Iglesia Remanente

ROMANOS 9

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B. LA SITUACIÓN DEL PUEBLO JUDÍO

(9, 1 - 11, 36)

 

Dios no elige según la carne. 1 Digo verdad en Cristo, dándome testimonio mi conciencia en el Espíritu Santo, de que no miento*: 2 siento tristeza grande y continuo dolor en mi corazón. 3 Porque desearía ser yo mismo anatema de Cristo por mis hermanos*, deudos míos según la carne, 4 los israelitas, de quienes es la filiación*, la gloria, las alianzas, la entrega de la Ley, el culto y las promesas; 5 cuyos son los padres, y de quienes, según la carne, desciende Cristo, que es sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén. 6 No es que la palabra de Dios haya quedado sin efecto; porque no todos los que descienden de Israel, son Israel*; 7 ni por el hecho de ser del linaje de Abrahán, son todos hijos; sino que “en Isaac será llamada tu descendencia”. 8 Esto es, no los hijos de la carne son hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa son los considerados como descendencia. 9 Porque ésta fue la palabra de la promesa: “Por este tiempo volveré, y Sara tendrá un hijo”*. 10 Y así sucedió no solamente con Sara, sino también con Rebeca, que concibió de uno solo, de Isaac nuestro Padre. 11 Pues, no siendo aún nacidos (los hijos de ella), ni habiendo aún hecho cosa buena o mala –para que el designio de Dios se cumpliese, conforme a su elección, no en virtud de obras sino de Aquel que llama– 12 le fue dicho a ella: “El mayor servirá al menor”; 13 según está escrito: “A Jacob amé, mas aborrecí a Esaú”.

 

Dios ejerce su soberana libertad. 14 ¿Qué diremos, pues? ¿Qué hay injusticia por parte de Dios? De ninguna manera*. 15 Pues Él dice a Moisés: “Tendré misericordia de quien Yo quiera tener misericordia, y me apiadaré de quien Yo quiera apiadarme”. 16 Así que no es obra del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia*. 17 Porque la Escritura dice al Faraón: “Para esto mismo Yo te levanté, para ostentar en ti mi poder y para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra”. 18 De modo que de quien Él quiere, tiene misericordia; y a quien quiere, le endurece. 19 Pero me dirás: ¿Y por qué entonces vitupera? Pues ¿quién puede resistir a la voluntad de Él? 20 Oh, hombre, ¿quién eres tú que pides cuentas a Dios? ¿Acaso el vaso dirá al que lo modeló: “Por qué me has hecho así”? 21 ¿O es que el alfarero no tiene derecho sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honor y otro para uso vil?* 22 ¿Qué, pues, si Dios, queriendo manifestar su ira y dar a conocer su poder, sufrió con mucha longanimidad los vasos de ira, destinados a perdición, 23 a fin de manifestar las riquezas de su gloria en los vasos de misericordia, que Él preparó de antemano para gloria, 24 a saber, nosotros, a los cuales Él llamó, no sólo de entre los judíos, sino también de entre los gentiles?

 

Reprobación de los judíos. 25 Como también dice en Oseas: “Llamaré pueblo mío al que no es mi pueblo, y amada a la no amada*. 26 Y sucederá que en el lugar donde se les dijo: No sois mi pueblo, allí mismo serán llamados hijos del Dios vivo”. 27 También Isaías clama sobre Israel: “Aun cuando el número de los hijos de Israel fuere como las arenas del mar, sólo un resto será salvo*; 28 porque el Señor hará su obra sobre la tierra rematando y cercenando”. 29 El mismo Isaías ya antes había dicho: “Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado una semilla, habríamos venido a ser como Sodoma y asemejados a Gomorra”.

 

¿Cuál fue el extravío de Israel? 30 ¿Qué diremos en conclusión? Que los gentiles, los cuales no andaban tras la justicia, llegaron a la justicia, a la justicia que nace de la fe; 31 mas Israel, que andaba tras la Ley de la justicia, no llegó a la Ley. 32 ¿Por qué? Porque no (la buscó) por la fe, sino como por obras, y así tropezaron en la piedra de tropiezo; 33 como está escrito: “He aquí que pongo en Sión una piedra de escándalo, y peñasco de tropiezo; y el que creyere en Él no será confundido”*.



1. Los tres capítulos siguientes explican por qué fue desechado el pueblo judío, a pesar de las grandes bendiciones y promesas que le fueron dadas.

3. Por mis hermanos: en bien de ellos o quizá en lugar de ellos. Es un bello rasgo de su caridad que ama a los hermanos más que a sí mismo (cf. 10, 1). Pero bien sabe Pablo –acaba de proclamarlo en 8, 35-39– que nada podría separarlo del amor de Cristo.

4. La filiación: cf. Ex. 4, 22; Dt. 14, 1; Jr. 31, 9; Os. 11, 1, etc. A esa filiación colectiva del pueblo sucedió otra más sobrenatural para cada uno de los elegidos (8, 15 ss.).

6 ss. La promesa no fue para los descendientes carnales de Abrahán, pues desde luego no entraron en ella los árabes, hijos de Abrahán por Ismael (v. 7; Gn. 21, 12), ni los idumeos, hijos de Isaac por Esaú (v. 12 s.; Gn. 25, 23; Mal. 1, 2 s.).

16 ss. No del que quiere ni del que corre: Cf. v. 11; 8, 29 ss. S. Crisóstomo y S. Gregorio Nacianceno hacen resaltar en estas formidables palabras la iniciativa de Dios en nuestra salvación y la soberana libertad que Él se reserva, sin tener que dar cuenta de ella a nadie. Véase Mc. 10, 27; Sal. 32, 17; 146, 10 s. y nota. De ahí comprendió Santa Teresa de Lisieux que el camino hacia Él no era tratar de justificarse a sí mismo, ya que esto es imposible (10, 2 s.; Sal. 142, 2 y notas) sino “ganarle el lado del corazón” (Is. 66, 13 y nota) haciéndose pequeño (Mt. 18, 1 ss.; Lc. 10, 21).

21. Confírmase en esta imagen el beneplácito con que Dios llama a unos, por pura misericordia, a la gloria, y reprueba a otros en justo aunque oculto juicio (S. Agustín).

27 ss. Sólo un resto será salvo: corresponde a la voz hebrea Schear Yaschub, nombre simbólico del hijo de Isaías (Is. 7, 3), quien con este simbolismo alude a la salvación de las reliquias de Israel, que alcanzarán por obra gratuita de la misericordia divina. Pero Isaías (10, 21) alude a los convertidos que se salvarán al fin (cf. 11, 25 s.; Jr. 30, 13 y notas). En cambio S. Pablo lo aplica a los de su tiempo (11, 5 s.), es decir, a los que, por divina elección, fueron discípulos fieles de Jesús y formaron el núcleo primitivo de la Iglesia de Pentecostés. Véase Ga. 6, 16 y nota. En su conjunto Israel se excluyó a sí mismo de la salud mesiánica (v. 31) porque, tanto la Sinagoga en el tiempo del Evangelio, cuanto el pueblo de la dispersión en el tiempo de los Hechos, no quisieron seguir el camino de la fe, sino salvarse por las obras de la Ley. Véase lo que sigue en 10, 3 ss.; cf. Fil. 3, 9.

33. Véase Is. 8, 14; 28, 16; 1 Pe. 2, 6 s.; Lc. 2, 34; Mt. 21, 42; Hch. 10, 43 s.