APOCALIPSIS 1 |
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22 |
EL APOCALIPSIS DEL
APÓSTOL SAN JUAN
PRÓLOGO
Título y bendición.
1
Revelación de Jesucristo, que Dios, para
manifestar a sus siervos las cosas que pronto deben suceder,
anunció y explicó, por medio de su ángel, a su siervo Juan*;
2
el cual
testifica la Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo,
todo lo cual ha visto.
3
Bienaventurado
el que lee y los que escuchan las palabras de esta profecía
y guardan las cosas en ella escritas; pues el momento está
cerca*.
Los destinatarios.
4
Juan a las
siete Iglesias que están en Asia: gracia a vosotros y paz de
Aquel que es, y que era, y que viene; y de los siete
Espíritus que están delante de su trono*;
5
y de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de
los muertos y el Soberano de los reyes de la tierra. A Aquel
que nos ama, y que nos ha lavado de nuestros pecados con su
sangre*,
6
e hizo de
nosotros un reino y sacerdotes para el Dios y Padre suyo; a
Él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos*.
Amén.
7
Ved, viene con
las nubes, y le verán todos los ojos, y aun los que le
traspasaron; y harán luto por Él todas las tribus de la
tierra. Sí, así sea*.
8
“Yo soy el Alfa
y la Omega”*,
dice el Señor Dios, el que es, y que era, y que viene, el
Todopoderoso.
Vocación del Apóstol.
9
Yo Juan,
hermano vuestro y copartícipe en la tribulación y el reino y
la paciencia en Jesús, estaba en la isla llamada Patmos, a
causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús*.
10 Me hallé en espíritu en el día del
Señor, y oí detrás de mí una voz fuerte como de trompeta*,
11
que decía: “Lo que vas a ver escríbelo en un libro, y
envíalo a las siete Iglesias: A Éfeso, a Esmirna, a Pérgamo,
a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea”*.
Visión preparatoria.
12
Me volví para
ver la voz que hablaba conmigo. Y vuelto, vi siete
candelabros de oro*,
13
y, en medio de los candelabros, alguien como Hijo de
hombre, vestido de ropaje talar, y ceñido el pecho con un
ceñidor de oro*.
14
Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana
blanca, como la nieve; sus ojos como llama de fuego*;
15
sus pies semejantes a bronce bruñido al rojo vivo
como en una fragua; y su voz como voz de muchas aguas.
16 Tenía en su mano derecha siete
estrellas; y de su boca salía una espada aguda de dos filos*;
y su aspecto era como el sol cuando brilla en toda su
fuerza.
17
Cuando le vi,
caí a sus pies como muerto; pero Él puso su diestra sobre mí
y dijo: “No temas; Yo soy el primero y el último*,
18 y el viviente; estuve muerto, y
ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves
de la muerte y del abismo*.
19
Escribe, pues, lo que hayas visto; lo que es, y lo
que debe suceder después de esto*.
20 En cuanto al misterio de las siete
estrellas, que has visto en mi diestra, y los siete
candelabros de oro: las siete estrellas son los ángeles*
de las siete Iglesias, y los siete candelabros son siete
Iglesias”.
1.
“Revelación de
Jesucristo” ¿por ser recibida de Cristo o porque
tiene a Cristo por objeto? Para resolver esta
cuestión hay que observar que el término
Revelación
(en griego
Apocalipsis) en el lenguaje del Nuevo Testamento
se aplica generalmente a la manifestación de
Jesucristo en la Parusía o segunda venida (Rm. 2, 5;
8, 9; 1 Co. 2, 7; 2 Ts. 1, 7; Lc. 17, 30; 1 Pe. 1, 7
y 13; 4, 13). Allo en su comentario admite ambos
sentidos: Jesucristo da esta revelación, y
Jesucristo es el objeto de la misma. La segunda
acepción corresponde más al sentido escatológico y a
la idea del inminente juicio de Dios, que prevalece
a través de este Libro.
Por medio de
su ángel: cf. Dn. 9 y 10; Za. 1 y 2, etc., donde
también un ángel es intermediario de la divina
Revelación.
