MARCOS 14 |
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V. PASIÓN Y MUERTE DEL
SEÑOR
(14, 1 - 15, 47)
Unción de Jesús en Betania.
1
Dos días*
después era la Pascua y los Ázimos, y los sumos
sacerdotes y los escribas, buscaban cómo podrían
apoderarse de Él con engaño y matarlo.
2
Mas decían: “No durante la fiesta, no sea que ocurra
algún tumulto en el pueblo”.
3
Ahora bien, hallándose Él en Betania, en
casa de Simón, el Leproso, y estando sentado a la mesa,
vino una mujer con un vaso de alabastro lleno de
ungüento de nardo puro de gran precio; y quebrando el
alabastro, derramó el ungüento sobre su cabeza*.
4
Mas algunos de los presentes indignados
interiormente, decían: “¿A qué este despilfarro de
ungüento?
5 Porque el ungüento este se podía vender por más de trescientos
denarios*,
y dárselos a los pobres”. Y bramaban contra ella.
6
Mas Jesús dijo: “Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Ha
hecho una buena obra conmigo.
7
Porque los pobres los tenéis con vosotros
siempre, y podéis hacerles bien cuando queráis; pero a
Mí no me tenéis siempre.
8
Lo que ella podía hacer lo ha hecho. Se adelantó a
ungir mi cuerpo para la sepultura*.
9
En verdad, os digo, dondequiera que fuere predicado
este Evangelio*,
en el mundo entero, se narrará también lo que acaba de
hacer, en recuerdo suyo”.
10
Entonces, Judas Iscariote, que era de los
Doce, fue a los sumos sacerdotes, con el fin de
entregarlo a ellos*.
11
Los cuales al
oírlo se llenaron de alegría y prometieron darle dinero.
Y él buscaba una ocasión favorable para entregarlo.
La Última Cena.
12
El primer día de los Ázimos, cuando se
inmolaba la Pascua, sus discípulos le dijeron: “¿Adónde
quieres que vayamos a hacer los preparativos para que
comas la Pascua?”
13
Y envió a dos
de ellos, diciéndoles: “Id a la ciudad, y os saldrá al
encuentro un hombre llevando un
cántaro de
agua; seguidle,
14
y adonde entrare, decid
al dueño de casa: “El Maestro dice: ¿Dónde está mi
aposento en que voy a comer la Pascua*
con mis discípulos?”
15 Y él os mostrará
un cenáculo grande en el piso alto, ya dispuesto; y allí
aderezad para nosotros”.
16
Los discípulos se
marcharon, y al llegar a la ciudad encontraron como Él
había dicho; y prepararon la Pascua.
Institución de la Eucaristía.
17
Venida la tarde, fue Él con los Doce.
18
Y mientras estaban en la mesa y comían, Jesús dijo:
“En verdad os digo, me entregará uno de vosotros que
come conmigo”.
19
Pero ellos comenzaron a contristarse, y a preguntarle
uno por uno: “¿Seré yo?”
20
Respondióles: “Uno de los Doce, el que
moja conmigo en el plato.
21
El Hijo del hombre se va, como está
escrito de Él, pero ¡ay del hombre, por quien el Hijo
del hombre es entregado! Más le valdría a ese hombre no
haber nacido”*.
22
Y mientras ellos comían, tomó pan, y habiendo
bendecido, partió y dio a ellos y dijo: “Tomad, éste es
el cuerpo mío”.
23
Tomó luego un cáliz, y después de haber dado gracias
dio a ellos; y bebieron de él todos.
24
Y les dijo: “Ésta es la sangre
mía de la Alianza, que se derrama por muchos*.
25 En verdad, os
digo, que no beberé ya del fruto de la vid hasta el día
aquel en que lo beberé nuevo en el reino de Dios”.
26
Y después de cantar el himno,
salieron para el monte de los olivos.
Promesas de fidelidad.
27
Entonces Jesús les dijo: “Vosotros todos
os vais a escandalizar, porque está escrito: «Heriré al
pastor, y las ovejas se dispersarán»*.
