MARCOS 10 |
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III. CAMINO DE JERUSALÉN
(10, 1-52)
Indisolubilidad del matrimonio.
1
Partiendo de
allí, fue al territorio de Judea y de Transjordania. De
nuevo, las muchedumbres acudieron a Él, y de nuevo,
según su costumbre, los instruía*.
2
Y viniendo a Él
algunos fariseos que, con el propósito de tentarlo, le
preguntaron si era lícito al marido repudiar a su mujer,
3
les respondió y
dijo: “¿Qué os ha ordenado Moisés?”
4
Dijeron:
“Moisés permitió dar libelo de repudio y despedir
(la)”.
5
Mas Jesús les replicó: “En vista de vuestra dureza de
corazón os escribió ese precepto.
6 Pero desde el
comienzo de la creación, Dios los hizo varón y mujer.
7 Por esto el hombre
dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer,
8 y los dos vendrán
a ser una sola carne. De modo que no son ya dos, sino
una sola carne.
9 ¡Y bien! ¡Lo que
Dios ha unido, el hombre no lo separe!”
10
De vuelta a su casa, los discípulos otra vez le
preguntaron sobre eso.
11
Y les dijo: “Quien repudia a
su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la
primera*;
12 y si una mujer
repudia a su marido y se casa con otro, ella comete
adulterio”.
Los niños son dueños del Reino.
13
Le trajeron
unos niños para que los tocase; mas los discípulos
ponían trabas.
14
Jesús viendo esto, se molestó y les dijo: “Dejad a
los niños venir a Mí y no les impidáis, porque de tales
como éstos es el reino de Dios*.
15
En verdad, os
digo, quien no recibe el reino de Dios como un niño, no
entrará en él”.
16
Después los abrazó y los bendijo, poniendo sobre
ellos las manos.
El joven rico.
17
Cuando iba ya en camino, vino uno
corriendo y, doblando la rodilla, le preguntó: “Maestro
bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?”*
18
Respondióle Jesús: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie
es bueno, sino sólo Dios.
19
Tú conoces los mandamientos: “No mates,
no cometas adulterio, no robes, no des falso testimonio,
no defraudes, honra a tu padre y a tu madre”;
20
y él le respondió: “Maestro, he cumplido
todo esto desde mi juventud”.
21
Entonces, Jesús lo miró con amor y le
dijo: “Una cosa te queda: anda, vende todo lo que posees
y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo;
después, vuelve, y sígueme, llevando la cruz”.
22
Al oír estas palabras, se entristeció, y se fue
apenado, porque tenía muchos bienes*.
Recompensa de los que siguen a
Jesús.
23
Entonces,
Jesús, dando una mirada a su rededor, dijo a sus
discípulos: “¡Cuán difícil es para los ricos entrar en
el reino de Dios!”
24
Como los
discípulos se mostrasen asombrados de sus palabras,
volvió a decirles Jesús: “Hijitos, ¡cuán difícil es para
los que confían en las riquezas, entrar en el reino de
Dios!
25
Es más fácil a un camello pasar por el ojo de una
aguja que a un rico entrar en el reino de Dios”*.
26
Pero su estupor aumentó todavía; y se decían entre
sí: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?”
27
Mas Jesús,
fijando sobre ellos su mirada, dijo: “Para los hombres,
esto es imposible, mas no para Dios, porque todo es
posible para Dios”.
28
Púsose,
entonces, Pedro a decirle: “Tú lo ves, nosotros hemos
dejado todo y te hemos seguido”.
29
Jesús le contestó y dijo: “En verdad, os digo, nadie
habrá dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o
padre, o hijos, o campos, a causa de Mí y a causa del
Evangelio,
30
que no reciba
centuplicado*
ahora, en este tiempo, casas, hermanos, hermanas, madre,
hijos y campos –a una con persecuciones–, y, en el siglo
venidero, la vida eterna.
31
Mas muchos primeros serán últimos, y
muchos últimos, primeros”.
Tercer anuncio de la Pasión.
32
Iban de camino, subiendo a Jerusalén, y
Jesús se les adelantaba; y ellos se asombraban y lo
seguían con miedo. Y tomando otra vez consigo a los
Doce, se puso a decirles lo que le había de acontecer:
33
“He aquí que subimos a Jerusalén, y el Hijo del
hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los
escribas, y lo condenarán a muerte, y lo entregarán a
los gentiles;
34
y lo
escarnecerán, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán,
mas tres días después resucitará”.
La ambición de Santiago y Juan.
35
Acercáronsele
Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dijeron:
“Maestro, queremos que Tú hagas por nosotros cualquier
cosa que te pidamos”*.
36
Él les dijo: “¿Qué queréis, pues, que haga por
vosotros?”
37
Le respondieron: “Concédenos sentarnos, el uno a tu
derecha, el otro a tu izquierda, en tu gloria”.
38
Pero Jesús les
dijo: “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz
que Yo he de beber, o recibir el bautismo que Yo he de
recibir?”
39
Le contestaron:
“Podemos”. Entonces, Jesús les dijo: “El cáliz que Yo he
de beber, lo beberéis; y el bautismo*
que Yo he de recibir, lo recibiréis.
40
Mas en cuanto a sentarse a mi derecha o a mi
izquierda, no es mío darlo sino a aquellos para quienes
está preparado”.
