Iglesia Remanente

LUCAS 21

       

1 2 3 4 5 6 7
8 9 10 11 12 13 14
15 16 17 18 19 20 21
22 23 24        

 

La ofrenda de la viuda. 1 Levantó los ojos y vio a los ricos que echaban sus dádivas en el arca de las ofrendas. 2 Y vio también a una viuda menesterosa, que echaba allí dos moneditas de cobre; 3 y dijo: “En verdad, os digo, esta viuda, la pobre, ha echado más que todos, 4 pues todos éstos de su abundancia echaron para las ofrendas de Dios, en tanto que ésta echó de su propia indigencia todo el sustento que tenía”*.

 

Vaticinio de la ruina del Templo y del fin del mundo. 5 Como algunos, hablando del Templo, dijesen que estaba adornado de hermosas piedras y dones votivos, dijo*: 6 “Vendrán días en los cuales, de esto que veis, no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida”. 7 Le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo ocurrirán estas cosas, y cuál será la señal para conocer que están a punto de suceder?”* 8 Y Él dijo: “Mirad que no os engañen; porque vendrán muchos en mi nombre y dirán: «Yo soy; ya llegó el tiempo». No les sigáis. 9 Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os turbéis; esto ha de suceder primero, pero no es en seguida el fin”. 10 Entonces les dijo: “Pueblo se levantará contra pueblo, reino contra reino. 11 Habrá grandes terremotos y, en diversos lugares, hambres y pestes; habrá también prodigios aterradores y grandes señales en el cielo. 12 Pero antes de todo esto, os prenderán; os perseguirán, os entregarán a las sinagogas y a las cárceles, os llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi nombre. 13 Esto os servirá para testimonio*. 14 Tened, pues, resuelto, en vuestros corazones no pensar antes como habéis de hablar en vuestra defensa*, 15 porque Yo os daré boca y sabiduría a la cual ninguno de vuestros adversarios podrá resistir o contradecir. 16 Seréis entregados aún por padres y hermanos, y parientes y amigos; y harán morir a algunos de entre vosotros, 17 y seréis odiados de todos a causa de mi nombre. 18 Pero ni un cabello de vuestra cabeza se perderá. 19 En vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.

20 “Mas cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed que su desolación está próxima*. 21 Entonces, los que estén en Judea, huyan a las montañas; los que estén en medio de ella salgan fuera; y los que estén en los campos, no vuelvan a entrar, 22 porque días de venganza son éstos, de cumplimiento de todo lo que está escrito. 23 ¡Ay de las que estén encintas y de las que críen en aquellos días! Porque habrá gran apretura sobre la tierra, y gran cólera contra este pueblo. 24 Y caerán a filo de espada, y serán deportados a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por gentiles hasta que el tiempo de los gentiles sea cumplido”.

25 “Y habrá señales en el sol, la luna y las estrellas y, sobre la tierra, ansiedad de las naciones, a causa de la confusión por el ruido del mar y la agitación (de sus olas). 26 Los hombres desfallecerán de espanto, a causa de la expectación de lo que ha de suceder en el mundo, porque las potencias de los cielos serán conmovidas. 27 Entonces es cuando verán al Hijo del hombre viniendo en una nube con gran poder y grande gloria. 28 Mas cuando estas cosas comiencen a ocurrir, erguíos y levantad la cabeza, porque vuestra redención se acerca”*.

 

La señal de la higuera. 29 Y les dijo una parábola: “Mirad la higuera y los árboles todos*: 30 cuando veis que brotan, sabéis por vosotros mismos que ya se viene el verano. 31 Así también, cuando veáis que esto acontece, conoced que el reino de Dios está próximo. 32 En verdad, os lo digo, no pasará la generación esta hasta que todo se haya verificado*. 33 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 34 Mirad por vosotros mismos, no sea que vuestros corazones se carguen de glotonería y embriaguez, y con cuidados de esta vida, y que ese día no caiga sobre vosotros de improviso*, 35 como una red; porque vendrá sobre todos los habitantes de la tierra entera. 36 Velad, pues, y no ceséis de rogar para que podáis escapar a todas estas cosas que han de suceder, y estar en pie delante del Hijo del hombre”.

37 Durante el día enseñaba en el Templo, pero iba a pasar la noche en el monte llamado de los Olivos. 38 Y todo el pueblo, muy de mañana acudía a Él en el Templo para escucharlo*.



5 ss. Véase Mt. 24; Mc. 13 y notas. También aquí parecen enlazadas las profecías de la ruina de Jerusalén y del fin del siglo, siendo aquélla la figura de ésta. Véase sin embargo v. 32 y nota.

7. Véase Mt. 24, 3 y nota. Aquí la pregunta se ciñe más a la ruina de Jerusalén. Después de anunciada ésta (v. 20-24), Jesús entra a hablar más de propósito acerca de su venida (v. 25 ss.).

13. Nótese la diferencia con el texto semejante de Mt. 10, 18, que habla de que los discípulos de Cristo perseguidos darán testimonio ante sus perseguidores (Sal. 118, 46). Aquí, en cambio, se trata de que esa persecución será, para los mismos discípulos, un testimonio o prueba de la verdad de estos anuncios del divino Maestro, y un sello confirmatorio de que son verdaderos discípulos.