28
Mas después que Yo haya resucitado, os precederé en
Galilea”*.
29
Díjole Pedro: “Aunque todos se escandalizaren, yo
no”.
30 Y le dijo Jesús: “En verdad, te digo: que hoy, esta
misma noche, antes que el gallo cante dos veces, tú me
negarás tres”.
31
Pero él decía con mayor insistencia: “¡Aunque deba
morir contigo, jamás te negaré!” Esto mismo dijeron
también todos.
Agonía de Jesús en Getsemaní.
32
Y llegaron al huerto llamado Getsemaní, y
dijo a sus discípulos: “Sentaos aquí mientras hago
oración”*.
33
Tomó consigo a
Pedro, a Santiago y a Juan; y comenzó a atemorizarse y
angustiarse.
34
Y les dijo: “Mi alma está mortalmente triste; quedaos
aquí y velad”.
35
Y yendo un poco más lejos, se postró en
tierra, y rogó a fin de que, si fuese posible, se
alejase de Él esa hora;
36
y decía: “¡Abba, Padre! ¡todo te es posible; aparta
de Mí este cáliz; pero, no como Yo quiero, sino como
Tú!”*
37
Volvió y los
halló dormidos; y dijo a Pedro: “¡Simón! ¿duermes?*
¿No pudiste velar una hora?
38
Velad y orad para no entrar en tentación. El espíritu
está dispuesto, pero la carne es débil”.
39
Se alejó de
nuevo y oró, diciendo lo mismo.
40
Después volvió y los encontró todavía
dormidos; sus ojos estaban en efecto cargados, y no
supieron qué decirle.
41
Una tercera vez volvió, y les dijo: “¿Dormís ya y
descansáis?*
¡Basta! llegó la hora. Mirad: ahora el Hijo del hombre
es entregado en las manos de los pecadores.
42
¡Levantaos! ¡Vamos! Se acerca el que me entrega”.
Prisión de Jesús.
43
Y al punto, cuando Él todavía hablaba,
apareció Judas, uno de los Doce, y con él una tropa
armada de espadas y palos, enviada por los sumos
sacerdotes, los escribas y los ancianos*.
44
Y el que lo
entregaba, les había dado esta señal: “Aquel a quien yo
daré un beso, Él es: prendedlo y llevadlo con cautela”.
45
Y apenas llegó, se acercó a Él y le dijo:
“Rabí”, y lo besó.
46
Ellos, pues, le echaron mano, y lo
sujetaron.
47
Entonces, uno de los que ahí estaban, desenvainó su
espada, y dio al siervo del sumo sacerdote un golpe y le
amputó la oreja.
48
Y Jesús, respondiendo, les dijo: “Como contra un
bandolero habéis salido, armados de espadas y palos,
para prenderme.
49
Todos los días estaba Yo en medio de vosotros
enseñando en el Templo, y no me prendisteis. Pero
(es) para
que se cumplan las Escrituras”.
50
Y abandonándole,
huyeron todos*.
51
Cierto joven*,
empero, lo siguió, envuelto en una sábana sobre el
cuerpo desnudo, y lo prendieron;
52 pero él soltando
la sábana, se escapó de ellos desnudo.
53 Condujeron a Jesús a casa del Sumo
Sacerdote*,
donde se reunieron todos los jefes de los sacerdotes,
los ancianos y los escribas.
54
Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del
palacio del Sumo Sacerdote, y estando sentado con los
criados se calentaba junto al fuego.
Ante Caifás.
55
Los sumos sacerdotes, y todo el
Sanhedrín, buscaban contra Jesús un testimonio para
hacerlo morir, pero no lo hallaban.
56
Muchos, ciertamente, atestiguaron en falso contra Él,
pero los testimonios no eran concordes.
57
Y algunos se
levantaron y adujeron contra Él este falso testimonio:
58
“Nosotros le hemos oído decir: Derribaré este Templo
hecho de mano de hombre, y en el espacio de tres días
reedificaré otro no hecho de mano de hombre”*.
