ROMANOS 10 |
1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 |
8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 |
15 | 16 |
La justicia de la ley y la
justicia de la fe.
1
Hermanos, el
deseo de mi corazón y la súplica que elevo a Dios, es en
favor de ellos para que sean salvos*.
2
Porque les doy testimonio de que tienen celo por
Dios, pero no según el conocimiento*;
3
por cuanto ignorando la justicia de Dios, y
procurando establecer la suya propia, no se sometieron a la
justicia de Dios*;
4
porque el fin
de la Ley es Cristo para justicia a todo el que cree*.
5
Pues Moisés escribe de la justicia que viene de la
Ley, que “el hombre que la practicare vivirá por ella”*.
6
Mas de la justicia que viene de la fe, habla así: “No
digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? –esto es, para
bajarlo a Cristo–*
7
o ¿quién descenderá al abismo?” –esto es, para hacer
subir a Cristo de entre los muertos–.
8 ¿Mas qué dice?
“Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón”;
esto es, la palabra de la fe que nosotros predicamos.
9 Que si
confesares con tu boca a Jesús como Señor, y creyeres en tu
corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás
salvo;
10 porque con el
corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa
para salud.
11 Pues la Escritura dice: “Todo aquel que creyere en Él, no será
confundido”*.
12 Puesto que no
hay distinción entre judío y griego; uno mismo es el Señor
de todos, rico para todos los que le invocan.
13 Así que “todo el que invocare el nombre del Señor
será salvo”*.
La incredulidad no tiene
disculpa.
14 Ahora bien,
¿cómo invocarán a Aquel en quien no han creído? Y ¿cómo
creerán en Aquel de quien nada han oído? Y ¿cómo oirán, sin
que haya quien predique?
15 Y ¿cómo predicarán, si no han sido enviados? según está escrito:
“¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian cosas
buenas!”*
16 Pero no todos
dieron oído*
a ese Evangelio. Porque Isaías dice: “Señor, ¿quién ha
creído a lo que nos fue anunciado?”
17 La fe viene, pues, del oír, y el oír por la palabra de Cristo*.
18 Pero pregunto:
¿Acaso no oyeron? Al contrario. “Por toda la tierra sonó su
voz, hasta los extremos del mundo sus palabras”*.
19 Pregunto además: ¿Por ventura Israel no entendió?
Moisés, el primero, ya dice: “Os haré tener celos de una que
no es nación, os haré rabiar contra una gente sin seso”*.
20 E Isaías se atreve a decir: “Fui hallado de los que
no me buscaban; vine a ser manifiesto a los que no
preguntaban por Mí”.
21 Mas acerca de Israel dice: “Todo el día he extendido mis manos hacia
un pueblo desobediente y rebelde”.
1.
Para que sean salvos:
los
judíos: cf. 9, 3; 11, 11 y notas.
2. ¡Observemos esta
notable enseñanza! Es decir, que no todo era maldad
en los fariseos que condenaron al Señor. Era un
celo.
¿Acaso no lo tuvo el
mismo Saulo cuando perseguía a muerte a los
cristianos y consentía en la lapidación de S.
Esteban? Un celo fanático por la Ley, contra ese Cristo cuya doctrina hallaba
“paradójica y revolucionaria”; hasta que Saulo,
hecho Pablo, se convirtió en su más hondo intérprete
y... pasó a ser tenido por paradójico y
revolucionario, tal como él había mirado a los
demás. Cf. Hch. 7, 52 y nota. El
celo de
Israel era falso, porque no se inspiraba en el recto
conocimiento de Dios, sino más bien en la soberbia
de tener el monopolio de la salvación entre todos
los pueblos, y en la presunción de salvarse por sí
mismo sin el Mesías
Redentor. He aquí una de las más grandes lecciones
que la caída de Israel nos da para nuestra vida
espiritual. No les faltaba celo, pero no era según
la Palabra de Dios (cf. Sb. 9, 10 y nota), sino
apego a sus propias tradiciones (Hch. 6, 14 y nota)
y soberbia colectiva (Jn. 8, 33; Mt. 3, 9; etc.).
“Es necesario no juzgar las cosas según nuestro
gusto, sino según el de Dios. Esta es la gran
palabra: Si somos santos según nuestra voluntad,
nunca lo seremos; es preciso que lo seamos según la
voluntad de Dios” (S. Francisco de Sales).
Véase 9, 30 y nota.
4.
El fin de la Ley:
“Jesucristo es la perfección y la consumación de la
Ley, porque lo que no ha podido hacer la Ley, como
es justificar al pecador,
lo ha hecho Jesucristo” (S. Crisóstomo).
6 ss. “No digas
que es
imposible saber la voluntad de Dios. Para buscar a
Dios no es menester que hagas cosas difíciles; Dios
ha puesto como Mediador a su Hijo”. Tal es el
ascensor de que habla Sta. Teresa de Lisieux, que
nos permite subir rectamente adonde en vano
pretenderíamos llegar por la escalera de nuestro
puro esfuerzo. El v. 8 nos muestra cuán cerca la
tenemos. Cf. v. 17 y nota; Dt. 30, 11; 14.
11. Véase Is. 28, 16.
No será confundido:
alcanzarán
la vida eterna por lo que acabamos de ver en este
capítulo; porque la fe en Cristo es “el principio de
la salvación humana,
fundamento y raíz de toda justificación” (Concilio
de Trento).
16.
No todos dieron oído:
Jesús nos
aclara este punto en la parábola del sembrador (Mt.
13), donde nos muestra con terrible realidad, que de
las cuatro tierras en que se siembra la divina
Palabra, sólo una la retiene y llega a dar fruto. La
causa de esto está señalada por el mismo Señor en
Jn. 3, 19.
17. Hay aquí una luz
de extraordinaria importancia para nuestra propia
conversión y la del prójimo: Es la
Palabra divina la que tiene
fuerza sobrenatural para transformar las almas, como
ya lo señalaba David en el Salmo 18, 8 ss. Véase 1
Co. 4, 19 s. y nota; Hb. 4, 12.
18. Es muy importante
considerar esta rotunda afirmación que hace S. Pablo
al citar aquí el Salmo 18, 5, aplicándolo por
analogía a la predicación de los apóstoles (v. 19).
La expresión
toda la tierra
no parece
referirse aquí a la tierra de Palestina, ni abarcar
los límites del Imperio Romano
solamente (cf. 15, 19), sino la totalidad de las
regiones conocidas hasta entonces. Esto,
coincidiendo con la escasez de nuestras noticias
sobre los lugares –sin duda lejanos– donde
evangelizó la mayoría de los doce apóstoles,
llevaría a pensar que Dios los condujo efectivamente
hasta las extremidades del mundo conocido. Cf. Col.
1, 23; St. 1, 1. Sobre las diez tribus del Reino del
norte, dispersas desde su cautiverio entre los
Asirios (2 R. 17, 6) cf. Os. 3, 3; Is. 49, 6 y 10 y
notas; 4 Esdras 13, 39 ss.
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