Recomendaciones:
1.- Rezar antes del atardecer, si lo dejas para más tarde,
luego puedes estar muy cansado por las tareas del día y es
fácil que te olvides de rezar o te quedes dormido.
2.- El rezo de las oraciones insume unos veinticinco
minutos, cuanto más compenetrado espiritualmente, menos
tiempo lleva.
3.- Se rezan las quince oraciones cada día, no una oración
cada día.
4.- En caso de enfermedad grave, puede rezarla otra persona
al lado de la cama y el enfermo deberá ir repitiendo
mentalmente. Solamente mientras se encuentre gravemente
enfermo.
5.- Se reza ante un Crucifijo, en su defecto frente a una
estampa de Jesús o con la mente puesta en su Divino Rostro y
en sus Santas Llagas.
Las Promesas:
El Crucificado prometió a Santa Brígida los siguientes
privilegios, con la condición de que ella fuera fiel a la
diaria recitación del Oficio Divino. Y se garantizaban
también a todo aquel que diga las oraciones devotamente cada
día por el espacio de un año, las siguientes promesas:
1.- Cualquiera que recite estas oraciones, obtendrá el grado
máximo de perfección.
2.- Quince días antes de su muerte, tendrá un conocimiento
perfecto de todos sus pecados y una contrición profunda de
ellos.
3.- Quince días antes de su muerte le daré mi precioso
cuerpo a fin de que escape del hambre eterna; le daré a
beber de mi preciosa sangre para que no permanezca sediento
eternamente.
4.- Libraré del purgatorio a 15 miembros de su familia
(algunas pueden ser del pasado, otras del presente y también
del futuro)
5.- Quince miembros de su familia serán confirmados y
preservados en gracia. (lo mismo)
6.- Quince miembros de su familia se convertirán. (lo mismo)
7.- Cualquiera que haya vivido en estado de pecado mortal
por 30 años, pero si recita o tiene la intención de recitar
estas oraciones devotamente, Yo, el Señor le perdonaré todos
sus pecados.
8.- Si ha vivido haciendo su propia voluntad durante toda su
vida y está por morir (sin que la persona tenga el
conocimiento que está por morir próximamente), prolongaré su
existencia para que se confiese bien (confesión de vida)
9.- Obtendrá todo lo que pida a Dios y a la Santísima
Virgen.
10.- En cualquier parte donde esté diciendo las oraciones, o
donde se digan, Dios estará presente con su gracia.
11.- Todo aquel que enseñe estas oraciones a los demás,
ganará incalculables méritos y su gloria será mayor en el
cielo.
12.- Por cada vez que se reciten estas oraciones, se ganarán
100 días de indulgencia.
13.- Será liberado de la muerte eterna. (no se condenará)
14.- Goza de la promesa de que será contado entre los
bienaventurados del cielo.
15.- Lo defenderé contra las tentaciones del mal.
16.- Preservaré y guardaré sus cinco sentidos.
17.- Lo preservaré de una muerte repentina.
18.- Yo colocaré mi cruz victoriosa ante él para que venza a
sus enemigos. (Satanás y sus huestes)
19.- Antes de su muerte vendré con mi amada Madre, la
Santísima Virgen Inmaculada.
20.- Lo recibiré muy complacido y lo conduciré a los gozos
eternos. Y habiéndolo llevado allí, le daré de beber de la
fuente de mi divinidad ; cosa que no haré con los que no
hayan recitado Mis oraciones.
21.- Se le asegura que será colocado junto al Supremo Coro
de los Santo Ángeles.
Oraciones:
Para empezar, invoquemos al Dulce Huésped de nuestras almas.
†
Señal de la Cruz:
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos
líbranos Señor, Dios nuestro.
†
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo. Amén.
Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y
enciende en ellos el fuego eterno de tu amor. Envía Señor tu
Espíritu y todo será creado y se renovará la faz de la
tierra.
Oremos:
Oh Dios, que instruiste los corazones de tus fieles con la
luz de tu Espíritu Santo, concédenos que animados y guiados
por este mismo Espíritu, aprendamos a obrar rectamente
siempre y gocemos de la dulzura del bien de sus divinos
consuelos. Por Cristo nuestro Señor. Así sea.