59
Pero aun en esto el testimonio de ellos no era
concorde.
60
Entonces, el Sumo Sacerdote, se puso de pie en medio
e interrogó a Jesús diciendo: “¿No respondes nada? ¿Qué
es lo que éstos atestiguan contra Ti?”
61
Pero Él guardó silencio y nada respondió.
De nuevo, el Sumo Sacerdote lo interrogó y le dijo:
“¿Eres Tú el Cristo, el Hijo del Bendito?”
62
Jesús respondió: “Yo soy. Y veréis al
Hijo del hombre*
sentado a la derecha del Poder, y viniendo en las nubes
del cielo”.
63
Entonces, el
Sumo Sacerdote rasgó sus vestidos, y dijo: “¿Qué
necesidad tenemos ahora de testigos?
64
Vosotros acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os
parece?” Y ellos todos sentenciaron que Él era reo de
muerte*.
65
Y comenzaron
algunos a escupir sobre Él y, velándole el rostro, lo
abofeteaban diciéndole: “¡Adivina!” Y los criados le
daban bofetadas.
Pedro niega a Cristo.
66
Mientras Pedro estaba abajo, en el patio,
vino una de las sirvientas del Sumo Sacerdote*,
67
la cual viendo
a Pedro que se calentaba, lo miró y le dijo: “Tú también
estabas con el Nazareno Jesús”.
68
Pero él lo negó, diciendo: “No sé absolutamente qué
quieres decir”. Y salió fuera, al pórtico, y cantó un
gallo.
69
Y la sirvienta, habiéndolo visto allí, se puso otra
vez a decir a los circunstantes: “Este es uno de ellos”.
Y él lo negó de nuevo.
70
Poco después los que estaban allí, dijeron nuevamente
a Pedro: “Por cierto que tú eres de ellos; porque
también eres galileo”.
71
Entonces, comenzó a echar imprecaciones y dijo con
juramento: “Yo no conozco a ese hombre del que habláis”.
72
Al punto, por segunda vez, cantó un gallo. Y Pedro se
acordó de la palabra que Jesús le había dicho: “Antes
que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres”, y
rompió en sollozos*.
1.
Dos días:
la unción de
Jesús, referida en los vv. 3 ss., tuvo lugar
seis días antes de la Pascua (Jn. 12, 1).
3.
Sobre su cabeza:
el
Señor se dignó aceptarle esto en concepto de
unción para la sepultura (v. 8) y limosna hecha
a Él como
pobre (v. 6 s.). Véase sobre esto Jn. 20, 7
y nota. En Jn. 12, 3 se habla de los pies, como
en Lc. 7, 38.
5.
Trescientos
denarios:
más o menos, el
salario anual de un empleado de entonces.
8. Cada vez más a
menudo alude el
Señor a su muerte, para preparar a sus
discípulos a los tristes acontecimientos que se
acercan.
9.
Este Evangelio:
expresión singular y profética, pues sabemos que
los santos Evangelios fueron escritos mucho más
tarde. Cf. Jn. 16, 12.
10 s. Véase Mt.
26,
14-16; Lc. 22, 3-6.
14.
Comer la Pascua,
es
decir, el cordero pascual prescrito por la Ley
(Ex. 12, 3 ss.). Jesús, que no había venido a
derogarla (Mt. 5, 17), no ve inconveniente en
observarla, como lo hizo con la circuncisión
(cf. Rm. 15, 8), aunque Él había de ser, por su
Pasión y Muerte en la Cruz, la suma Realidad en
quien se cumplirían aquellas figuras; el Cordero
divino que se entregó “en manos de los hombres”
(9, 31) sin abrir su boca (Is. 53, 7); el que
San Juan nos presenta como inmolado junto al
trono de Dios (Ap. 5, 6), y que S. Pablo nos
muestra como eterno Sacerdote y eterna Víctima.
Cf. Hb. caps. 5-10; Sal. 109, 4 y nota.
21.