41
Cuando los otros diez oyeron esto, comenzaron a
indignarse contra Santiago y Juan.
42
Entonces, Jesús los llamó y les dijo:
“Como vosotros sabéis, los que aparecen como jefes de
los pueblos, les hacen sentir su dominación; y los
grandes, su poder*.
43
Entre vosotros no debe ser así; al contrario, quien,
entre vosotros, desea hacerse grande, hágase sirviente
de los demás;
44
y quien desea ser el primero, ha de ser esclavo de
todos.
45
Porque también el Hijo del hombre no vino para ser
servido, sino para servir y dar su vida en rescate por
muchos”*.
El ciego de Jericó.
46
Habían llegado a Jericó. Ahora bien,
cuando iba saliendo de Jericó, acompañado de sus
discípulos y de una numerosa muchedumbre, el hijo de
Timeo, Bartimeo, ciego y mendigo, estaba sentado al
borde del camino*;
47
y oyendo que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar:
“¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí!”
48
Muchos le
reprendían para que callase, pero él mucho más gritaba:
“¡Hijo de David, ten piedad de mí!”
49
Entonces, Jesús se detuvo y dijo: “Llamadlo”.
Llamaron al ciego y le dijeron: “¡Ánimo, levántate! Él
te llama”.
50
Y él arrojó su manto, se puso en pie de un salto y
vino a Jesús.
51
Tomando la palabra, Jesús le dijo: “¿Qué deseas que
te haga?” El ciego le respondió: “¡Rabbuni, que yo vea!”
52
Jesús le dijo: “¡Anda! tu fe te ha sanado”. Y en
seguida vio, y lo fue siguiendo por el camino*.
1 ss. Véase Mt. 19, 1 ss.; Gn. 1, 27; 2, 24; Dt. 24, 1-4; 1 Co. 6, 16; 7, 10
s.; Ef. 5, 31.
11 s.
Contra la
primera:
hay un bello
matiz de caridad en esta clara definición que
condena el desorden de nuestra época, en la que
una legislación civil se cree autorizada para
separar “lo que Dios ha unido”.
14. Este llamado
de Jesús es el fundamento de
toda educación.
Los niños entienden muy bien las palabras del
divino Maestro, porque Él mismo nos dijo que su
Padre revela a los pequeños lo que oculta a los
sabios y prudentes (Lc. 10, 21).
22. Sobre este
caso véase
Lc. 18, 22 y nota.
25. Jesús enseña
que no puede salvarse el rico de corazón,
porque, como Él
mismo dijo, no se puede servir a Dios y a las
riquezas (Mt. 6, 24). El que pone su corazón en
los bienes de este mundo no es el amo de ellos,
sino que los sirve, así como todo el que peca
esclavo es del pecado (Jn. 8, 34). Tan triste
situación es bien digna de lástima, pues se
opone a la bienaventuranza de los pobres en
espíritu, que Jesús presenta como la primera de
todas (Mt. 5, 31). Véase Lc. 18, 24 y nota. “No
se sepulte vuestra alma en el oro, elévese al
cielo” (S. Jerónimo). Cf: Col. 3, 1-4; Fil. 3,
19 ss.; Ef. 2, 6.
30.
Centuplicado.
Todos
los verdaderos pobres son ricos. “¿No os parece
rico, exclama S. Ambrosio, el que tiene la paz
del alma, la tranquilidad y el reposo, el que
nada desea, no se turba por nada, no se disgusta
por las cosas que tiene desde largo tiempo, y no
las busca nuevas?” A diferencia de San Mateo
(19, 27 ss.), no se habla aquí del que deja la
esposa, y se acentúa en cambio que esta
recompensa se refiere a la vida presente, aun en
medio de las persecuciones tantas veces
anunciadas por el Señor a sus discípulos. Cf.
Lc. 18, 29.
35 ss. Estos
“hijos del trueno” (3, 17) recordaban los doce
tronos
(Mt. 19, 28) y pensaban como los que oyeron la
parábola de las minas (Lc. 19, 11), como los del
Domingo de Ramos (11, 10), como todos los
apóstoles después de la Resurrección (Hch. 1,
6), que el Reino empezaría a llegar. Jesús no
condena precisamente, como algunos han creído,
esta gestión que sus primos hermanos intentan
por medio de su madre la buena Salomé (Mt. 20,
20) y que, si bien recuerda la ambición egoísta
de Sancho por su ínsula, muestra al menos una fe
y esperanza sin doblez. Pero alude una vez más a
los muchos anuncios de su Pasión, que ellos,
como Pedro (Mt. 16, 22), querían olvidar, y les
reitera la gran lección de la humildad,
refiriéndose de paso a arcanos del Reino que San
Pablo habría de explayar más tarde en las
Epístolas de la cautividad.
39. Ese
bautismo
a que Jesús
alude no parece ser sino el martirio. Véase Lc.
12, 50. Ambos apóstoles lo padecieron (Hch. 12 y
nota), si bien Juan salió ileso de su “bautismo”
en aceite hirviendo. Cf. Jn. 21, 22 y nota.
46. San Mateo
(20, 30)
habla de dos ciegos: uno de ellos ha de ser este
Bartimeo. Cf. Lc. 18, 35-43.
52.
En seguida:
el
evangelista nos hace notar que el dichoso ciego
siguió a Jesús sin acordarse de recoger el manto
arrojado a que se refiere el v. 50.
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