Un Credo al Sagrado Corazón de Jesús, haciendo un acto de
Fe.
Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de
la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio
Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los
infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios,
Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos
y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia
católica, la comunión de los santos, el perdón de los
pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.
PRIMERA ORACIÓN
¡Oh Jesús mío! ¡Oh eterna dulzura para los que te amamos!
¡Oh gozo supremo que supera todo gozo y deseo! ¡Oh salvación
y esperanza nuestra! Infinitas pruebas nos has dado de que
tu mayor deseo es estar siempre con nosotros; y fue este
sublime deseo, ¡Oh bendito amor! El que te llevó a asumir la
naturaleza humana. ¡Oh Verbo Encarnado!, recuerda aquella
Santa Pasión que abrazaste por nosotros, para cumplir con el
divino plan de reconciliación de Dios con su criatura.
Recuerda Señor tu última cena, cuando rodeado de tus
discípulos, y después de haberles lavado los pies, les diste
tu precioso cuerpo y sangre. Recuerda también cuando tuviste
que consolarlos al anunciarles tu ya próxima Pasión.
Fue en el huerto de los Olivos, ¡Oh Señor!, donde se
escenificaron los peores momentos de tu Sagrada Pasión:
porque fuiste invadido por la más infinita de las tristezas
y por la más dolorosa de las amarguras, y que te llevaron a
exclamar todo lleno de horror y de angustia: "¡Mi alma está
triste hasta la muerte!"... Tres horas duró tu agonía en
aquel jardín; y todo el miedo, angustia y dolor que
padeciste allí, ¡fueron tan grandes!, que te causó sudar
sangre copiosamente. Aquello escapaba a toda descripción,
hasta tal punto que sufriste más allí que en el resto de tu
Pasión, porque ante tus divinos ojos desfilaron aquellas
terribles visiones de los pecados que se cometieron desde
Adán y Eva hasta aquellos mismos instantes, y los pecados
que se estaban cometiendo en aquellos momentos por toda la
faz de la tierra, y los que se cometerían en el futuro,
¡siglos enteros!, ¡hasta la consumación de los tiempos!
Pero, ¡Oh amor que todo lo vence! A pesar de tu temor
humano, así contestaste a tu Padre: "¡No se haga mi
voluntad, sino la tuya!" E inmediatamente, tu Padre envió
aquel precioso Ángel para confortarte... Tres veces oraste,
y al final llegó tu discípulo traidor, Judas. ¡Cuánto te
dolió aquello!
Fuiste arrestado por el pueblo de aquella nación que Tú
mismo habías escogido y exaltado. Tres jueces te juzgaron,
falsos testigos te acusaron, cometiendo el acto más injusto
de la historia de la humanidad, ¡condenando a muerte a su
Autor y Redentor! ¡A aquél que venía a regalarnos la vida
eterna!
Y te despojaron de tus vestiduras y te cubrieron los ojos...
e inmediatamente aquellos soldados romanos comenzaron a
abofetearte, y llenarte de salivazos, y golpes llovieron
contra tu delicado cuerpo. Y te retaban a que les dijeras
quién era el que te lo hacía. De repente, aquella corona de
espinas te la incrustaron mutilando tu cabeza de mala
manera; ¡rompiendo carne, venas y nervios! Para contemplar
la mofa a tu condición de Rey, te dieron un cetro: una
vulgar caña que colocaron en tus sagradas manos.
¡Oh sublime enamorado de nuestras almas!, recuerda también
cuando te ataron a la columna. ¡Cómo te flageló aquella
gente!... No quedó lugar alguno en tu maravilloso cuerpo que
no quedara destrozado bajo los golpes de los látigos. Otro
cuerpo humano hubiese muerto con menos golpes... La escena
era terrible: ¡huesos y costillas podían verse! ¡Cuánta
furia desatada contra el Hombre-Dios!
