FILIPENSES 3 |
1 | 2 | 3 | 4 |
La gran ambición de San Parlo.
1
Por lo demás, hermanos, alegraos en el
Señor. No me pesa escribiros las mismas cosas, y para
vosotros es de provecho;
2
guardaos de los perros, guardaos de los malos
obreros, guardaos de los mutilados*.
3
Porque la circuncisión somos nosotros los que
adoramos a Dios en espíritu y ponemos nuestro orgullo en
Cristo Jesús, sin poner nuestra confianza en la carne*,
4
aunque yo tendría motivos para confiar aún en la
carne. Si hay alguien que cree que puede confiar en la
carne, más lo puedo yo:
5
circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de
la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley,
fariseo;
6
en cuanto al celo, perseguidor de la Iglesia; e
irreprensible en cuanto a la justicia de la Ley.
7
Pero estas
cosas que a mis ojos eran ganancia, las he tenido por daño a
causa de Cristo*.
8 Más aún, todo
lo tengo por daño a causa de la preexcelencia del
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo perdí
todo; y todo lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo
9 y en Él hallarme –no teniendo justicia mía, la de la
Ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que
viene de Dios fundada sobre la fe*
10 de conocerlo a Él y la virtud de su Resurrección y la participación de
sus padecimientos– conformado a la muerte Suya*,
11 por si puedo alcanzar la resurrección, la que es de
entre los muertos*.
Maravillas de nuestra
esperanza.
12 No es que lo
haya conseguido ya, o que ya esté yo perfecto, antes bien
sigo por si logro asir aquello para lo cual Cristo Jesús me
ha asido a mí*.
13 No creo, hermanos, haberlo asido; mas hago una sola
cosa: olvidando lo que dejé atrás y lanzándome a lo de
adelante,
14 corro derecho a la meta, hacia el trofeo de la vocación superior de
Dios en Cristo Jesús*.
15 Todos los que estamos maduros tengamos este sentir; y si en algo
pensáis de diferente manera, también sobre eso os ilustrará
Dios.
16 Mas, en lo que hayamos ya alcanzado, sigamos adelante [en un mismo
sentir].
17 Sed conmigo imitadores, hermanos, observad bien a
los que se comportan según el ejemplo que tenéis en nosotros*.
18 Porque muchos
de los que andan son –como a menudo os lo he dicho y ahora
lo repito con lágrimas– enemigos de la cruz de Cristo*,
19 cuyo fin es la perdición, cuyo dios es el vientre y
cuya gloria es su vergüenza, teniendo el pensamiento puesto
en lo terreno.
20 En cambio la ciudadanía nuestra es en los cielos, de donde también,
como Salvador, estamos aguardando al Señor Jesucristo*;
21 el cual vendrá
a transformar el cuerpo de la humillación nuestra conforme
al cuerpo de la gloria Suya, en virtud del poder de Aquel
que es capaz para someterle a Él mismo todas las cosas.
2. Previene a los
Filipenses,
como lo había hecho muchas veces (cf. v. 18) contra
los
judaizantes, los que, como perros, ladran por
todas partes y muerden cobardemente.
Mutilados llama despectivamente (cf. Lv.
21, 5; 1 R. 18, 28; Is. 15, 2) a los falsos doctores
porque tenían sólo la circuncisión de la carne y no
la del corazón. Véase Ga. 5, 6 y 11.
3 ss.
En espíritu:
S. Pablo aplica aquí –en oposición a los vv. 2 y
18 s.– la revelación fundamental de Jesús a la
samaritana (Jn. 4, 23) que nos servirá como piedra
de toque para distinguir entre unos y otros. El
resto del pasaje contiene una importante enseñanza
para la cual vemos que la confianza en Dios está en
razón directa de la desconfianza en la carne, esto
es, en nosotros mismos y en nuestros recursos. “Si
un niñito camina en una calle obscura, de la mano de
su robusto padre, y confía en la fuerza y en el amor
de éste para defenderlo contra cualquiera, todo su
empeño estará en no soltarse de la mano del padre
y en seguir sus pasos, sin ocurrírsele la idea de
llevar él también un pequeño bastón para su
defensa”. Y si lo hiciera, demostraría que vacila su
confianza en el padre y lo disgustaría gravemente
con ello y con su presunción de valiente al empuñar
ese objeto ridículo e ineficaz. Toda la Escritura y
principalmente los Salmos (por ej. el 32) están
llenos de textos que nos muestran que así piensa
Dios, como ese padre. No se trata ciertamente de no
hacer nada, sino al contrario de hacer lo que aquí
enseña el gran Apóstol en su empeñosa carrera por
seguir de la mano del Padre Celestial, las huellas
que Él nos señala con el ejemplo de su Hijo,
diciéndole lo mismo que Jesús: “no como yo quiero
sino como Tú”.