14 s. Cf. 12, 11; Mt. 10, 19. Promesa terrenal como las de Mt. 6, 25-33, pero ¿quién puede hacerla si no es Dios? Y si Él no fuera el Hijo ¿podría concebirse tanta falsía en prometer y tanta maldad en Aquel que pasó haciendo el bien (Hch. 10, 31) y desafiando a que lo hallasen en falsedad? (Jn. 8, 46 s.). Esta consideración “ad absurdum” es tan impresionante, que ayuda mucho a consolidar nuestra posición íntima frente a Cristo para creerle de veras todo cuanto Él diga, aunque nos parezca muy paradójico. Cf. 7, 23 y nota.

20 ss. Teniendo presente esta profecía, los cristianos de Jerusalén dejaron la ciudad Santa antes de su ruina, retirándose a Pella al otro lado del Jordán. El tiempo de los gentiles (v. 24) va a cumplirse, esto es, va a terminar con la conversión de Israel (Rm. 11, 24), y el advenimiento del supremo Juez. Cf. Ez. 30, 3; Dn. 2, 29-45; 7, 13 s.; 1 Co. 11, 26; Jn. 19, 37 y notas.

28. Esta recomendación del divino Salvador, añadida a sus insistentes exhortaciones a la vigilancia (cf. Mc. 13, 37), muestra que la prudencia cristiana no está en desentenderse de estos grandes misterios (1 Ts. 5, 20), sino en prestar la debida atención a las señales que Él bondadosamente nos anticipa, tanto más cuanto que el supremo acontecimiento puede sorprendernos en un instante, menos previsible que el momento de la muerte (v. 34). “Vuestra redención”: así llama Jesús al ansiado día de la resurrección corporal, en que se consumará la plenitud de nuestro destino. Cf. Mt. 25, 34; Flp. 3, 20 s.; Ap. 6, 10 s. San Pablo la llama la redención de nuestros cuerpos (Rm. 8, 23). Cf. 2 Co. 5, 1 ss.; Ef. 1, 10 y notas.

32. La generación ésta: Véase Mt. 24, 34 y nota. Un notable estudio sobre este pasaje, publicado en “Estudios Bíblicos”, de Madrid, ha observado que “el Discurso escatológico no tiene sino un solo tema central: el Reino de Dios, o sea, la Parusía en sus relaciones con el Reino de Dios”. Que “la respuesta del Señor (Lc. 21, 8 ss.; Mc. 13, 5 ss.) como en Mt. (24, 4 ss.) y el cotejo de su demanda (de los apóstoles) con la del primer Evangelio, nos certifican que, efectivamente, de sólo ella principalmente se trata” y que “la intención primaria de la pregunta era la Parusía soñada”, por lo cual “que el tiempo se refiere directamente a la Parusía es por demás manifiesto” y “en la parábola de la higuera se nos dice que cuando comience a cumplirse todo lo anterior a la Parusía veamos en ello un signo infalible de la cercanía del Triunfo definitivo del Reino”; que la expresión todo esto significa todo lo descrito antes de la Parusía; que el triunfo del Evangelio encontrará “toda clase de obstáculos y persecuciones directas e indirectas” y que a su vez “la generación esta” implica limitación, presencia actual, y “tiene siempre, en labios del Señor, sentido formal cualificativo peyorativo: los opuestos al Evangelio del Reino (como en el Ant. Test. los opuestos a los planes de Yahvé)”. Cita al efecto los siguientes textos, en que Jesús se refiere a escribas, fariseos y saduceos: Mt. 11, 16; Lc. 7, 11; 12, 39; 41, 42, 45; Mc. 8, 12; Lc. 11, 29; 30, 31, 32; Mt. 16, 4; 17, 17; Mc. 9, 19; Lc. 9, 41; 23, 36; Lc. 11, 50, 51; Mc. 8, 38; Lc. 16, 8; 17, 25. Y concluye: “De todo lo cual parece deducirse que la expresión la generación esta es una apelación hecha para designar una colectividad enemiga, opuesta a los planes del Espíritu de Dios, que inicia la guerra al Evangelio ya desde sus comienzos (Mt. 11, 12; Lc. 16, 16; Mt. 23, 13; Jn. 9, 22, 34, 35 y en general a través de todo el Evangelio); el “semen diaboli” (Gn. 3, 15; cf. Jn 8, 41, 44, 38, etc.), en su lucha con el “semen promissum” (Gn. 3, 15 comp. Ga. c. 3, especialmente 16 y 29)”.

34. Lo único que sabemos acerca de la fecha del “último día”, es que vendrá de improviso (Mt. 24, 39; 1 Ts. 5, 2 y 4; 2 Pe. 3, 10). Por lo cual los cálculos de la ciencia acerca de la catástrofe universal valen tan poco como ciertas profecías particulares. Velad, pues, orando en todo tiempo (v. 36).

38. Algunos manuscritos (grupo Farrar) traen aquí la perícopa Jn. 8, 1-11 (el perdón de la adúltera) que, según observan algunos, por su estilo y por su asunto pertenecería más bien a este Evangelio de la misericordia.