Oh Jesús mío, en memoria de aquellos crueles tormentos que
padeciste por nosotros antes de la crucifixión, concédenos
antes de morir un verdadero arrepentimiento de nuestros
pecados, que podamos satisfacer por ellos, que hagamos una
santa confesión, te recibamos en la Santísima Eucaristía, y
así, alimentada nuestra alma, podamos volar hacia Ti.
Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
SEGUNDA ORACIÓN
¡Oh salud y alimento de mi alma, libertad verdadera de
ángeles y santos!, ¡Paraíso de delicias! Recuerda el horror
y la tristeza que sufriste camino al lugar donde te
aguardaba una cruz, cuatro clavos y los verdugos cuando toda
aquella turba se apretujaba a tu paso, y te golpeaba e
insultaba impunemente, haciéndote víctima de las más
espantosas crueldades. Pero más te dolía la ingratitud de
ellos, que los golpes que te infligían, pues era
precisamente por ellos y por todo el género humano, que
llevabas aquella Cruz sobre tus hombros destrozados.
Por todos aquellos tormentos y ultrajes, y por las
blasfemias proferidas en contra de Ti, te rogamos, ¡Oh dueño
de nuestra alma! que nos libres de nuestros enemigos,
visibles e invisibles, y que bajo tu protección logremos tal
perfección y santidad, que merezcamos entrar contigo en tu
Reino. Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
TERCERA ORACIÓN
¡Oh dueño de nuestra existencia! Tú que siendo el Creador
del Universo, del Cielo y de la Tierra, de ángeles y
hombres, a quien nada puede abarcar ni limitar y que todo lo
envuelves y sostienes con tu amoroso poder, sin embargo, te
dejaste matar por tu obra maestra, el hombre, para
justificarlo ante Ti mismo.
Recuerda cada dolor sufrido, cada tormento soportado por
nuestro amor, cuando los judíos con enormes clavos
taladraron tus sagradas manos y pies. ¡Que espantosa escena
se produjo cuando con indescriptible crueldad, tu cuerpo
tuvo que ser estirado sobre la Cruz para que tus manos y
pies llegaran hasta los agujeros previamente abiertos en el
madero! ¡Con cuánta furia agrandaron aquellas heridas! ¡Cómo
agregaron dolor al dolor, cuando tuvieron que estirar tus
sagrados miembros violentamente en todas direcciones! ¡Oh
Varón de dolores!
Recuerda cuando tus músculos y tendones eran estirados sin
misericordia, y tus venas se rompían, y tu piel virginal se
desgarraba horriblemente, y tus huesos eran dislocados.
¡Oh Cordero Divino! en memoria de todo lo ocurrido en la
colina del Gólgota, te rogamos nos concedas la gracia de
amarte y honrarte cada día más y más. Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
CUARTA ORACIÓN
¡Oh divino mártir de amor! ¡Oh médico celestial que te
dejaste suspender en la Cruz para que por tus heridas las
nuestras fueron curadas! Recuerda cada una de aquellas
heridas y la tremenda debilidad de tus miembros, que fueron
distendidos hasta tal punto que jamás ha habido dolor
semejante al tuyo. Desde la cabeza a los pies eras todo
llaga, todo dolor, todo sufrías; eras una masa rota y
sanguinolenta, y aún así llegaste, para sorpresa de tus
verdugos, a suplicar a tu Padre, eterno perdón para ellos
diciéndole: ¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!
¡Oh Cristo bendito! En memoria de esta gran misericordia que
tuviste, que muy bien pudiste lanzar a todo aquel mundo
malvado a los abismos infernales con un solo acto de tu
poderosa voluntad, por aquella tan grande misericordia que
superó a tu justicia divina, concédenos una contrición
perfecta y la remisión total de nuestros pecados, desde el
primero hasta el último, y que jamás volvamos a ofenderte.
Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
QUINTA ORACIÓN
¡Oh Jesús, Oh esplendor de la eternidad! Recuerda cuando
contemplaste en la Luz de tu Divinidad, las almas de los
predestinados que serían rescatados por los méritos de tu
Sagrada Pasión, también viste aquella tremenda multitud que
sería condenada por sus pecados. ¡Cuánto te quejaste por
ellos! Te compadeciste, oh buen Jesús, hasta de aquellos
réprobos, de aquellos desafortunados pecadores que no se
lavarían con tu sangre, ni se alimentarían con tu Carne
Eucarística.