3. A causa de la
bienaventuranza
que aquí
se expresa, el Apocalipsis era, en tiempos de fe
viva, un libro de cabecera de los cristianos, como
lo era el Evangelio. Para formarse una idea de la
veneración en que era tenido por la Iglesia, bastará
saber lo que el IV Concilio de Toledo ordenó en el
año 633: “La autoridad de muchos concilios y los
decretos sinodales de los santos Pontífices romanos
prescriben que el Libro del Apocalipsis es de Juan
el Evangelista, y determinaron que debe ser recibido
entre los Libros divinos, pero muchos son los que no
aceptan su autoridad y tienen a menos predicarlo en
la Iglesia de Dios. Si alguno, desde hoy en
adelante, o no lo reconociera, o no lo predicara en
la iglesia durante el tiempo de las Misas, desde
Pascua a Pentecostés, tendrá sentencia de
excomunión” (Enchiridion Biblicum Nº 24).
El momento
está cerca: esto es, el de la segunda Venida de
Cristo. Véase 22, 7 y 10; 1 Co. 7, 29; Fil. 4, 5;
Hb. 10, 37; St. 5, 8; 1 Jn. 2, 18. Si este momento,
cuyo advenimiento todos hemos de desear (2 Tm. 4,
8), estaba cerca en los albores del cristianismo
¿cuánto más hoy, transcurridos veinte siglos? Sobre
su demora, véase 2 Pe. 3, 9 y nota.
4. Las
destinatarias
de las siguientes
cartas son las siete comunidades cristianas
enumeradas en el v. 11. Los siete
espíritus
parecerían los mismos de Tob. 12, 5. Llama la
atención, sin embargo, que sean mencionados antes
que Jesucristo (v. 5). San Victorino, cuyo
comentario es el más antiguo de los escritos en
latín, ve en estos siete espíritus, como en las
siete lámparas (4, 5), los dones del Espíritu
Septiforme.
6.
Hizo de nosotros un
reino,
etc.: cf. 5, 10. Es lo mismo que nos anuncia, desde
el Antiguo Testamento, Daniel: “Después recibirán el
reino los santos del
Altísimo y los obtendrán por siglos y por los siglos
de los siglos” (Dn. 7, 18). Lo mismo expresa la
Didajé (alrededor del año 100 d. C.) cuando dice:
“Líbrala (a tu Iglesia) de todo mal, consúmala por
tu caridad; y de los cuatro vientos reúnela
santificada en tu Reino que para ella preparaste”.
Cf. Ef. 1, 22 s.
7.
Viene con las nubes:
Así lo
vemos en 14, 14 ss., a diferencia de 19, 11 ss.
donde viene en el caballo blanco para el juicio de
las naciones. Según algunos, la nube sería la señal
de la cosecha y la vendimia final de Israel (Mal. 3,
2 s. y nota; Mt. 3, 10 y nota), por medio de sus
ángeles, conforme al anuncio de Mt. 24, 30-31,
confirmado a Caifás (Mt. 26, 64), a quien Jesús dijo
como aquí que
lo verían ellos mismos
que le
traspasaron. S. Juan trae iguales palabras en
Jn. 19, 37, citando a Za. 12, 10 donde se anuncia
como aquí que entonces
harán duelo
por Él. Cf. Ez. 36, 31; Os. 3, 5, etc.
8.
Alfa y Omega:
primera y última
letras del alfabeto griego. Algunos manuscritos
añaden: el
principio y el fin (cf. v. 17; 22, 13 y nota).
Después de Cristo no habrá otro, pues Él es el mismo
para siempre (Hb. 13, 8).
El que es, traducción del nombre de Yahvé (Ex. 3, 14).
9. Observa
Allo que las palabras
tribulación y reino se
pueden tomar en sentido escatológico. La paciencia
es el lazo entre ambos. Por medio de paciencia y
esperanza pasamos de la tribulación a su Reino
glorioso (8, 24).
10.
