Iglesia Remanente
JUAN 1

1 2 3 4 5 6 7
8 9 10 11 12 13 14
15 16 17 18 19 20 21


PRÓLOGO

(1, 1-14)

 

1 En el principio el Verbo era, y el Verbo era junto a Dios, y el Verbo era Dios*. 2 Él era, en el principio, junto a Dios: 3 Por Él, todo fue hecho, y sin Él nada se hizo de lo que ha sido hecho. 4 En Él era la vida, y la vida era la luz de los hombres. 5 Y la luz luce en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron*. 6 Apareció un hombre, enviado de Dios, que se llamaba Juan*. 7 Él vino como testigo, para dar testimonio acerca de la luz, a fin de que todos creyesen por Él. 8 Él no era la luz, sino para dar testimonio acerca de la luz. 9 La verdadera luz, la que alumbra a todo hombre, venía* a este mundo. 10 Él estaba en el mundo; por Él, el mundo había sido hecho, y el mundo no lo conoció. 11 Él vino a lo suyo, y los suyos no lo recibieron. 12 Pero a todos los que lo recibieron, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios: a los que creen en su nombre*. 13 Los cuales no han nacido de la sangre, ni del deseo de la carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios*. 14 Y el Verbo se hizo carne, y puso su morada entre nosotros –y nosotros vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre– lleno de gracia y de verdad*.

 

I. PREPARACIÓN PARA LA VIDA PÚBLICA DE JESÚS

(1, 15-51)

 

Testimonio del Bautista. 15 Juan da testimonio de él, y clama: “De Éste dije yo: El que viene después de mí, se me ha adelantado porque Él existía antes que yo”. 16 Y de su plenitud hemos recibido todos, a saber, una gracia correspondiente a su gracia*. 17 Porque la Ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad han venido por Jesucristo*. 18 Nadie ha visto jamás a Dios; el Dios, Hijo único, que es en el seno del Padre, Ése le ha dado a conocer*.

19 Y he aquí el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron a él, desde Jerusalén, sacerdotes y levitas para preguntarle: “¿Quién eres tú?”* 20 Él confesó y no negó; y confesó: “Yo no soy el Cristo”*. 21 Le preguntaron: “¿Entonces qué? ¿Eres tú Elías?” Dijo: “No lo soy”. “¿Eres el Profeta?” Respondió: “No”*. 22 Le dijeron entonces: “¿Quién eres tú? para que demos una respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo?” 23 Él dijo: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”. 24 Había también enviados de entre los fariseos. 25 Ellos le preguntaron: “¿Por qué, pues, bautizas, si no eres ni el Cristo, ni Elías, ni el Profeta?” 26 Juan les respondió: “Yo, por mi parte, bautizo con agua; pero en medio de vosotros está uno que vosotros no conocéis*, 27 que viene después de mí, y al cual yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia”. 28 Esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.

 

Los primeros discípulos de Jesús. 29 Al día siguiente vio a Jesús que venía hacia él, y dijo: “He aquí el cordero de Dios, que lleva el pecado del mundo*. 30 Éste es Aquel de quien yo dije: En pos de mí viene un varón que me ha tomado la delantera, porque Él existía antes que yo. 31 Yo no lo conocía, mas yo vine a bautizar en agua, para que Él sea manifestado a Israel”. 32 Y Juan dio testimonio, diciendo: “He visto al Espíritu descender como paloma del cielo, y se posó sobre Él. 33 Ahora bien, yo no lo conocía, pero Él que me envió a bautizar con agua, me había dicho: “Aquel sobre quien vieres descender el Espíritu y posarse sobre Él, Ése es el que bautiza en Espíritu Santo”. 34 Y bien: he visto, y testifico que Él es el Hijo de Dios”*.

35 Al día siguiente, Juan estaba otra vez allí, como también dos de sus discípulos; 36 y fijando su mirada sobre Jesús que pasaba, dijo: “He aquí el Cordero de Dios”. 37 Los dos discípulos, oyéndolo hablar (así), siguieron a Jesús. 38 Jesús, volviéndose y viendo que lo seguían, les dijo: “¿Qué queréis?” Le dijeron: “Rabí –que se traduce: Maestro–, ¿dónde moras?” 39 Él les dijo: “Venid y veréis”. Fueron entonces y vieron dónde moraba, y se quedaron con Él ese día. Esto pasaba alrededor de la hora décima.