Por tu infinita compasión y piedad, y acordándote de tu
promesa al buen ladrón arrepentido, al decirle que aquel
mismo día estaría contigo en el Paraíso, ¡Oh salud y
alimento de nuestra alma! muéstranos esta misma misericordia
en la hora de nuestra muerte. Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
SEXTA ORACIÓN
¡Oh Rey muy amado y deseado por mi corazón ¡ acordaos del
dolor que sufriste, cuando desnudo y como un criminal común
y corriente, fuiste clavado y elevado en la Cruz. Cómo te
dolió el ver que tus familiares y amigos desertaran. Pero
allí estaba tu muy amada Madre y tu discípulo Juan, que
permanecieron contigo hasta tu último suspiro. No importando
que su naturaleza humana, desmayando estaba, y para colmo de
tu inmenso amor por nosotros, nos hiciste aquel precioso
regalo: ¡nos diste a María como Madre! ¡Cuánto te debemos
Salvador nuestro, por este sublime regalo! Sólo tuviste que
decir a María: “¡Mujer, he aquí a tu hijo!” y a Juan: “!He
aquí a tu Madre!”
¡Te suplicamos, oh Rey de la Gloria! por la espada de dolor
que entonces atravesó el alma de tu Santísima e Inmaculada
Madre, que te compadezcas de nosotros en todas nuestras
aflicciones y tribulaciones tanto corporal como espiritual,
y que nos asistas en cada prueba, especialmente en la hora
de nuestra muerte. Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
SÉPTIMA ORACIÓN
¡Oh Rey de Reyes! ¡Fuente de compasión que jamás se agota!
Recuerda cuando sentiste aquella tremenda sed por las almas
y que te llevó a exclamar desde la Cruz: "¡Tengo Sed!" Sí,
no solamente tenías sed física, sino sed insaciable por la
salvación de la raza humana.
Por este gesto de amor por nosotros, te rogamos, oh
prisionero de nuestro amor, que inflames nuestros corazones
con el deseo de tender siempre hacia la perfección en todos
nuestros actos, que extingas en nosotros la concupiscencia
de la carne y los deseos de placeres mundanos. Así sea
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
OCTAVA ORACIÓN
¡Oh constante dulzura nuestra! ¡Oh deleite diario de nuestro
espíritu! Por el sabor tan amargo de aquella hiel y vinagre
que te dieron a probar en lugar de agua, para aplacar tu sed
física, te suplicamos que aplaques nuestra sed por tu
vivificadora sangre, y nuestra hambre por tu Redentora
Carne, ahora y siempre, y que no nos falte en la hora de
nuestra muerte. Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
NOVENA ORACIÓN
¡Oh Jesús, Virtud Real y gozo del alma! Acuérdate del dolor
que sentiste, sumergido en un océano de amargura, al
acercarse la muerte. Insultado y ultrajado por tus verdugos,
clamaste en alta voz que habías sido abandonado por Tu Padre
Celestial, diciéndole: “Dios mío, Dios mío, ¿Porqué me has
abandonado?” Por aquella angustia que padeciste en aquellos
momentos finales de tu Pasión, te rogamos oh nuestro
Salvador que no nos abandones en los terrores y dolores de
nuestra muerte. Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
DÉCIMA ORACIÓN
¡Oh Jesús, que eres principio y fin de todo lo creado ,
Virtud, Luz y Verdad! Acuérdate que por causa nuestra fuiste
sumergido en un abismo de penas; sufriendo dolor en todo tu
Santísimo Cuerpo: En consideración a la enormidad de tanta
llaga que te hicimos los hombres; enséñanos a guardar por
puro amor a Ti, todos tus Mandamientos; cuyo camino de Tu
Ley Divina es amplio y agradable, para aquellos que te aman.
Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
UNDÉCIMA ORACIÓN
¡Oh Jesús mío!, abismo insondable de misericordia, te
rogamos en memoria de tus heridas, las cuales penetraron
hasta la médula de tus huesos y hasta lo más profundo de tu
ser, ¡que nos apartes para siempre del pecado! ¡que no te
ofendamos más! Reconocemos con bochorno que somos unos
miserables pecadores y que te hemos ofendido ¡tantas veces!
Que tememos que tu divina justicia nos condene.
No obstante, acudimos presurosos a tu misericordia infinita,
para que nos escondas urgentemente en tus preciosas LLagas,
y así, ocultados de tu indignado Rostro, pueda tu amante
Corazón una vez más, lavar nuestras culpas con tu Sangre
liberadora. De esa forma Redentor nuestro, tu enojo e
indignación cesarán de inmediato. ¡Gracias Señor! Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
DUODÉCIMA ORACIÓN
¡Oh Jesús, eterna verdad, símbolo de la perfecta caridad y
de la unidad! Te suplicamos que te acuerdes de aquella
multitud de laceraciones, de aquellas horribles heridas que
te hicimos la humanidad pecadora que querías salvar. Estabas
hecho un guiñapo humano, enrojecido por tu propia sangre.
¡Que inmenso e intenso dolor padeciste en tu Carne Virginal
por amor a nosotros! ¡Oh dulzura infinita!, ¿qué pudiste
hacer, que ya no hayas hecho por nosotros? Nada falta. Todo
lo has cumplido.
Ayúdanos, Oh Señor, a tener siempre presente ante los ojos
de nuestro espíritu, un fiel recuerdo de tu Pasión, para que
el fruto de tus sufrimientos se vea continuamente renovados
en nuestra alma, y para que tu amor se agrande en cada
momento más y más en nuestro corazón, hasta que llegue aquel
feliz día en que te veamos en el cielo, y ser uno contigo,
que eres el tesoro y suma total de todo gozo y bondad. Así
sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
DÉCIMA TERCERA ORACIÓN
¡Oh dulce consuelo de nuestra alma, maravilloso liberador,
Rey inmortal e invencible! Recuerda cuando inclinando tu
adorable cabeza, toda desfigurada por los golpes, la sangre
y el polvo del camino, exclamaste: "Todo está consumado"...
Toda tu fuerza mental y física se agotaron completamente.
Por este Gran Sacrificio y por las angustias y tormentos que
padeciste antes de morir, te rogamos, oh buen Jesús, que
tengas misericordia de nosotros en la hora de nuestra
muerte, cuando nuestra mente esté tremendamente perturbada;
y nuestra alma sumergida en inquietudes y angustias. Que no
temamos nada, que te tengamos a Ti a nuestro lado y dentro
de nuestro ser. Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
DÉCIMA CUARTA ORACIÓN
¡Oh doliente Jesús, oh incomprensible Segunda Persona de la
Trinidad, esplendor y figura de su esencia! Recuerda cuando
con gran voz entregaste tu alma a Tu Padre Celestial
diciéndole: "¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!"
Tu cuerpo estaba despedazado, y tu corazón destrozado, pero
tus entrañas de misericordia quedaron abiertas para
redimirlos! Así expiraste, oh amor infinito...
Por tu Dolorosa Muerte; te suplicamos, Oh Rey de Santos y
Arcángeles, que nos confortes y nos ayudes a resistir al
mundo con sus errores, a Satanás con sus pérfidas, y a la
carne con sus vicios, para que así, muertos a los enemigos
de nuestras almas, vivamos solamente para Ti. Por eso te
rogamos, Oh Dulce Redentor y Salvador, que a la hora de
nuestra muerte recibas nuestras pobres almas desterradas que
regresan a Ti. Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
DÉCIMA QUINTA ORACIÓN
¡Oh vencedor de la muerte! ¡Vid verdadera y fructífera!
Recuerda a aquel torrente de sangre que brotó de cada parte
de tu Bendito Cuerpo, igual que la uva exprimida en el
lagar.
