servir al rey de Babilonia,
23haré cesar en las ciudades de Judá y en
las calles de Jerusalén las voces de alegría y de
gozo, y los cantares del esposo y de la esposa, y
quedará todo el país un desierto sin habitantes».
24Pero no obedecieron la orden tuya de
servir al rey de Babilonia; y por eso cumpliste tus
palabras que anunciaste por tus siervos los
profetas: que serían sacados de su lugar los huesos
de nuestros reyes y los huesos de nuestros padres.
25*Y
he aquí que han sido arrojados al ardor del sol, y a
la escarcha de la noche; y murieron entre crueles
dolores, causados por el hambre, por la espada y la
peste. 26*Y
el Templo sobre el cual había sido invocado tu
nombre, lo redujiste al estado en que se halla hoy
día, a causa de las maldades de la casa de Israel y
de la casa de Judá. 27Sin embargo, has
obrado con nosotros, oh Señor, Dios nuestro, con
toda tu bondad, y con toda aquella tu gran
misericordia; 28como lo habías declarado
por boca de Moisés, siervo tuyo, el día en que le
mandaste escribir tu Ley a la vista de los hijos de
Israel, 29*diciendo:
«Si no obedeciereis a mi voz, esta grande
muchedumbre de gente será reducida a un muy pequeño
número en las naciones, entre las cuales la
dispersaré; 30porque Yo sé que no me
escucharán, pues es un pueblo de dura cerviz; pero
volverá en sí, cuando esté en la tierra de su
cautiverio; 31y conocerán que Yo soy el
Dios suyo. Y les daré un corazón, y entenderán;
oídos, y oirán. 32Me tributarán alabanza
en la tierra de su cautiverio, y se acordarán de mi
nombre. 33Ablandarán su dura cerviz y su
malignidad; pues se acordarán de lo que sucedió a
sus padres por haber pecado contra Mí. 34Entonces
los conduciré otra vez a la tierra
que
prometí con juramento a sus padres, a Abrahán, a
Isaac y a Jacob; y serán señores de ella; y los
multiplicaré, y no disminuirán. 35*Y
estableceré con ellos otra alianza eterna para que
Yo sea, su Dios, así como ellos serán el pueblo mío;
y no removeré jamás a mi pueblo, los hijos de
Israel, de la tierra que les he dado».
*
3. Véase Levítico 26, 29; Deuteronomio 28,
53; Jeremías 19, 9; Lamentaciones 2, 20 y
nota; 4, 10.
*
5. Véase Lamentaciones 5, 8 y nota.
*
6 ss. Ésta es la característica de la
verdadera contrición: el reconocimiento de
la justicia con que el Señor nos castiga.
Véase la oración de Daniel (Daniel 9, 13-18)
y la de Daniel 3, 27 ss., que la Iglesia usa
como Introito en el Domingo XX de
Pentecostés
(Liturgia anterior al Concilio Vaticano II).
*
11. “Este recurso a la misericordia de Dios
y a su propio honor, es frecuente en los
profetas y se lee asimismo en la oración de
Daniel 9, 19 y en Éxodo 32, 11”
(Nácar-Colunga). Véase en el versículo 14
otro recurso, de no menor fuerza: el amor
que Dios se tiene a sí mismo.
*
15. El Señor es Dios de Israel, por lo cual
los israelitas se consideran hijos suyos que
llevan su nombre y son objeto privilegiado
de su poder y misericordia. Cf. Éxodo 4, 22;
19, 5 s.; Deuteronomio 26, 15; Isaías 63, 15
y. la oración del Eclesiástico (Eclesiástico
36).
*
17. Ese mismo pensamiento aparece en otros
pasajes del Antiguo Testamento (Salmo 6, 6 y
nota; 87, 11 ss.; 113, 17; Eclesiástico 17,
26; Isaías 38, 18 ss.). Por eso las
esperanzas del Antiguo Testamento se
concentran más que en la salvación del alma
sola, en la resurrección de los cuerpos la
cual traerá el Mesías (Job 19, 25 s. y
nota).
*
21 ss. Véase Jeremías 27, 8 ss. El
cautiverio y la sumisión al rey de Babilonia
son las condiciones de la restauración del
pueblo judío. Cf. 1, 11 y nota.
*
25.
Por la espada y la peste: Así dice el
texto griego. La Vulgata dice
destierro en lugar de
peste.
*
26. En el versículo 16 el profeta habla del
Templo como si existiera aún. Aquí en el v.
26, vemos claramente que está en ruinas y
que Baruc escribió su libro después de su
destrucción.
*
29 ss. Véase Levítico 26, 27 a.;
Deuteronomio 28, 62 s.; 30, 1 ss, “La
conversión del pueblo a su Dios será
perfecta; es descrita admirablemente”
(Fillion). Esta profecía va más allá de la
restauración después del destierro, la cual
no fue perfecta ni en sentido material ni
espiritual.
*
35.
Estableceré con ellos otra alianza eterna… y
no removeré jamás, etc. Esta profecía
tendrá su pleno cumplimiento en el reino
mesiánico. Véase II Reyes 7, 7-16; Tobías
13, 12; Jeremías 31, 31 ss.; 32, 40; 33,
17-26; Lamentaciones 4, 22 y nota; Oseas 2,
19; Miqueas 4, 7.
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