40 Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído (la palabra) de Juan y que habían seguido (a Jesús)*. 41 Él encontró primero a su hermano Simón y le dijo: “Hemos hallado al Mesías –que se traduce: Cristo”. 42 Lo condujo a Jesús, y Jesús poniendo sus ojos en él, dijo: “Tú eres Simón, hijo de Juan: tú te llamarás Kefas –que se traduce: Pedro”*. 43 Al día siguiente resolvió partir para Galilea. Encontró a Felipe y le dijo: “Sígueme”. 44 Era Felipe de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro. 45 Felipe encontró a Natanael y le dijo: “A Aquel de quien Moisés habló en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: es Jesús, hijo de José, de Nazaret”*. 46 Natanael le replicó: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” Felipe le dijo: “Ven y ve”. 47 Jesús vio a Natanael que se le acercaba, y dijo de él: “He aquí, en verdad, un israelita sin doblez”*. 48 Díjole Natanael: “¿De dónde me conoces?” Jesús le respondió: “Antes de que Felipe te llamase, cuando estabas bajo la higuera te vi”. 49 Natanael le dijo: “Rabí, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel”. 50 Jesús le respondió: “Porque te dije que te vi debajo de la higuera, crees. Verás todavía más”. 51 Y le dijo: “En verdad, en verdad os digo: Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del hombre”*.



1 ss. Juan es llamado el águila entre los evangelistas, por la sublimidad de sus escritos, donde Dios nos revela los más altos misterios de lo sobrenatural. En los dos primeros versos el Águila gira en torno a la eternidad del Hijo (Verbo) en Dios. En el principio: Antes de la creación, de toda eternidad, era ya el Verbo; y estaba con su Padre (14, 10 s.) siendo Dios como Él. Es el Hijo Unigénito, igual al Padre, consubstancial al Padre, coeterno con Él, omnipotente, omnisciente, infinitamente bueno, misericordioso, santo y justo como lo es el Padre, quien todo lo creó por medio de Él (v. 3).

5. No la recibieron: Sentido que concuerda con los vv. 9 ss.

6. Apareció un hombre: Juan Bautista. Véase v. 15 y 19 ss.

9. Aquí comienza el evangelista a exponer el misterio de la Encarnación, y la trágica incredulidad de Israel, que no lo conoció cuando vino para ser la luz del mundo (1, 18; 3, 13). Venía: Así también Pirot. Literalmente: estaba viniendo (én erjómenon). Cf. 11, 27 y nota.

12. Hijos de Dios: “El misericordiosísimo Dios de tal modo amó al mundo, que dio a su Hijo Unigénito (3, 16); y el Verbo del Padre Eterno, con aquel mismo único amor divino, asumió de la descendencia de Adán la naturaleza humana, pero inocente y exenta de toda mancha, para que del nuevo y celestial Adán se derivase la gracia del Espíritu Santo a todos los hijos del primer padre” (Pío XII, Encíclica sobre el Cuerpo Místico).

13. Sino de Dios: Claramente se muestra que esta filiación ha de ser divina (cf. Ef. 1, 5 y nota), mediante un nuevo nacimiento (3, 3 ss.), para que no se creyesen tales por la sola descendencia carnal de Abrahán. Véase 8, 30-59.

14. Se hizo carne: El Verbo que nace eternamente del Padre se dignó nacer, como hombre, de la Virgen María, por voluntad del Padre y obra del Espíritu Santo (Lc. 1, 35). A su primera naturaleza, divina, se añadió la segunda, humana, en la unión hipostática. Pero su Persona siguió siendo una sola: la divina y eterna Persona del Verbo (v. 1). Así se explica el v. 15. Cf. v. 3 s. Vimos su gloria: Los apóstoles vieron la gloria de Dios manifestada en las obras todas de Cristo. Juan, con Pedro y Santiago, vio a Jesús resplandeciente de gloria en el monte de la Transfiguración. Véase Mt. 16, 27 s.; 17, 1 ss.; 2 Pe. 1, 16 ss.; Mc. 9, 1 ss.; Lc. 9, 20 ss.

16. Es decir que toda nuestra gracia procede de la Suya, y en Él somos colmados, como enseña S. Pablo (Col. 2, 9 s.). Sin Él no podemos recibir absolutamente nada de la vida del Padre (15, 1 ss.). Pero con Él podemos llegar a una plenitud de vida divina que corresponde a la plenitud de la divinidad que Él posee. Cf. 2 Pe. 1, 4.

17. La gracia superior a la Ley de Moisés, se nos da gratis por los méritos de Cristo, para nuestra justificación. Tal es el asunto de la Epístola a los Gálatas.