Desde el lugar de la flagelación y a través de las calles de
Jerusalén, por toda aquella vía dolorosa, hasta la colina
sagrada, tu Sangre derramada escribía las bellas páginas de
la historia del Corazón que más nos ama...¡El tuyo! Recuerda
como la tierra agradecida, pero a la vez espantada, recibía
tu preciosa Sangre. toda la naturaleza; de horror temblaba y
los Cielos se estremecían, los Ángeles y hasta los demonios
se sorprendían ante ¡aquella increíble escena! ¡Todo un Dios
moría! ¿Qué era aquello? ¿Qué sucedía? Aquel primer Viernes
Santo, oh Jesús ¡Abrías el cielo para la humanidad pecadora!
Por tres largas horas tu Cuerpo colgó de la Cruz.
Presentabas un aspecto doliente, triste, todo lleno de
dolor, Tu Sangre aún manando, recorriendo aquella que ya se
había secado, que ya había coagulado. Y a todo esto se
adhirió el polvo y la tierra del camino....
Qué tristeza y dolor padecieron María y Juan al contemplar
tus cabellos y barbas que ahora daban la impresión que
estaban compuestos de alambres, llenos de Sangre y de
tierra. Tus oídos y nariz tupidos estaban de sangre. ¡Hasta
tus ojos y boca sangraban! En verdad que todos tus sentidos
fueron atrozmente atormentados.
Así inclinaste la cabeza y entregaste tu Espíritu....
Entonces vino Longinos y perforó Tu costado, con tanta
violencia, que la punta de la lanza casi sale por el otro
costado. Tu corazón te lo desgarraron, oh Jesús, ese Corazón
que ¡tanto nos ama! Y de allí brotó Sangre y Agua, hasta no
quedar en Tu Cuerpo Gota alguna. Tu cuerpo era cual bulto
colgado, como un haz de mirra, elevado a lo alto de la Cruz,
la muy fina y delicada Carne tuya fue destrozada; la
Sustancia de tu Cuerpo fue marchitada, y disecada la Médula
de tus huesos. Es entonces que el Sol y las estrellas
negaron su luz, hubo terremotos y la naturaleza y los
elementos dieron amplio testimonio de que Aquel que negaron
¡era el Hijo de Dios!
Por esta amarga Pasión, y por la Efusión de Tu divina
Sangre, te suplicamos oh dulcísimo Jesús, que recibas
nuestra alma, cuando estemos sufriendo en la agonía de
nuestra muerte.
Oh maravillosa realidad, escándalo para los infieles, ¡gozo
indescriptible para los que te amamos! Ese tu infinito
sacrificio pagó el rescate, y al resucitar y ascender
gloriosamente al Cielo, ¡dejaste bien abiertas las puertas
para aquellos que quisieran seguirte! Oh Señor, por tu
amarga Pasión y preciosa sangre, te rogamos traspases
nuestros corazones, para que nuestras lágrimas de amor,
adoración y penitencia, sean nuestro alimento noche y día.
Haz que nos convirtamos totalmente a Ti, que nuestros
corazones sean tu perpetuo lugar de reposo; que nuestras
conversaciones te sean siempre agradable; y que al final de
nuestra vida merezcamos que graves, oh Dios de amor, el
Sello de Tu Divinidad en nuestra alma, para que tanto el
Padre como el Espíritu Santo, te vean bien reproducido en
nosotros, y poder así ser contados entre tus Santos para que
te alabemos para siempre por toda la eternidad. Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
ORACIÓN FINAL
¡Oh Dulce Jesús! Herid mi corazón a fin de que mis lágrimas
de amor y penitencia me sirvan de pan, día y noche.
Convertidme enteramente, Oh mi Señor, a Vos. Haced que mi
corazón sea Vuestra Habitación perpetua. Y que mi
conversación sea agradable. Que el fin de mi vida Os sea de
tal suerte loable, que después de mi muerte pueda merecer
Vuestro Paraíso; y alabaros para siempre en el Cielo con
todos Vuestros santos. Amén.
Sea por siempre, Bendito y Alabado Jesús, que con su Sangre
nos redimió (tres veces)
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