APOCALIPSIS 16 |
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15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 | 21 |
22 |
Las seis primeras copas.
1
Oí una gran voz procedente del templo que
decía a los siete ángeles: “Id y derramad sobre la tierra
las siete copas de la ira de Dios”*.
2 Fue el primero y derramó su copa
sobre la tierra y se produjo una úlcera horrible y maligna
en los hombres que tenían la marca de la bestia y adoraban
su estatua.
3
Y el segundo derramó su copa sobre el mar, el cual se
convirtió en sangre como la de un muerto, y todo ser
viviente en el mar murió.
4
El tercero
derramó su copa en los ríos y en las fuentes de las aguas y
se convirtieron en sangre.
5
Y oí decir al
ángel de las aguas: “Justo eres, oh Tú que eres y que eras,
oh Santo, en haber hecho este juicio*.
6 Porque sangre de santos y profetas
derramaron, y sangre les has dado a beber: lo merecen”.
7 Y oí al altar que decía: “Sí,
Señor, Dios Todopoderoso, fieles y justos son tus juicios”*.
8
El cuarto
derramó su copa sobre el sol, al cual fue dado abrasar a los
hombres por su fuego.
9
Y abrasáronse
los hombres con grandes ardores, y blasfemaron del Nombre de
Dios, que tiene poder sobre estas plagas; mas no se
arrepintieron para darle gloria a Él*.
10
El quinto derramó su copa sobre el trono de la
bestia, y el reino de ella se cubrió de tinieblas, y se
mordían de dolor las lenguas*.
11
Y blasfemaron del Dios del cielo, a causa de sus
dolores y de sus úlceras, pero no se arrepintieron de sus
obras.
12 El sexto derramó su copa sobre el
gran río Éufrates, y secóse su agua, para que estuviese
expedito el camino a los reyes del oriente*.
Las ranas.
13
Y vi cómo de la
boca del dragón y de la boca de la bestia y de la boca del
falso profeta salían tres espíritus inmundos en figura de
ranas*.
14
Son espíritus
de demonios que obran prodigios y van a los reyes de todo el
orbe a juntarlos para la batalla del gran día del Dios
Todopoderoso. –
15 He aquí que vengo como ladrón.
Dichoso el que vela y guarda sus vestidos, para no tener que
andar desnudo y mostrar su vergüenza–*.
16 Y los congregaron en el lugar que
en hebreo se llama Harmagedón*.
La séptima copa.
17
El
séptimo (ángel) derramó su
copa en el aire, y salió una poderosa voz del templo, desde
el trono [en el cielo] que decía: “Hecho está”*.
18
Y hubo relámpagos y voces y
truenos, y se produjo un gran terremoto cual nunca lo hubo
desde que hay hombres sobre la tierra. Así fue de grande
este poderoso terremoto*.
19
Y la gran ciudad fue
dividida en tres partes, y las ciudades de los gentiles
cayeron, y Babilonia la grande fue recordada delante de
Dios, para darle el cáliz del vino de su furiosa ira*.
20
Y desaparecieron todas las
islas, y no hubo más montañas.
21
Y cayó del cielo sobre los
hombres granizo del tamaño de un talento; y los hombres
blasfemaron de Dios por la plaga del granizo, porque esta
plaga fue sobremanera grande*.
1 ss. Las plagas de
este capítulo, más terribles que las anteriores (cf.
15, 1) y que las que Dios descargó sobre los
enemigos de su pueblo en Egipto (Ex. caps. 7-10), conservan
mucha semejanza con éstas. Como en las trompetas,
empiezan por tierra, mar, ríos y sol; pero la
calamidad es total, en tanto que allí era de un
tercio, y en los sellos era de un cuarto. Sobre la
marca de la
Bestia, cf. 14, 11; 15, 2.
5.
El Ángel de las
aguas: S.
Agustín y S. Tomás nos llaman la atención sobre la
admirable Providencia de Dios que aun al cuidado de
las cosas materiales ha puesto a un ángel. “Las
siete copas (como los otros septenarios del
Apocalipsis) se dividen en dos grupos de
tres y de cuatro,
separados por la intervención del ángel de las
aguas. Esta división tiene sin duda por objeto
acentuar mejor el simbolismo del número siete,
haciendo destacar sus dos elementos significativos:
3, número de Dios y 4, número para el mundo”
(Crampon). Que
eres y que eras: nótese como en 11, 17, que ya
no se agrega
que has de venir (erjómenos: cf. Hb. 10, 37 s. y
nota) sin duda porque ya sus juicios se han hecho
manifiestos (15, 4).
7.
Oí al altar:
es decir, a los
mártires que descansan debajo del altar (6, 9), los
cuales han visto su clamor satisfecho con creces.
9.
¡No se arrepintieron!
(cf. vv.
11 y 20; 9, 21 y nota). ¿No es acaso lo que ya
estamos viendo? Dios castiga al mundo con terribles
azotes y sin embargo la sociedad humana sigue sus
propios planes sin preocuparse por saber cuáles son
los de Él. Dios Todopoderoso respeta entonces la
libertad de sus creaturas (cf. 22, 11) porque,
siendo Padre, no exige por la fuerza el amor de sus
hijos; pero derramará sobre los hombres la copa de
su ira porque éstos preferirán seguir siendo “hijos
de ira”, como cuando eran paganos sin redención (cf.