18. Por aquí vemos que todo conocimiento de Dios o sabiduría de Dios (eso quiere decir teosofía) tiene que estar fundado en las palabras reveladas por Él, a quien pertenece la iniciativa de darse a conocer, y no en la pura investigación o especulación intelectual del hombre. Cuidémonos de ser “teósofos”, prescindiendo de estudiar a Dios en sus propias palabras y formándonos sobre Él ideas que sólo estén en nuestra imaginación. Véase el concepto de S. Agustín en la nota de 16, 24.

19. Sacerdotes y levitas: Véase Ez. 44, 15 y nota. Cf. Lc. 10, 31 s.

20. Muchos identificaban a Juan con el Mesías o Cristo; por eso el fiel Precursor se anticipa a desvirtuar tal creencia. Observa S. Crisóstomo que la pregunta del v. 19 era capciosa y tenía por objeto inducir a Juan a declararse el Mesías, pues ya se proponían cerrarle el paso a Jesús.

21. El Profeta: Falsa interpretación judaica de Dt. 18, 15, pasaje que se refiere a Cristo. Cf. 6, 14 s.

26. Yo bautizo con agua: Juan es un profeta como los anteriores del Antiguo Testamento, pero su vaticinio no es remoto como el de aquéllos, sino inmediato. Su bautizo era simplemente de contrición y humildad para Israel (cf. Hch. 19, 2 ss. y nota), a fin de que reconociese, bajo las apariencias humildes, al Mesías anunciado como Rey y Sacerdote (cf. Za. 6, 12 s. y nota), como no tardó en hacerlo Natanael (v. 49). Pero para eso había que ser como éste “un israelita sin doblez” (v. 47). En cambio a los “mayordomos” del v. 19, que usufructuaban la religión, no les convenía que apareciese el verdadero Dueño, porque entonces ellos quedarían sin papel. De ahí su oposición apasionada contra Jesús (según lo confiesa Caifás en 11, 47 ss.) y su odio contra los que creían en su venida (cf. 9, 22).

29. Juan es el primero que llama a Jesús Cordero de Dios. Empieza a descorrerse el velo. El cordero que sacrificaban los judíos todos los años en la víspera de la fiesta de Pascua y cuya sangre era el signo que libraba del exterminio (Ex. 12, 13), figuraba a la Víctima divina que, cargando con nuestros pecados, se entregaría “en manos de los hombres” (Lc. 9, 44), para que su Sangre “más elocuente que la de Abel” (Hb. 12, 25), atrajese sobre el ingrato Israel (v. 11) y sobre el mundo entero (11, 52) la misericordia del Padre, su perdón y los dones de su gracia para los creyentes (Ef. 2, 4-8).

34. El Hijo de Dios: Diversos mss. y S. Ambrosio dicen: el escogido (eklektós) de Dios. Cf. v. 45 y nota.

40. El otro era el mismo Juan, el Evangelista. Nótese el gran papel que en la primera vocación de los apóstoles desempeña el Bautista (v. 37). Cf. v. 26 y nota; Mt. 11, 13.

42. Véase Mt. 4, 18; 16, 18. Kefas significa en arameo: roca (en griego Petros).

45. Natanael es muy probablemente el apóstol Bartolomé. Felipe llama a Jesús “hijo de José” porque todos lo creían así: el misterio de la Anunciación (Lc. 1, 26 ss.) y la Encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo fue ocultado por María. Ello explica que fuese tan rudimentario el concepto de los discípulos sobre Jesús (cf. v. 34 y nota). Según resulta de los sinópticos combinados con Juan, aquéllos, después de una primera invitación, se volvieron a sus trabajos y luego recibieron la definitiva vocación al apostolado (Mt. 4, 18-22; Mc. 1, 16-20; Lc. 5, 8-11).

47. Las promesas del Señor son para los hombres sin ficción (Sal. 7, 11; 31, 11). Dios no se cansa de insistir, en ambos Testamentos, sobre esta condición primaria e indispensable que es la rectitud de corazón, o sea la sinceridad sin doblez (Sal. 25, 2). Es en realidad lo único que Él pide, pues todo lo demás nos lo da el Espíritu Santo con su gracia y sus dones. De ahí la asombrosa benevolencia de Jesús con los más grandes pecadores, frente a su tremenda severidad con los fariseos, que pecaban contra la luz (Jn. 3, 19) o que oraban por fórmula (St. 4, 8). De ahí la sorprendente revelación de que el Padre descubre a los niños lo que oculta a los sabios (Lc. 10, 21).