En el día del Señor:
el
artículo usado en el texto griego nos hace pensar en
un día determinado y conocido. De ahí que, aunque
muchos vierten simplemente
un Domingo,
otros lo refieran, como el v. 7, al gran día de
juicio que lleva en la Biblia el nombre del Día del
Señor (Sal. 117, 24 y nota; Is. 13, 6; Jr. 46, 10;
Ez. 30, 3; Sof. 2, 2; Mal. 4, 5; Rm. 2, 5; 1 Co. 5,
5; 1 Ts. 5, 2, etc.), entendiendo que el vidente fue
transportado en espíritu a la visión anticipada del
gran día. Cf. 4, 1 y nota. La
trompeta,
en los escritos apocalípticos, tiene significado
escatológico. Cf. 8, 6 ss.; 1 Co. 15, 52; 1 Ts. 4,
16.
11.
Escríbelo:
Pirot hace notar
que esta visión corresponde a las visiones
inaugurales de los grandes profetas (Is. 6; Jr. 1;
Ez. 1-3) y la diferencia está en que aquellos habían
de ser predicadores orales, en tanto que Juan debe
escribir
(cf. v. 19), lo cual denota la importancia de lo
escrito en el Nuevo Testamento (cf. Jn. 5, 47 y
nota). Las siete ciudades se hallan todas en la
parte occidental del Asia
Menor, con Éfeso como centro. No se sabe quién fundó
esas iglesias. Algunos suponen que fue S. Pedro (1
Pe. 1, 1), y otros que pudo S. Pablo llegar a
fundarlas cuando anduvo por Éfeso y Colosas en esa
región. Estaban también en ella otras importantes
Iglesias como la de Tróade (Hch. 20, 5 s.; 2 Co. 2,
12) y la de Hierápolis cuyo obispo era a la
sazón Papías, discípulo de S. Juan, y que había sido
fundada probablemente, como también la de Laodicea,
por Epafras, colosense de origen pagano y coadjutor
de S. Pablo (Col. 4, 13). ¿Por qué no se menciona
aquí estas Iglesias? Fillion responde: “es el
secreto de Dios”.
12.
Los siete candelabros
son las
siete Iglesias (v. 20). Desde la antigüedad ven
muchos comentaristas en el número siete un símbolo
de lo perfecto y universal,
de manera que las siete Iglesias representarían una
totalidad (S. Crisóstomo, S. Agustín, S. Gregorio,
S. Isidoro). Muchos consideran que las siete
Iglesias corresponden a otros tantos períodos de la
historia de la Iglesia universal (cf. 1, 19 y
nota). Su más conocido representante en la
patrística es S. Victorino de Pettau, quien en su
comentario caracteriza los siete períodos de la
siguiente manera: 1) el celo y la paciencia de los
primeros cristianos; 2) la constancia de los fieles
en las persecuciones; 3) y 4) períodos de
relajamiento; 5) peligro por parte de los que son
cristianos solamente de nombre; 6) humildad de la
Iglesia en el siglo y firme fe en las Escrituras; 7)
las riquezas y el afán de saberlo todo cohíbe a
muchos para seguir el recto camino. Este sistema,
con más o menos variantes, se mantuvo durante la
edad media y encontró, en un escrito atribuido a
Alberto Magno, la siguiente exposición:
Éfeso: el
período de los apóstoles, persecución por los
judíos;
Esmirna: período de los mártires, persecución
por los paganos;
Pérgamo: período de los herejes;
Tiatira: período de los confesores y doctores y herejías ocultas;
Sardes:
período de los santos sencillos, durante el cual se
introducen las riquezas y el escándalo de malos
cristianos que aparentan piedad;
Filadelfia:
abierta maldad de cristianos;
Laodicea:
período del Anticristo. En la Edad moderna han
difundido este modo de interpretación el santo
sacerdote Bartolomé Holzhauser, Manuel Viciano
Rosell y otros.
13. Nótese que el
Hijo del hombre (Jesús)
lleva la vestidura de
rey y sacerdote. Cf. Dn. 10, 5 ss., donde el profeta
narra una visión semejante a ésta. De ahí que
algunos exégetas vean en aquel “varón” al Hijo del
hombre. Véase Dn. 7, 13; Za. 6, 12 y notas.