Judas
el traidor es
expresamente condenado por el Señor y entregado
a la maldición. Por eso es imposible creer que
se haya salvado. Véase Jn. 17, 12; Hch. 1, 16;
Sal. 40, 10. Cf. en 1 Sam. 31, 13 la nota sobre
Saúl.
24. Véase
Mt. 20, 28 y nota. No significa aquí: derramada
“por obra de” muchos (aunque esto también sea
verdad en el sentido de que todos somos
pecadores), sino que se derrama como un bautismo
de redención sobre todos los que lo aprovechen,
según la palabra del Apocalipsis 22, 14
(Vulgata) coincidente con Ef. 1, 7; Col. 1, 14 y
20; Hb. 9, 12 ss.; 13, 12; 1 Pe. 1, 19; 1 Jn. 5,
6; Ap. 12, 11.
32. Una iglesia,
construida
recientemente, conmemora el lugar de la agonía
del Redentor en el huerto de
Getsemaní,
situado al este de Jerusalén, entre la
ciudad y el Monte de los Olivos.
36. Véase Mt. 26,
42 y nota; Lc. 22, 42. El
cáliz
significa la
pasión. Cf. 10, 38; Lc. 12, 50.
37.
¡Simón!
¿duermes?:
Jesús se dirige
especialmente a Pedro, ya que éste se había
tenido por más valiente que los otros (v. 29) y
porque el jefe de los apóstoles tenía que dar
buen ejemplo. Cf. Mt. 26, 36-46; Lc. 22, 40-46.
41. Estas
palabras coinciden
con las que el Señor había dicho a Pedro en el
v. 37, y nos muestran, como una lección para
nuestra humildad, el grado de inconsciencia de
aquellos hombres en semejantes momentos. La
versión que pone los verbos en imperativo
resulta inexplicable ante la palabra que Jesús
agrega inmediatamente: “¡basta!”. Véase Mt. 26,
45.
50. Esta,
huída general,
que
nos enseña la
miseria
sin límites de que todos somos capaces, es
también inexcusable falta de fe en la bondad y
el poder del Salvador, pues Él había mostrado
con sus palabras (Jn. 17, 12) y con su actitud
(Jn. 18, 8 s. y 19 s.) que no permitiría que
ellos fuesen sacrificados con Él. Véase Mt. 26,
56 y nota.
51.
Ese joven
que iba siguiendo a Jesús es, según se cree,
el mismo Marcos que escribió este Evangelio,
único en traer el episodio.
53. La casa de
Caifás estaba en la parte sudoeste de la ciudad.
Había que andar
hasta allí unos dos kilómetros. Según una
tradición piadosa, Jesús en este largo trayecto
cayó en tierra, a consecuencia de los malos
tratamientos, muchas veces más que las tres
caídas del Vía Crucis. Cf. Sal. 109, 7 nota.
58. Véase Jn. 2,
19. Gramática recuerda
también aquí el templo celestial de Hb. 9, 11 y
24.
62. “El nombre de
Hijo del hombre,
que
Jesús mismo se dio, expresa su calidad de
hombre, y por alusión a la profecía de Daniel,
insinúa su dignidad mesiánica” (P. d’Alès).
Véase Dn. 7, 13; Mt. 24, 30; 26, 64; Sal. 79, 16
y nota.
64. Es condenado
por
blasfemia
el Santo de
los santos, el inmaculado Cordero de Dios, el
único Ser en quien el Padre tenía puestas todas
sus complacencias (Mt. 3, 17; 17, 5). Su
“blasfemia” consistió en decir la doble verdad
de que Él era el anunciado por los profetas como
Hijo de Dios y Rey de Israel (Lc. 23, 3; Jn. 18,
37).
72. La
caída de Pedro
fue
profunda, pero no menos profundo fue luego su
dolor. Muchos seguimos a Pedro negando al Señor;
sigamos también la preciosa lección del
arrepentimiento, ya que, como enseña Jesús, el
más perdonado es el que más ama (Lc. 7, 47).
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