Ef. 2, 3 ss.; 5, 6), y quedar
sujetos a la potestad de las tinieblas, rehusando trasladarse
al reino del
Hijo muy amado (Col. 1, 12 s.). La venganza del
amor ofendido (cf. Ct. 8, 6 y nota) será tan
terrible como acabamos de ver en 14, 20 y como lo
veremos en 19, 17 ss. Pirot observa que estas plagas
caen sobre todas las naciones de la gentilidad y es
de notar que su apostasía contrasta con la
conversión de Israel (véase 11, 13 y nota) como ya
lo advirtió S. Pablo a los Romanos (cf. Rm. 11, 20 y
31 y notas). Tan claro anuncio hecho por Dios
bastaría para argüir de falsos profetas a todos los
creyentes en el progreso indefinido de la humanidad,
que la halagan (cf. 2 Tm. 4, 3) y la adormecen
pronosticándole días mejores. Jesús mostró que así
será hasta el fin (Lc. 18, 8; Mt. 24, 24-30). Cuando
digan paz y seguridad vendrá la catástrofe (1 Ts. 5,
3). Cf. 11, 15 y nota.
10.
De tinieblas:
cf. 9, 2; Ex. 10,
22; Sb. 17, 1 ss.
12.
El Éufrates,
en la 6ª copa,
como en la 6ª trompeta (9, 14 y nota), será secado
como lo fue el Mar Rojo (Ex. 14, 21) y el río Jordán
(Jos. 3, 13-17). Algunos piensan que puede haber
aquí “alusión a la manera como Ciro se apoderó de
Babilonia desviando el curso del Éufrates” (cf. Is.
44, 27; Jr. 50, 38; 51, 36). Y ¿quiénes son éstos
del oriente?
Algunos, pensando en el pasado, responden: “los
Partos, terror de Occidente” (cf. 9, 14-19; 17, 12
s. y 16 s.). Otros, como Fillion, que serán reyes
venidos de esa dirección para combatir al Señor,
unidos a los de toda la tierra (v. 14) y cuya
reunión aprovechará Él “para ejecutar contra ellos
sus proyectos de venganza (cf. 19, 19)”. Otros,
considerando que los de los vv. 13 s. no se unen con
éstos sino contra éstos, ven aquí el cumplimiento de
lo anunciado sobre la vuelta, para su conversión
(Rm. 11, 25 s.), de las diez tribus de Israel
(Efraín) dispersas (cf. Is. 11, 14-16; 49, 12 texto
hebreo; Ez. 37, 12-23; 4 Esd. 13, 39-50), las
cuales no habrían sido comprendidas en la
infidelidad de Judá pues sólo a ésta se refería y
sólo a ella se comunicó la profecía de Is. 6, 9
mencionada por S. Pablo en Hch. 28, 25 s.
13 s.
Espíritus inmundos:
como los
que vemos actuar en el Evangelio (Mt. 10, 1; Mc. 1,
23). No sabemos si obrarán por medio de algún
poseso. Cf. 1 Tm. 4, 1; Ex. 8, 2.
Los reyes de
todo el orbe: cf. 17, 4; 19, 19-21; Sal. 2, 2;
47, 5; Ez. caps. 38 y 39. Como Fillion (cf. v. 12 y
nota) también Pirot indica que hay en el v. 14 una
anticipación de las batallas finales del cap. 19.
Sobre el gran
día, cf. 6, 17 y nota.
15. Juan parece
interrumpir su relato para recordar aquí, como para
consuelo frente a esa horrible visión, estas
palabras que, como dice Gelin, son de Cristo (Lc.
12, 39 s.) y se refieren a su Parusía (3, 3). Sobre esta reiterada advertencia de Jesús cf. 22, 7, 12 y 20; 1 Ts. 5, 2 y
4; 2 Pe. 3, 10. “Velad, pues, porque no sabéis en
qué día vendrá vuestro Señor” (Mt. 24, 42). “La
bienaventuranza de los que velan es una de las siete
de nuestro Libro” (Pirot). Cf. 22, 7.
Sus vestidos:
señal de estar preparado, como Él lo dice en Lc.
12, 35.
16.
Harmagedón,
en hebreo:
Har Megiddo,
esto es el monte de Megiddo, situado cerca del
Monte Carmelo, donde varias veces se decidió el
destino de la Tierra Santa. Era el campo de batalla
por excelencia. Véase Jc. 5, 19; 2 R. 9, 27; 23, 29.
Figura aquí como lugar de una derrota definitiva, la
misma que indica el triunfo de Cristo en 19, 19 ss.
Cf. Ez. 38, 17 ss.; 39, 8 y 21; Jl. 2, 1 ss. y
notas.
17.
Hecho está:
lo ordenado en el
v. 1.
19.
La gran ciudad:
véase 17,
18 y nota.
Cayeron: algunos identifican esto con el final
del tiempo indicado en Lc. 21, 24 (cf. Dn. 2, 34
s.).
Babilonia: aquí, como en 14, 8, se nos da según
Crampon, una transición a este punto dominante de
los caps. 17 y 18, antes de llegar a la consumación.
Gelin, comparando este sismo con el de Jerusalén en
11, 13, hace notar que allí sólo fue un décimo y
aquí es total.
21.
De un talento:
o sea de 40
kilos, por donde se ve la enorme violencia de las
calamidades. Pero, como en 9, 2 s.; 16, 9 y 11, la
gentilidad seguirá hasta el fin sin
convertirse. Cf. Rm. 11, 25 y nota.
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