7. He aquí el “amor
de preferencia”. La expectativa de una espléndida
carrera lo alejaba de penetrar a fondo en lo más
apetecible:
el misterio de amor que hay en Cristo. Entonces nada
le costó despreciar lo que ofrece el mundo (Ct. 8,
7).
9.
No justicia mía:
Concepto
fundamental que, expresado ya en Rm. 10, 3 (cf. Rm.
3, 20-26), muestra que ser bueno según Dios, es
decir, en el orden
sobrenatural, no es serlo según nos parece a
nosotros (cf. Is. 1, 11; 66, 3 y notas). En efecto,
el hombre busca en su amor propio la satisfacción de
darse a sí mismo un bill de aprobación y poder
decir: soy bueno, como el fariseo del templo (Lc.
18, 11 ss.). Pero Dios enseña que nadie puede ser
justo delante de Él (Sal. 142, 2 y nota), y bien se
entiende esto, pues de lo contrario nada tendría que
hacer el Redentor. Es una gran lección de fe que
distingue fundamentalmente al cristiano del estoico.
Este lo espera todo de su esfuerzo; aquél acepta a
Cristo como su Salvador (Rm. 3, 20; 10, 3; Ga. 3, 1
ss.). La Biblia no enseña, pues, a poseer virtudes
propias, como quien llevase en su automóvil un
depósito de nafta que se acaba pronto. Ella nos
enseña a conectar directamente el motor de nuestro
corazón con el “surtidor” que es el Corazón de
Cristo (Jn. 15, 1 ss.), el cual nos da de lo suyo
(Jn. 1, 16), en porción tanto mayor cuanto más
vacíos y necesitados nos encuentra, porque no
vino para justos sino para pecadores (Mt. 9, 10-13).
Tal nos enseña la Virgen cuando dice que el Padre
“llenó de bienes a los hambrientos y dejó a los
ricos sin nada” (Lc. 1, 53). No queremos
poseer
virtudes, como si fuésemos dueños de ellas, porque
el día que creyéramos haberlo conseguido, las
pregonaríamos como el fariseo (Lc. 18, 9 ss.). Jesús
quiere, que nuestra propia izquierda no sepa el bien
que hacemos, como los niños, que son tanto más
encantadores cuanto menos saben que lo son. Vivamos,
pues, unidos a Él por la fe y el amor, y de allí
surgirán entonces obras buenas de todas clases, pero
no como conquistas nuestras, “para que no se gloríe
ninguna carne delante de
Él” (1 Co. 1, 29). Bien vemos en esto que la Sagr.
Escritura no enseña a ser capitalista, poseedor de
virtudes, sino a ser eterno mendigo, pues en esto se
complace Dios cuando ve “la nada de su sierva”, como
María (Lc. 1, 48). Por eso la Biblia suele tener tan
poca acogida, porque no nos ofrece cosas como “la
satisfacción del deber cumplido” ni esas
otras fórmulas con que el mundo alienta nuestro
orgullo so capa de virtud. Véase v. 10; 1 Co. 10, 12
y notas.
10.
Conformado a la
muerte Suya:
La espiritualidad
cristiana no busca la aniquilación de la vida sino
la participación en la muerte de Cristo, que es una
vida sobrenatural. Véase la doctrina del Bautismo en
Rm. 6, 3-5; Col. 2, 12 y notas. “Nuestro trato con
Dios es una
sociedad en que el hombre pone lo malo y Él pone
lo bueno. Pero, como se trata de explotar un
Producto que limpia (la Sangre de Cristo), apenas
entramos a ocuparnos de él sentimos que él nos ha
limpiado y sigue limpiándonos constantemente. Y el
Capitalista se siente feliz en su bondad, pues ¿de
qué le serviría tener ese producto si nadie lo
aprovechara? Él no quiere ganar nada en cambio, ni
lo necesita. Sólo quiere acreditar y difundir el
Producto, por amor a su Hijo admirable, a quien este
Producto le costó la vida. Cf. 1, 29; 3, 9 y notas.