14.
Ojos como llama
(cf. 2,
18). Nada falta en la Biblia para nuestro consuelo.
La sobriedad del Evangelio no nos da, si exceptuamos
la Transfiguración (Mc. 9, 1 ss. y paralelos),
ningún detalle sobre la hermosura de Jesús, pero en
cambio lo encontramos suplido con este y otros datos
que nos ayudan a imaginar triunfante al hermosísimo
entre los hombres (Sal. 44, 3 y nota) que por amor
nuestro llegó a perder toda belleza (Is. 52, 14; 53,
2), y nos revelan también nuevas palabras de su boca
como las que vemos en este Libro y en los
Salmos, etc. Véase nuestra introducción al Salterio.
16.
La espada de dos
filos es
figura del poder de la Palabra de Dios. La misma
imagen se encuentra en 19, 15 y Hb. 4, 12. Cf. 2 Ts.
2, 8.
17.
El primero y el
último:
título que indica la divinidad de Jesús. Véase v. 8;
22, 13; cf. Is. 44, 6; 48, 12.
18.
El viviente:
otro nombre que
señala a Cristo (Hb. 7, 16
y 23 ss.). Porque Él murió y resucitó, es el Señor
de la muerte y retiene las llaves de la
muerte y del infierno.
19. Parece ser éste
un texto llave: a)
Lo que hayas visto
o sea la visión de los vv. 12-18 (que en el v. 11 es llamado
lo que vas a
ver, y en efecto lo vio desde que se volvió en
el v. 12 hasta que se desmayó en el v. 17); b)
Lo que es:
lo contenido en las siete cartas a las Iglesias (v.
11) que empiezan en el cap. 2; c)
Lo que debe
suceder después sería el objeto de la nueva
visión que empieza en el cap. 4, la que tiene lugar
a través de una puerta abierta
en el cielo,
y en la cual se le muestra la gran revelación
escatológica que resulta del libro de los siete
sellos. De acuerdo con esto dice Crampon que “las
siete cartas que siguen tienen ciertamente relación
con la situación de la Iglesia de Asia en el momento
en que fueron dictadas a S. Juan, el cual había
recibido la orden de escribir
“lo que es”,
y sólo después de terminar esas cartas fue
admitido a conocer
“lo que debe suceder después de esto” (4, 1). Ello no obstante, el
mismo autor admite con S. Victorino y S. Andrés de
Cesarea que, dado el carácter simbólico del número
siete y la advertencia general que se repite al fin
de cada carta, éstas pueden ser destinadas a todas
las épocas. Cada carta tendría así un interés
permanente, pues siempre sus enseñanzas hallan
aplicación parcial en tal tiempo o tal lugar. Ello
explica quizá la insistencia con que se anuncia en
cada una de ellas la venida del Señor (2, 1 y nota).
En la última (a Laodicea) esa venida se presenta
como más inminente: “Estoy
a la puerta y golpeo” (3, 20), por lo cual cuanto
dejamos dicho no se opone a que cada carta
pueda acaso, retratar, como vimos en el v. 12 y
nota, sucesivos períodos de la Iglesia en general.
20. Aquí
ángeles
significa los espíritus representantes de las siete
Iglesias. Cf. Si. 5, 5; Mal. 2, 7 s. No puede
tratarse de los Ángeles custodios de las Iglesias,
pues vemos que más adelante casi todos son
reprendidos, lo que no se concibe en los espíritus
puros que “cumplen la
Palabra de Dios”. Cf. Dn. 10, 13 y nota. Pirot
observa que “la tradición latina ha visto en ellos a
los obispos, pero en el Apocalipsis un ángel no
representa nunca a un ser humano y por otra parte
las advertencias tienen en vista a las Iglesias en
sí mismas” (cf. 10, 1 y nota). También se ha
supuesto que los ángeles fuesen mensajeros enviados
a Juan desde esas Iglesias, pero en tal caso el de
Éfeso sería el propio Juan y tendría que escribirse
a sí mismo.
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