MARCOS 11 |
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IV. JESÚS EN JERUSALÉN
(11, 1 - 13, 37)
Entrada triunfal en Jerusalén.
1
Cuando estuvieron próximos a Jerusalén,
cerca de Betfagé y Betania, junto al Monte de los
Olivos, envió a dos de sus discípulos,
2
diciéndoles: “Id a la aldea*
que está enfrente de vosotros; y luego de entrar en
ella, encontraréis un burrito atado, sobre el cual nadie
ha montado todavía. Desatadlo y traedlo.
3
Y si alguien os pregunta: “¿Por qué hacéis esto?”,
contestad: “El Señor lo necesita, y al instante lo
devolverá aquí”.
4
Partieron, pues, y encontraron un burrito atado a una
puerta, por de fuera, en la calle, y lo desataron.
5 Algunas personas que se encontraban allí, les dijeron: “¿Qué hacéis,
desatando el burrito?”
6
Ellos les respondieron como Jesús les
había dicho, y los dejaron hacer.
7
Llevaron, pues, el burrito a Jesús y
pusieron encima sus mantos, y Él lo montó.
8
Y muchos
extendieron sus mantos sobre el camino; otros, brazadas
de follaje que habían cortado de los campos.
9
Y los que marchaban delante y los que seguían,
clamaban: “¡Hosanna!*
¡Bendito sea el que viene en el nombre del Señor!
10
¡Bendito sea el
advenimiento del reino de nuestro padre David! ¡Hosanna
en las alturas!”
11
Y entró en Jerusalén en el Templo, y después de
mirarlo todo, siendo ya tarde, partió de nuevo para
Betania con los Doce.
La higuera estéril.
12
Al día siguiente*,
cuando salieron de Betania, tuvo hambre.
13
Y divisando, a
la distancia, una higuera que tenía hojas, fue para ver
si encontraba algo en ella; pero llegado allí, no
encontró más que hojas, porque no era el tiempo de los
higos*.
14
Entonces,
respondió y dijo a la higuera: “¡Que jamás ya nadie coma
fruto de ti!” Y sus discípulos lo oyeron.
Indignación de Jesús por el
Templo profanado.
15
Llegado a
Jerusalén, entró en el Templo, y se puso a expulsar a
los que vendían y a los que compraban en el Templo, y
volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que
vendían las palomas;
16
y no permitía que nadie atravesase el
Templo transportando objetos.
17
Y les enseñó diciendo: “¿No está escrito:
«Mi casa será llamada casa de oración para todas las
naciones»? Pero vosotros, la habéis hecho cueva de
ladrones”*.
18
Los sumos sacerdotes y los escribas lo oyeron y
buscaban cómo hacerlo perecer; pero le tenían miedo,
porque todo el pueblo estaba poseído de admiración por
su doctrina.
19
Y llegada la
tarde,
salieron (Jesús
y sus discípulos) de la ciudad.
Poder de la fe.
20
Al
pasar (al día
siguiente) muy de mañana,
vieron la higuera que se había secado de raíz*.
21
Entonces, Pedro se
acordó y dijo: “¡Rabí, mira! La higuera que maldijiste
se ha secado”.
22
Y Jesús les respondió y
dijo: “¡Tened fe en Dios!*
23
En verdad, os digo,
quien dijere a este monte: “Quítate de ahí y échate al
mar”, sin titubear interiormente, sino creyendo que lo
que dice se hará, lo obtendrá.
24
Por eso, os digo, todo
lo que pidiereis orando, creed que lo obtuvisteis ya, y
se os dará*.
25 Y cuando os
ponéis de pie para orar, perdonad lo que podáis tener
contra alguien, a fin de que también vuestro Padre
Celestial os perdone vuestros pecados.
26 [Si no perdonáis,
vuestro Padre que está en los cielos no os perdonará
tampoco vuestros pecados]”*.
Controversia sobre el poder de
Jesús.
27
Fueron de nuevo
a Jerusalén. Y como Él se pasease por el Templo, se le
llegaron los jefes de los sacerdotes, los escribas y los
ancianos*,
28
y le dijeron: “¿Con qué poder haces estas cosas, y
quién te ha dado ese poder para hacerlas?”
29
Jesús les
contestó: “Os haré Yo también una pregunta. Respondedme,
y os diré con qué derecho obro así:
30
El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres?
Respondedme”.
31
Mas ellos discurrieron así en sí mismos:
“Si decimos «del cielo», dirá: «entonces ¿por qué no le
creísteis?»
32
Y ¿si decimos: “de los hombres”?” –pero temían al
pueblo, porque todos tenían a Juan por un verdadero
profeta.
33
Respondieron, pues, a Jesús: “No sabemos”. Entonces,
Jesús les dijo: “Y bien, ni Yo tampoco os digo con qué
poder hago esto”.
2. La aldea de
Betfagé,
situada entre
Jerusalén y Betania (Mt. 21, 1 ss.; Lc. 19, 29
ss.; Jn. 12, 12 s.).
9. Con la
aclamación
Hosanna:
¡Ayúdanos (oh Dios)! el pueblo quiere
expresar su desbordante alegría según el Salmo
117, 25 s.
13 ss. La
maldición de la
higuera
simboliza la
reprobación del pueblo de Israel, rico en hojas
pero estéril en frutos (Mt. 21, 18 s.; Lc. 13, 6
ss.).
22 s. Sobre
este
punto principalísimo véase 9, 19 ss.; Mt. 17,
20; Lc. 17, 20 y notas.
24. Tal es la
eficacia de
la fe viva, la del que no es “vacilante en su
corazón” (v. 23; St. 1, 6 ss.) y perdona a su
prójimo (v. 25).
26. El vers. 26
falta en los mejores códices.
Pertenece a Mt.
6, 15.
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