11.
Resurrección de entre
los muertos:
Cf. v. 21; Jn. 6, 55;
11, 25; Hch. 4, 2; 1 Co. 15, 23 y 52; Lc. 14, 14;
20, 35; Ap. 20, 4 ss., etc. Véase la nota en Jn. 6,
39.
12 s. El hombre,
mientras está en vida, jamás es perfecto. La
inquietud
hacia Dios nunca le
deja descansar sobre lo que ha alcanzado. “Nuestro
corazón está inquieto hasta que no repose en Ti” (S.
Agustín).
Aquello para lo cual, etc. El Apóstol alude aquí
al fin que se propone en el v. 11. Para eso lo
convirtió Jesús dándole pruebas de extraordinaria
predilección. Aprendamos que para eso hay que
olvidar lo que dejamos atrás, tanto nuestros afectos
mundanos (v. 7 s.) cuanto nuestro pretendido capital
de méritos (Mt. 20, 8 ss.; Lc. 17, 10), y también
nuestros pecados (Lc. 7, 47 y nota).
14.
Corro derecho:
La vida cristiana
es esencialmente progreso hacia la unión con Dios.
Si no, es muerte. “Si tú dices: basta, ya estás
muerto” (S. Agustín). Véase 1 Co. 9, 24; 2 Tm. 4, 7.
Vocación superior: Fillion hace notar que el Apóstol usa aquí una
“locución extraordinaria”, que otros traducen por
superna, altísima, suprema, etc., porque es la más alta de cuantas
pueden darse, ya que nos identifica con Cristo (v.
21; Ef. 1, 5 y nota).
Os ilustrará
Dios: El Maestro que Dios nos envió para ello es
Jesucristo, y Él “no nos extravía porque es el
Camino; no nos engaña porque es la Verdad” (S.
Hilario). De ahí que Pablo promete así la plenitud
del progreso espiritual a los que sean fieles a la
luz (gran consuelo para las almas pequeñas),
enseñando de paso (v. 16) que no rechacemos a los
que aún no han llegado.
17.
Sed conmigo
imitadores:
es decir, imitadores
de Cristo, como lo soy yo. Cf. 2, 7 y nota; Ef. 5,
1.
18 s.
Son muchos,
y el Apóstol
habla de ellos
a menudo (cf. v. 1). Es que, aunque el tema sea triste y negativo,
no puede prescindirse de él por el interés de las
almas que serían engañadas (Mt. 7, 15; Jn. 2, 24 y
notas).
20 s.
La ciudadanía
nuestra:
Nuestra patria o morada (Vulg.
conversación)
donde habitamos espiritualmente. Véase Ef. 2, 6;
Col. 3, 1 s.; Hb. 12, 22; 13, 14.
Como Salvador:
cf. Lc. 21, 28; Rm. 8, 23. Aquí se nos llama la
atención sobre la maravillosa gloria de esta
Resurrección que nos traerá Jesús, mostrándonos que
la plenitud de nuestro destino eterno no se realiza
con el premio que el alma recibe en la hora de la
muerte (Ap. 6, 9 ss.; 1 Co. 15, 25 ss. y 51; 2 Co.
cap. 5; 1 Ts. 4, 13 ss.; Col. 3, 4).
Estamos
aguardando al Señor: Es la inscripción que se
lee en el frontispicio interior del cementerio del
Norte de Buenos Aires, como palabra de dichosa
esperanza puesta en boca de los muertos. Cf. Jb. 19,
25 s. y nota.
Del poder de Aquel: Así también Buzy y otros,
concordando con 1 Co. 15, 25; Sal. 109, 1 ss., etc.
Otros vierten: “del poder con que es capaz de
someterse a Sí mismo todas las cosas”.
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